Naturaleza y paso del tiempo

Prosa y poes¨ªa se alternan en la obra del andaluz Jos¨¦ Manuel Ben¨ªtez Ariza (C¨¢diz, 1963). La raya de tiza y Las islas pensativas son novelas; relatos, La sonrisa del diablo y El hombre del velador; al cine tambi¨¦n ha dedicado un volumen, La vida imaginaria, y en poes¨ªa cuatro t¨ªtulos, Las amigas, Cuento de invierno, Malos pensamientos, Los extra?os, preceden al que nos ocupa.

Cuaderno de Zahara, dividido en tres partes: 'Del ensimismamiento', 'Tiempo y lecturas' y la que lo titula, arranca con un p¨®rtico ('Instrucciones de uso') que invita a introducirse en el libro otorg¨¢ndole protagonismo activo en su lectura al alma, la del autor encuentra su reflejo metaf¨®rico en el entorno: marisma, ¨¢rboles, mar, cielo. Pero el paisaje elemental no est¨¢ vac¨ªo, llegan -lejanos, desde el horizonte- ecos de vida cotidiana. De sombras de otros y del otro que uno mismo es en su revelada sombra. Estos elementos, a los que bien pudi¨¦semos a?adir los libros, constituyen el eje vertical y sin ornamentos sobre el que el poeta conduce su obra. 'Escribir solamente sobre aquellos lugares / que te han dado serenidad, buen pulso / para medir el paso de los d¨ªas / y una mirada ecu¨¢nime sobre quienes respiran / mal que te pese, el mismo aire que t¨²'. Ariza construye su andamiaje po¨¦tico con ritmo dome?ado y fluido, suave. Es el suyo un decir sosegado, sin riesgos (para bien y para mal), asentados sus cimientos con medida y precisi¨®n. Los cambios de luz, el paso del tiempo -'el oro del oto?o, el que acaricia / tu mesa de trabajo... Hace diez a?os / (hace diez a?os, s¨ª, como si fuera / lo m¨¢s normal del mundo / decir 'hace diez a?os') / era otra habitaci¨®n, o era la misma, / con una diferencia: hace diez a?os / todo pasaba m¨¢s deprisa, o m¨¢s despacio'-, la memoria y el recuerdo, el transcurrir del r¨ªo en un desmentido a Her¨¢clito -'el tiempo son las cosas que mueren con el tiempo, / no este eterno remanso / que ha hecho iguales a s¨ª mismas, fieles, / todas las tardes del verano'-, nostalgia, naturaleza en rumor pausado, y en ella, desde ella, el paisaje: reflejado en los sentidos y tamizado por la conciencia, es ya paisaje interior. Esto, en tono bajo y confesional (un aire de melancol¨ªa mece las hojas -¨¢lamos- del libro y difumina con niebla o luz -dorada- sus versos), subraya esa sensaci¨®n de acidulada tibieza.

Poes¨ªa narrativa y confesional, burilada con templanza. Y en la que, en ocasiones, la contenci¨®n y su pulida arquitectura, retienen la emoci¨®n que, intuida, s¨ª, no aflora; la an¨¦cdota no logra trascender y se echa en falta ese latido -s¨ªstole y di¨¢stole- que es cord¨®n umbilical entre poema y vida. El Cuaderno de Zahara concluye, ajustadamente, cerrando sus c¨ªrculos de tiempo, abriendo sus irremediables traiciones y desdoros, resucitando el presentido desencanto, Cementerio en Zahara es un bello final: 'Da igual. Una vez muerto, / el tr¨¢mite final es tan indiferente / como lo que le pueda suceder / a todo aquello que has atesorado en vida: / tus libros, tus escritos, tus recuerdos, / la casa que los guarda, los amigos / que en ella han festejado, sin motivo, / la alegr¨ªa de estar vivos y juntos'.