Vieja pol¨ªtica para una nueva guerra fr¨ªa
En el recalentado ambiente de la capital, la atm¨®sfera est¨¢ llena de qui¨¦n ha dicho qu¨¦, cu¨¢ndo, a qui¨¦n y sobre cu¨¢l amenaza terrorista. Por tanto, cuando el Gobierno de Bush empieza, de pronto, a apoderarse de cualquier fragmento de informacion y de cualquier inquietud sobre posibles atentados terroristas y los hace p¨²blicos, podr¨ªa sospecharse que lo que est¨¢ haciendo es cubrirse las espaldas.
Ser¨ªa un error. Creer que la ¨²ltima oleada de advertencias y ret¨®rica del miedo de la Administraci¨®n no es m¨¢s que una pol¨ªtica defensiva es perder de vista la cuesti¨®n fundamental.
En el horror del 11 de septiembre, los hombres del presidente encontraron su raz¨®n de ser. Oyeron una llamada. Durante los primeros meses de la presidencia de George W. Bush, su equipo de seguridad nacional no sab¨ªa qu¨¦ decir y recurri¨® a lo que algunos llamaron 'una pol¨ªtica exterior elemental': cualquier cosa menos Clinton. Ahora, con la guerra contra el terrorismo, no s¨®lo han dado con su vocaci¨®n, sino que han vuelto a terreno conocido. En sus puestos de mando, siempre alerta, con el dedo en un bot¨®n nuevo, esos funcionarios aguardan el momento de la verdad del mismo modo que lo hac¨ªan muchos de ellos en Gobiernos anteriores durante la guerra fr¨ªa.
En sus puestos de mando y con el dedo en un bot¨®n nuevo, los funcionarios aguardan 'el momento de la verdad' como en los tiempos de la URSS
?Es Al Qaeda, o la comunidad terrorista internacional, igual que la URSS? ?Los m¨¦todos de la guerra fr¨ªa son nuestra mejor esperanza de seguridad?
Por muy horribles que sean las armas de destrucci¨®n masiva, los explosivos convencionales son lo que ha llevado al terrorismo a una dimensi¨®n nueva
Lo que hace que la nueva cruzada le resulte tan natural al equipo de Bush es que se parece mucho a la vieja. No es el terrorismo convencional, sino la posibilidad del terrorismo con armas de destrucci¨®n masiva (WMD), lo que ha dado nueva vida a la Administraci¨®n.Dicha posibilidad va acompa?ada por un ansia renovada de acci¨®n clandestina y agentes humanos, la necesidad de eliminar riesgos internos para la seguridad, el incremento del secretismo oficial al estilo de la guerra fr¨ªa.
Vuelco intelectual
Todas las ¨¢reas del aparato de seguridad nacional han cobrado nueva vida, llenas de nuevas misiones, nuevos fondos, nuevas oficinas con nombres esot¨¦ricos y sin tareas p¨²blicamente reconocidas: el C4ISR para Operaciones HLS del Departamento de Defensa, por ejemplo. Ahora bien, si rascamos la superficie, lo que da su empuje a esta nueva guerra son las armas nucleares, biol¨®gicas y qu¨ªmicas, igual que ocurr¨ªa en la vieja con los misiles de rusos y chinos.
Tal como est¨¢n las cosas, lo conocido puede impedir a los nuevos guerreros ver lo obvio: que, por muy horribles que sean las armas de destrucci¨®n masiva, los explosivos convencionales son los que han llevado el terrorismo a una dimensi¨®n nueva. Y con esta mentalidad de guerra fr¨ªa hay un regreso a la vieja noci¨®n de que, cuando se trata de la seguridad nacional, siempre es mejor m¨¢s y m¨¢s grande. 'La Administraci¨®n de Bush ha abierto la llave del Tesoro para combatir el terrorismo mundial, y ha llevado a cabo un vuelco intelectual cuando aprob¨® el crecimiento sustancial del tama?o y el alcance de la burocracia federal', dice un militar retirado que vive en Washington y se dedica a la seguridad en suelo norteamericano.
