Libro verde
Una profesora amiga que no sali¨® indemne de la reciente conmemoraci¨®n de Baltasar Graci¨¢n organizada en Zaragoza por la admirable Aurora Egido, sino profundamente impresionada por el jesuita aragon¨¦s, y, como es l¨®gico, considerablemente mareada por su lenguaje, me requiere para entender un trozo soturno de El Critic¨®n. Creo haberlo rescatado: es aquel pasaje de la segunda parte en que el S¨¢tiro explica a Critilo c¨®mo muchos viciosos acusan a otros de sus propios vicios, y as¨ª, el mumurador se hace testigo falso, y el infame para en libro verde.
?Es que s¨®lo los infames, esto es -argumenta-, aquellos a quienes el Diccionario califica de malos y viles, carentes de honra, cr¨¦dito y estimaci¨®n, escriben libros picantes y cuentan historietas cachondas? No lo cree, porque ella conoce a un psiquiatra que prodiga los chistes verdes, y que no es vil ni carece de cr¨¦dito; por el contrario, goza de estima entre la gente de bien.
Obviamente, verde ah¨ª no significa 'obsceno', aunque s¨ª lo cre¨ªa Romera Navarro, acreditado exegeta del famoso cl¨¢sico. Le hubiera bastado consultar el Diccionario de Autoridades para averiguar que libro verde es 'el que contiene las cosas particulares de un pa¨ªs y de los linajes de ¨¦l, y lo que cada uno cuenta de bueno o de malo'. A lo que a?ade: 'Figuradamente llaman as¨ª a la persona dedicada a semejantes noticias'. Por tanto, un infame se hace libro verde cuando se convierte en infamador. 'Es vuestra reverencia un libro verde', pod¨ªa reprochar el famoso escritor a cuantos, en la Compa?¨ªa, intentaban salpicarlo de s¨ª mismos.
Y es que ¨¦l sab¨ªa mucho mejor que la Academia -y que Romera- el significado propio de tan extra?a soldadura de vocablos. La explica en el Or¨¢culo manual, cuando aconseja al var¨®n discreto que se guarde de ser enlodado por un libro verde. Aclarando, en efecto, por qu¨¦ alcanza una persona tan degradante t¨ªtulo, dice que se?al 'de tener gastada la fama propia es cuidar de la infamia ajena: querr¨ªan algunos con las manchas de los otros disimular si no lavar las suyas; o se consuelan, que es el consuelo de los necios. Hu¨¦leles mal la boca a ¨¦stos, que son los alba?ares de las inmundicias civiles. En estas materias, el que m¨¢s escarba m¨¢s se enloda'. Y es f¨¢cil hacerlo: 'pocos se escapan de alg¨²n achaque original, o al derecho o al trav¨¦s', es decir, todos tenemos algo que se puede reprobar a la cara o murmurado. Pero quien lo airea o lo inventa es, seg¨²n su sentencia rotunda, 'un desalmado'. Sin embargo, resulta complicado explicar esa extra?a vecindad de palabras: ?por qu¨¦ libro verde?
Los cl¨¢sicos antiguos calificaron de verde la ancianidad vigorosa, de primavera tard¨ªa, sin achaques notables, y se sigui¨® haciendo en las lenguas modernas: la viacchiezza verde italiana o la verte vieillesse, de nuestros vecinos. Pero como a esos viejos afortunados les aguija a¨²n la libido, jugueteando con el adjetivo verde se le a?adi¨® enseguida el rasgo ir¨®nico de 'lascivia'.
En efecto, abundan en la literatura del siglo XVIII los personajes de ese jaez, pero ya no s¨®lo lozanos y rijosos; otra nota m¨¢s se les ha anejado: la de rid¨ªculos. En efecto, el viejo que est¨¢ al olor de jovencillas es en aquella literatura un vejete, canijo casi siempre, gotoso, encorsetado, que gallardea entre petimetras; en una p¨¢gina costumbrista de 1803, uno de ellos confiesa c¨®mo, en una velada, maripose¨®, poniendo, dice, 'coloradas a algunas con mis lindezas; por fin, se bail¨® y yo tambi¨¦n, aunque me mataba la gota'. Fue una bufonada, pero como no es, concluye, 'el ¨²nico viejo verde que hay en el mundo', lo cuenta para aviso de caducos.
