?Glup! La Punta
Me da miedo La Punta, aunque no es menos cierto que, ¨²ltimamente, casi todo me atemoriza. De peque?o no me perd¨ªa un entierro y eso nunca me dio miedo. Mi mam¨¢ me dec¨ªa que era necesario saludar a los muertos y conmoverse con los vivos. Recuerdo cuando acudimos a dar sepultura a un familiar en Benaguasil, el pueblo de su padre y de la cebolla: al abrir el nicho, caus¨® admiraci¨®n el perfecto estado de conservaci¨®n, tras 30 a?os, de su primera inquilina, la iaia Neleta. Alguien atribuy¨® el fen¨®meno a la cebolla, que dominaba el t¨¦rmino...
Ahora, sin embargo, cuando pienso en la huerta de La Punta necesito tragar saliva. Una tierra, de la ciudad de Val¨¨ncia que no de Sebastopol, fecundada por la acequia de Rovella y que nos regala cuatro cosechas al a?o. O tres. Me dan miedo las cebollas de La Punta. Y p¨¢nico las deportaciones previstas de sus habitantes: amenazados desde hace diez a?os, maltratados, enga?ados. Quin timo!
?Torturados? Tendr¨ªan que cortarles los pies y sus invisibles ra¨ªces. Unidos, atados a la tierra como si de ¨¢rboles humanos se tratara. Y terror me producen la autoridad portuaria, la municipal o la policial, peligrosas e insensibles. Desarraigadas de todo excepto los businesses. El d¨ªa de Sant Vicent (venga ese milagro) fui a comerme 'la mona' a La Punta. Convidaban las vecinas. Es bien sencillo: lo esperas m¨¢s de una hora y pillas el 15. Pasas por el osario del arte y la ciencia (?qu¨¦ se ha hecho de aquellas moreras del Cam¨ª?). El viejo Turia como cuando Franco (se ve que el ¨²ltimo trozo del cauce no es persona). Y llegas a la parte m¨¢s m¨¢gica de la ciudad dormida.
L'Horta luc¨ªa de primavera, imponente. Todo era vida. No sab¨ªa distinguir las diferentes especies cultivadas, pero las cebollas, inconfundibles, se sal¨ªan de la tierra como si quisieran escapar al desastre. Un roc¨ªn no dejaba de relinchar mientras a su lado gem¨ªa un hombre. 'Dice el macho que prefiere que lo sacrifiquen a que lo env¨ªen para hacer compa?¨ªa a los dos burros del zoo', me explic¨® un abejorro, 'y que si no dejan de fastidiar ser¨¢ ¨¦l quien pegue m¨¢s de una coz'.
'Que el miedo no nos paralice' les dije. 'No lloraremos por las cebollas de La Punta, s¨®lo... al com¨¦rnoslas'. 'Con denominaci¨®n de origen', cro¨® una rana. 'Sin pegar una ceba', a?adi¨®, zumbando, el abejorro. Y los bulbitos nos desearon 'bon profit'. Al menos por un instante, los ochenta a?os de El Roig cesaron su lamento, esperanzados. Con la ca¨ªda de la tarde, en el 15, los sonidos de la huerta fueron silencio. Y desde el transistor del ch¨®fer, los muertos sin enterrar de Palestina llamaban al mundo, qu¨¦ remedio, a la Intifada.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.