Delincuencia
El Gobierno empez¨® asociando delincuencia con emigraci¨®n y arroj¨® cifras. El PSOE se refiri¨® a la avalancha de ilegales, de incontrolados. ?Qui¨¦n es responsable del descontrol? Los unos culpan a los otros, los otros a los unos. Es la historia de siempre. ?Perniciosa? S¨ª, claro, pero in¨²ndennos de tedio, que es el m¨¢s eficaz de los anest¨¦sicos. Machaquen y embarullen, as¨ª gana la inercia y todo queda como est¨¢. En pol¨ªtica, la tempestad puede no preceder a la calma, sino ser la calma. Ag¨ªtese la llama con un buen soplete y ya est¨¢: un viento llamado muermo.
La violencia por s¨ª misma, por pura diversi¨®n, no la invent¨® el PSOE ni la atiz¨® el PP. Un coche abandonado para la gr¨²a y el desguace, dormitorio provisional de un mendigo. Se le roc¨ªa con gasolina y se le prende fuego. Un miniholocausto, un auto de fe porque s¨ª. Es un tipo de crimen del que los inmigrantes no son sospechosos as¨ª se cometa en El Ejido. Todo sistema engendra delitos con marchamo. Leamos el Madoz o a Blasco Ib¨¢?ez. Cuchillo, escopeta, pasi¨®n, venganza, machismo, los l¨ªmites de un bancal, el honor. Rasgos predominantes. En nuestros d¨ªas, mafias de la esclavitud sexual, pornograf¨ªa en la red, narcotr¨¢fico, para¨ªsos fiscales, robos y atracos, pirater¨ªa... Y violencia por diversi¨®n, pura excitaci¨®n epid¨¦rmica que, por serlo, s¨®lo sacia el instante. El mal qu¨ªmicamente puro es un producto irreversible de una carga gen¨¦tica espoleada por un vac¨ªo social. A poco que el lector me haya le¨ªdo puedo sonarle a soniquete; eso me acoquina pero no puedo lamentarlo. Quiero decir que no soy enemigo del mercado, pero s¨ª de la orientaci¨®n que se le ha dado al mismo sin m¨¢s compulsi¨®n que el lucro econ¨®mico. A tal punto hemos llegado que no s¨®lo se crean satisfacciones espurias con el fin de regenerar perpetuamente la insatisfacci¨®n, sino que se lanzan masivamente productos necesarios que ser¨ªan m¨¢s baratos de no estar hechos en masa. La cantidad puede ser enemiga no s¨®lo de la calidad, sino tambi¨¦n del precio. Hasta ah¨ª de atosigante.
El espectacular aumento de la delincuencia, se nos dice, se debe a la proliferaci¨®n de peque?os hurtos, la mayor parte de ellos cometidos por inmigrantes. Los con papeles, sin embargo, delinquen menos que los nacionales, y generalmente lo hacen como ¨²nica salida a un c¨ªrculo infernal como la misma estupidez: No hay papeles, no hay trabajo, no hay trabajo, no hay papeles. Es verdad que no todos los ilegales han venido y vienen impulsados por el hambre f¨ªsica. Muchos de ellos tienen t¨ªtulos universitarios. V¨ª hace poco un documental sobre un pa¨ªs subsahariano. Chicos m¨¢s o menos atl¨¦ticos jugaban al f¨²tbol en un campo sin c¨¦sped. Entrenador, cena colectiva en un centro y televisi¨®n en color. Pero qu¨¦ televisi¨®n. Partidos de f¨²tbol europeo y ning¨²n equipo sin negros, como negros son los j¨®venes espectadores de este pa¨ªs africano de habla francesa. All¨ª no es Am¨¦rica, Am¨¦rica, sino Europa, Europa. Grandes estadios en los que triunfan los Et¨® y los Makelele, quienes sin duda alguna tambi¨¦n ganan el dinero a espuertas y son due?os de lujosos autom¨®viles. Sue?o calenturiendo esta Europa que, al parecer, nunca les ha puteado. Los futbolistas en m¨¢s que hipot¨¦ticas ciernes env¨ªan cartas a los clubes aunque saben que no habr¨¢ respuesta. Cu¨¢nta carne de patera. Uno de ellos dijo que se dispon¨ªa a cruzar el desierto y luego coger¨ªa un barco. Dos a?os en Francia, a ser posible en Burdeos; luego, Inglaterra, Espa?a... En mitad de la mugrienta rutina, un sue?o puede ser m¨¢s acicate que el hambre.