Por esa ¨¦poca, pues, la malicia ha ocupado totalmente el verdor, y ya no ser¨¢ posible elogiar a un var¨®n afirmando de ¨¦l que es un viejo verde. Y ?qui¨¦n, para ensalzarle el vigor, llamar¨ªa vieja verde a una dama setentona?
Sin embargo, hay gran distancia entre el viejo verde, tan irrisorio, y el libro verde, tan miserable. Ninguno de ellos tiene tal coloraci¨®n, pero ¨¦sta salta a los ojos en el primer caso, y se ve arduo c¨®mo llegar con tal adjetivo hasta el libro insidioso y, a¨²n m¨¢s, al ruin que lo escribe. Puede tratarse de un galicismo, porque vert, en franc¨¦s, por entonces, serv¨ªa para calificar de 'rudo' o de '¨¢spero': une verte semonce era un broncazo. Y ?qu¨¦ es sino vituperio abyecto un libro de ese color? (Tambi¨¦n pone verde quien vilipendia. Quiz¨¢ la bilis ande coloreando todo esto: seg¨²n y cu¨¢ndo se mire, es amarilla, verde y hasta negra: atra bilis.)
El paso siguiente resulta mucho m¨¢s sencillo: decimos de alguien que es un libro abierto, y metamorfoseamos el libro haci¨¦ndolo persona: un tropo elemental. Y eso parece haber sucedido con el libro verde, que es tambi¨¦n quien lo escribe, tal como venimos diciendo.
Como peculiaridad de nuestro idioma, no s¨®lo las personas pueden ser verdes: vocablos, dichos, chistes y cosas as¨ª son capaces de tal m¨¦rito. ?stos eran colorados hasta el siglo XVIII. El Diccionario de 1739 define palabras coloradas como las 'deshonestas e impuras, que se mezclan en la conversaci¨®n por v¨ªa de chanza'. En 1803, ya no eran coloradas s¨®lo las palabras chacoteras, sino todo 'lo impuro y deshonesto que, por v¨ªa de chanza, se suele mezclar en las conversaciones de poca crianza'. Tal proceso se consuma por completo en el siglo XIX, y la Academia pormenoriza: verde califica 'a cuentos, escritos, poes¨ªas, etc.' (1852). Y colorado pasa al ba¨²l de los arca¨ªsmos. Tambi¨¦n, ahora mismo yacen ah¨ª, seg¨²n la valoraci¨®n de los j¨®venes, viejo y vieja verde; lo refer¨ª en un dardo hace diez a?os.
?Qu¨¦ queda hoy del libro verde? ?ste, no su escribidor -sigue habiendo bellacos- se extingui¨®, pero, metidos en el siglo pasado, a¨²n le quedaban rescoldos y, raramente, continuaba significando 'libro en que se escriben maldades, denuncias y acusaciones'; (hay aparte, claro, los modernos libros blancos, amarillos, azules y, por supuesto, verdes tambi¨¦n, que publican los gobiernos; son otra cosa). El espa?ol Julio Senador escrib¨ªa en 1918: 'T¨² vete por ah¨ª diciendo, es un suponer, que eres republicano y el d¨ªa que te apunten en libro verde di que has hecho el negocio redondo'. Y quince a?os m¨¢s tarde, en un relato del colombiano Tom¨¢s Carrasquilla, se le¨ªa algo similar.
Un Rafael Alberti joven (1920) habla tambi¨¦n de un libro de tal color; l¨ªricamente exhorta a una glorieta con abetos: 'Si te cubren de asfalto, glorieta de mi alma, sea despu¨¦s del crep¨²sculo a la madrugada nueva. Que nadie lea en tu libro verde abierto mi historia vieja -ni?a- y muerta'. Que desaparezca, pues, por la noche para que nadie pueda conocer la historia del poeta conservada en aquellos verdes abetos como en un libro. Nada que ver con lo nuestro.
Fernando L¨¢zaro Carreter es miembro de la Real Academia Espa?ola
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