La ciudad insegura
Hace un par de a?os, el Gobierno franc¨¦s realiz¨® una gran encuesta sobre las condiciones de vida en las ciudades. Entre las preocupaciones de los ciudadanos, tres destacaban mayoritariamente: los franceses quer¨ªan unas ciudades m¨¢s seguras, con menos coches y m¨¢s verde.
En esta ¨²ltima exigencia, quer¨ªan traer el campo a la ciudad, y no al rev¨¦s. Probablemente, muchos de ellos est¨¦n de vuelta, o pensando en volver, de la moda del adosado. Una de las razones de esa vuelta a casa era, precisamente, las condiciones de inseguridad en las afueras, adem¨¢s de la auto-dependencia (de autom¨®vil) a que est¨¢n sometidos los que viven en esas periferias.
Vistas ahora las cosas, y despu¨¦s de la sacudida electoral del 21 de abril, se entiende mejor la ra¨ªz del asunto: la clase pol¨ªtica tradicional hace tiempo que se desentendi¨® de los problemas reales de los ciudadanos, y los oportunistas hacen su agosto. Unos problemas como los citados que, por cierto, concitan mayor aquiescencia entre los electores, sean del signo que sean.
La queja sobre la inseguridad relacionada con la delincuencia, ha sido considerada hist¨®ricamente como una reivindicaci¨®n conservadora, al ir asociada a la propiedad privada, por lo que la izquierda entiende que no es ¨¦ste un asunto en el que hay que mojarse demasiado. Sin embargo, ahora ha descubierto en Espa?a que puede servir para desgastar al Gobierno.
El incremento de la inseguridad, o si se prefiere el aumento del riesgo de ser agredido, no proviene ¨²nicamente de la delincuencia. Otros riesgos nos amenazan en la ciudad, y no es la delincuencia el que m¨¢s v¨ªctimas provoca: los accidentes laborales se llevan al a?o unas mil vidas, son accidentes fundamentalmente urbanos, y unos cuantos miles m¨¢s los matan los coches, (por no hablar de los heridos en ambos casos) y aqu¨ª enlazamos con otra preocupaci¨®n de los franceses.
Y es que, de una u otra forma, todo gira en torno a la misma cuesti¨®n: el riesgo.
?Recuerda el lector a alg¨²n ministro del Interior o alcalde que haya dado la cara respondiendo por la cuota de responsabilidad que le corresponde en esta carnicer¨ªa del asfalto? Si exceptuamos la iniciativa (importante pero ya olvidada) del Senado en 1991, resulta incre¨ªble el desinter¨¦s que muestran el Gobierno y la oposici¨®n. Una responsabilidad que proviene tanto del dise?o de las calles y del sistema de gesti¨®n del tr¨¢fico, como de la impunidad con la que muchos conductores incumplen la ley.
En Valencia, ahora resulta que nos ocupamos m¨¢s de los coches incendiados que de las v¨ªctimas de los coches. Quien, con un m¨ªnimo de sensibilidad, haya visto las escenas de los j¨®venes v¨ªctimas en nuestra ciudad de hace unas semanas, o la imagen de la madre abrazada al cuerpo sin vida de su hijo reci¨¦n atropellado en la A-7, dif¨ªcilmente las podr¨¢ olvidar, pero me temo que pocos infieran de estos hechos responsabilidades pol¨ªticas asociadas.
Delitos: diga lo que diga el Gobierno (siempre a la defensiva) la delincuencia en la calle (por no hablar de la dom¨¦stica) est¨¢ creciendo a marchas aceleradas: no hay m¨¢s que ver el blindaje de algunos edificios, viviendas y comercios, y si no, haga el lector una encuesta en su entorno m¨¢s pr¨®ximo; una buena parte de votantes, de todos los colores, j¨®venes y mayores (especialmente vulnerables) han sido v¨ªctimas recientes de alguna clase de violencia.
Podr¨ªamos hablar de otros riesgos, nada despreciables. El de los accidentes fortuitos de peatones debidos al estado vergonzoso de algunas calles, el riesgo a la p¨¦rdida del empleo en un mundo laboral tan precarizado, el riesgo al fracaso escolar, el riesgo a los desastres no tan naturales, o a perder la vivienda por proyectos de inter¨¦s general... o el riesgo cada vez m¨¢s alto y contrastado de adquirir una enfermedad ambiental (alimentos, ozono, radiaci¨®n...).
La ciudad, que debiera ser el centro de la convivencia, de la solidaridad, y de la seguridad, hoy no cubre m¨ªnimamente los derechos hist¨®ricos que los ciudadanos le han otorgado. La privatizaci¨®n de la calle est¨¢ llegando a tales l¨ªmites, que pocos indicios podemos encontrar de que se trata de un espacio p¨²blico. Uno, irrenunciable, es la presencia de servidores p¨²blicos que garanticen los derechos c¨ªvicos.
La legitimaci¨®n democr¨¢tica de la represi¨®n de los excesos, pero sobre todo de la prevenci¨®n, es una asignatura urgente en nuestro pa¨ªs. Y se hace necesario exigir responsabilidades pol¨ªticas a quien corresponda en cada caso, no s¨®lo a los ciudadanos.
Pero m¨¢s urgente me parece analizar y combatir las ra¨ªces de tanta violencia. Este limitado espacio no da para m¨¢s, pero no quisiera terminar por se?alar que existen probadas estrategias que han dado resultados muy positivos en la prevenci¨®n de muchos de estos riesgos, (en estas mismas p¨¢ginas coment¨¦ la visi¨®n cero sobre seguridad vial).
Y tampoco quisiera insistir en algo obvio; algunos de estos peligros acarrean a su vez otros de car¨¢cter social: el aumento de la insolidaridad ciudadana y de la xenofobia.
Considerar los accidentes de tr¨¢fico o las enfermedades ambientales como una inevitable consecuencia de la vida actual es, sencillamente intolerable. Culpar exclusivamente de los accidentes laborales a los trabajadores es injusto. Asociar, sin m¨¢s, el incremento de la delincuencia a la inmigraci¨®n es algo miserable.
Joan Olmos es ingeniero de Caminos.
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