Ir¨®nicamente, pese a la opini¨®n del Gobierno de que la Administraci¨®n anterior no se tomaba en serio nada en pol¨ªtica exterior, Bush est¨¢ siguiendo, en gran parte, el mapa trazado por Clinton.
El 21 de junio de 1995, el presidente Clinton firm¨® un documento secreto, llamado Directiva presidencial n¨²mero 39, que declaraba: 'EE UU dar¨¢ m¨¢xima prioridad al desarrollo de la capacidad para detectar, prevenir, derrotar y gestionar las consecuencias del uso terrorista de armas o sustancias nucleares, biol¨®gicas o qu¨ªmicas'. Hasta el 11 de septiembre, la Administraci¨®n de Bush prest¨® escasa atenci¨®n a la directiva; desde entonces ha asumido las prioridades de Clinton con ardor.
Nadie discute los peligros del terrorismo internacional ni la necesidad de una reacci¨®n eficaz. No obstante, la respuesta de la Administraci¨®n de Bush tiene dos problemas. Primero, al centrar tanta atenci¨®n y tanto dinero en las armas de destrucci¨®n masiva, el Gobierno quiz¨¢ se olvide de otro peligro m¨¢s probable, el de atentados m¨¢s sencillos. Segundo, al adoptar la mentalidad de guerra fr¨ªa -con su miedo impl¨ªcito respecto a la supervivencia nacional-, la Administraci¨®n de Bush ha emprendido una v¨ªa de secretismo y convicci¨®n de que el fin justifica los medios. En el pasado, ese miedo se convirti¨® en una licencia para cometer abusos que iban desde violaciones de derechos individuales hasta aventuras en el extranjero que perjudicaron los intereses nacionales sin mejorar gran cosa la seguridad.
Parece sintom¨¢tico de esta mentalidad que los altos funcionarios con los que he hablado se irriten a la menor duda sobre su estrategia o sus m¨¦todos. Pero hace falta plantear dudas. ?Ha fracasado la Operaci¨®n Libertad Duradera porque EE UU no haya capturado a Osama Bin Laden ni al mul¨¢ Mohammed Omar? ?Se han visto amenazadas las libertades civiles en el trato a los sospechosos de terrorismo? ?Es necesario todo el secretismo?
Las respuestas de los altos funcionarios son monocordes: acabar con los terroristas anula cualquier prioridad. Cualquier dato obtenido compensa lo que se tenga que sacrificar. El pueblo norteamericano comprende esas molestias.
Tanta seguridad nos devuelve a los primeros d¨ªas de la vieja guerra fr¨ªa, pero hay que recordar que ese deseo de autoridad de la Administraci¨®n de Bush est¨¢ reci¨¦n descubierto. A pesar de repetidos incidentes terroristas y avisos sobre futuros atentados en los meses y a?os anteriores al 11 de septiembre, el terrorismo no fue la m¨¢xima prioridad del nuevo Gobierno hasta los atentados.
Ahora, el inter¨¦s casi obsesivo por las armas de destrucci¨®n masiva plantea otro problema. En 1994, el Congreso ampli¨® la definici¨®n legal de dichas armas para incluir cualquier dispositivo destructor de gran tama?o, como el cami¨®n bomba de Oklahoma City. De forma que, aunque al p¨²blico le preocupen posibles dispositivos nucleares ocultos en buques de carga o toxinas letales en el centro comercial, la definici¨®n legal ampliada -como la vieja amenaza de la guerra fr¨ªa- se puede extender para justificar casi todo.
Y esa definici¨®n es la que adoptan sin vacilaci¨®n los planes secretos y las directivas que ha aprobado el presidente. La Junta de Jefes de Estado Mayor incluso ha inventado un nuevo acr¨®nimo para designar la amenaza: CBRNE, las siglas inglesas de explosivos qu¨ªmicos, biol¨®gicos, radiol¨®gicos, nucleares y de alto rendimiento.