Pero fam¨¦licos de pan o plet¨®ricos de sue?os, qu¨¦ m¨¢s da. Muchos consiguen colarse estafados por mafias y por una mala pol¨ªtica de inmigraci¨®n; y terminan cometiendo hurtos con tal de comer. Pero esos delitos menores no deben servirle de coartada a ning¨²n gobierno, no deben ocultar el hecho de que tambi¨¦n entre los nacionales el ¨ªndice de la delincuencia, la menor y la mayor, se ha disparado. No son inmigrantes ilegales quienes cubren la ciudad de coches en llamas. Es s¨®lo un ejemplo. Cuando el ministro del Interior, se?or Rajoy, afirma que el 89% de los nuevos reclusos son extranjeros, no hace sino estimular la xenofobia con tal de defender al Gobierno. No pocos jueces y fiscales han desmentido rotundamente esta cifra, matizando, adem¨¢s, que el delito es producto de la marginaci¨®n. S¨¦ algo de eso: de ni?o saque¨¦ campos y hasta desvalij¨¦ un par de viviendas. El hambre y la miseria pueden ser resortes m¨¢s poderosos que la inminencia de la muerte.
El delito menor y su antesala frecuente, el gamberrismo, ya son por s¨ª solos ponzo?a pura para el vecindario, pues la avalancha es tal que no pasar¨¢n largos a?os antes de que sea rutinario preguntarle a alguien no si ha sido v¨ªctima sino lo contrario. Pero dice el Gobierno que el ¨ªndice de delitos mayores es bajo en Espa?a, en comparaci¨®n con Europa. Lo dudo. ?Qu¨¦ hacen, contar los muertos habidos por ajuste de cuentas entre mafias? Puede que sean menos que en los pa¨ªses de nuestro entorno, pero ese es s¨®lo un dato explicable acaso por factores estructurales internos y Dios sabe qu¨¦ m¨¢s. Acaso nuestras fuerzas del orden, disminuidas, mal equipadas y descoordinadas, hayan sabido no obstante afrontar este reto e impedir que una situaci¨®n mala se convierta en peor. Pero en consumo de drogas, en narcotr¨¢fico, en violaciones, malos tratos, trabajo infantil, trata de blancas, desorden en las aulas, etc¨¦tera, si tanto nos aventajan por el norte, el este y el oeste de los Pirineos, ser¨ªa cuesti¨®n de alertar a nuestros turistas, se ponga como se ponga la UE. Pero aqu¨ª y all¨ª, me barrunto, son habas del mismo caldero, y en igual cantidad.
El crimen es parte nada menor en las vidas de los pa¨ªses subdesarrollados, con excepci¨®n acaso de algunos todav¨ªa regidos por una estructura tribal. (En estos ¨²ltimos el delito es m¨¢s espec¨ªfico y tradicional y as¨ª no es percibido con nuestros est¨¢ndares ¨¦ticos): En el otro extremo de la escala, en los islotes de organizaci¨®n y riqueza, el variopinto mercado del crimen es un efecto colateral del sistema socioecon¨®mico. Le brindo este argumento al Gobierno. 'No s¨¦ de qu¨¦ diablos se quejan ustedes', podr¨ªa decirnos el se?or Rajoy: 'Hay m¨¢s crimen porque el crimen es un efecto secundario del desarrollo econ¨®mico'. Con todo, dir¨ªamos resignados, aumenten ustedes la prevenci¨®n por medio de la acci¨®n social y de las dotaciones policiales. Si puede ser uno que no sean dos.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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