'CBRNE incluye cualquier suceso, accidente industrial, acci¨®n de la naturaleza o acto terrorista', explica un documento de la Junta de Jefes de Estado Mayor. 'WMD se refiere a un dispositivo CBRNE dise?ado para causar v¨ªctimas'. La respuesta federal, para decirlo suavemente, ha sido exagerada. Las directivas de los Gobiernos de Clinton y Bush han dado vida a toda una infraestructura gubernamental, encargada de la lucha contra el terrorismo y las armas de destrucci¨®n masiva, en gran parte escondida de la opini¨®n p¨²blica.
En 1999, el Departamento de Defensa cre¨® un centro organizativo, llamado Apoyo Civil del Grupo Operativo Conjunto, para que se dedicara a la 'gesti¨®n de las consecuencias' en caso de un incidente CBRNE en suelo nacional.
Palabra clave
'La palabra clave es apoyo civil', dijo el secretario de Defensa de Clinton, William S. Cohen, en la ceremonia de activaci¨®n del grupo operativo, en octubre de 1999. 'En este grupo operativo est¨¢ muy claro que est¨¢n sometidos al control civil. No pretende menoscabar, en absoluto, la doctrina del posse comitatus'.
El motivo por el que Cohen hac¨ªa hincapi¨¦ en el apoyo civil era lo delicado de utilizar a militares en funciones de fuerzas del orden. La Ley de Posse Comitatus proh¨ªbe a las tropas militares ejecutar o imponer el cumplimiento de las leyes, salvo en los casos 'autorizados por la Constituci¨®n o una ley aprobada en el Congreso'.
En la pr¨¢ctica, hoy, no parece que a nadie le preocupen demasiado el control civil ni la prohibici¨®n de emplear a militares como fuerzas del orden civiles. 'No creemos que haya ning¨²n problema con el posse comitatus', dijo el 7 de mayo el secretario de Defensa, Donald H. Rumsfeld. 'No proponemos, ni propone el presidente, que el Ej¨¦rcito intervenga de pronto en papeles que hist¨®ricamente no ha desempe?ado y que por ley tenemos prohibido desempe?ar'.
Las palabras fundamentales en la declaraci¨®n de Rumsfeld son 'de pronto'. Nada de lo que se ha hecho ha sido repentino. Gran parte de esta infraestructura se estaba ya construyendo antes del 11-S, s¨®lo que funcionaba con piloto autom¨¢tico. Desde el 11-S, el equipo de Bush ha emprendido una transformaci¨®n organizativa m¨¢s dr¨¢stica para combatir una nueva guerra.
Los atentados del 11 de septiembre 'colocaron a nuestra naci¨®n... en situaci¨®n de guerra', declar¨® al Congreso el mes pasado el general William F. Kernan, jefe de las fuerzas de respuesta interior del Ej¨¦rcito estadounidense. 'Todos los elementos en activo, en la reserva, Guardia Nacional, servicio civil y contratados participan en esta guerra de dos frentes, uno en nuestro pa¨ªs y otro en el extranjero'.
Ahora bien, ?es Al Qaeda, o la comunidad terrorista internacional, equivalentes a la antigua URSS?, ?los m¨¦todos de la guerra fr¨ªa son nuestra mejor esperanza de seguridad, o son sencillamente algo que proporciona a unos funcionarios atribulados la tranquilidad de lo conocido?
El vicepresidente, Dick Cheney, en unas declaraciones recientes, parece mostrar el escepticismo de un veterano, y predice con certeza que habr¨¢ un nuevo incidente terrorista. Si falta la ret¨®rica del miedo quiz¨¢ se pudiera poner en tela de juicio la necesidad de una acci¨®n ilimitada por parte del Gobierno. Mientras tanto, el miedo existe; un miedo que parece haber afectado al Gobierno todav¨ªa m¨¢s que a la opini¨®n p¨²blica.
William M. Arkin es un analista de asuntos militares que escribe en 'Los Angeles Times'.
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