La Iglesia de los negocios
El poder terrenal de la Iglesia cat¨®lica ha constituido un tema de constante disputa en la sociedad espa?ola contempor¨¢nea, una cuesti¨®n, adem¨¢s, de fuerte atracci¨®n popular. Los anticlericales de finales del siglo XIX y primeras d¨¦cadas del siglo XX atacaron a la Iglesia por haber abandonado la fraternidad y la pobreza, rasgos originarios del cristianismo primitivo. Era la Iglesia de los ricos. Desde el joven Lerroux al obrero anarquista, pasando por las publicaciones anticlericales m¨¢s corrosivas, como El Mot¨ªn de principios de siglo o La Traca en el periodo republicano, compart¨ªan la idea de que el clero ten¨ªa un ansia insaciable de poder y dinero. El clero en general y los jesuitas en particular. Pose¨ªan todo y su codicia siempre les ped¨ªa m¨¢s. Lo escribi¨® Alejandro Lerroux en 1907, seg¨²n recuerda Jos¨¦ ?lvarez Junco en la biograf¨ªa de ese ilustre republicano: 'Se apoderan de las herencias, se procuran donaciones piadosas, catequizan a las hijas de las familias ricas y las hunden en sus monasterios'.
A los cl¨¦rigos se les representaba siempre en los grabados de esa prensa anticlerical gordos y lustrosos, rodeados de sacos de dinero, que escond¨ªan mientras ped¨ªan limosnas. El poder terrenal del clero se concretaba, si seguimos al peri¨®dico anarquista Solidaridad Obrera, en 'cantidades enormes de divisas fiduciarias, de metales preciosos, de acciones de un gran n¨²mero de empresas que explotan por mediaci¨®n de un segund¨®n'. Y ya en la guerra civil, en la sangrienta arremetida anticlerical del verano de 1936, los mismos milicianos y grupos armados que se llevaban a los obispos para asesinarlos, asaltaban sus palacios episcopales en busca de las grandes fortunas que se supon¨ªa ten¨ªan en ellos ocultas.
La victoria del Ej¨¦rcito de Franco en la guerra civil signific¨® el triunfo absoluto del poder terrenal de la Iglesia cat¨®lica. El 21 de mayo de 1939, reci¨¦n acabada la Cruzada con el correspondiente ba?o de sangre del infiel, Enrique Pla y Deniel, obispo de Salamanca y futuro primado de Espa?a, firm¨® su pastoral El triunfo de la Ciudad de Dios y la resurrecci¨®n de Espa?a. Tras el inevitable repaso a los m¨¢rtires y a la legislaci¨®n laica derogada por el Movimiento Nacional, Pla exig¨ªa reparar 'la grav¨ªsima injusticia de la supresi¨®n del presupuesto del Culto y Clero', llevada a cabo por la Rep¨²blica, y 'la injusticia cometida con la Iglesia en el orden econ¨®mico en los dos ¨²ltimos siglos'.
Y as¨ª fue. La Iglesia vivi¨® a partir de ese momento una larga ¨¦poca de felicidad plena, con una dictadura que la protegi¨®, la cubri¨® de privilegios, defendi¨® sus doctrinas y machac¨® a sus enemigos. La Iglesia recuper¨® todos sus privilegios institucionales, algunos de golpe, otros de forma gradual. El 9 de noviembre de 1939 se restableci¨® la financiaci¨®n estatal del culto y del clero, abolida por la Rep¨²blica. El 10 de marzo de 1941, el Estado se comprometi¨® mediante decreto a la reconstrucci¨®n de las iglesias parroquiales. A la espera de un nuevo concordato, hubo acuerdos entre el r¨¦gimen de Franco y el Vaticano, en 1941, 1946 y 1950, sobre la designaci¨®n de obispos, los nombramientos eclesi¨¢sticos y el mantenimiento de los seminarios y las universidades dependientes de la Iglesia. Por fin, en agosto de 1953, catorce a?os despu¨¦s del fin oficial de la guerra, un nuevo concordato entre el Estado espa?ol y la Santa Sede proclamaba formalmente la unidad cat¨®lica y reafirmaba la confesionalidad del Estado. El poder terrenal de la Iglesia llegaba hasta el cielo.
Casi cuatro d¨¦cadas dur¨® esa simbiosis e intercambio de favores entre la Iglesia y la dictadura de Franco. El aparato del poder pol¨ªtico se mantuvo intacto, con la ayuda de los dirigentes cat¨®licos, de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica y del Opus Dei, pese a que sufri¨® importantes desaf¨ªos desde comienzos de los a?os sesenta. Cuando muri¨® el 'invicto Caudillo' el 20 de noviembre de 1975, la Iglesia cat¨®lica ya no era el bloque monol¨ªtico que hab¨ªa apoyado la Cruzada y la venganza sangrienta de la posguerra. Pero el legado que le quedaba de esa ¨¦poca dorada de privilegios era, no obstante, impresionante en la educaci¨®n, en los aparatos de propaganda y en los medios de comunicaci¨®n. 'Ning¨²n gobernante, en ninguna ¨¦poca de nuestra historia', le dec¨ªa Carrero Blanco a Franco en diciembre de 1972, 'ha hecho m¨¢s por la Iglesia cat¨®lica que vuestra excelencia y ello (...) sin otra mira que el mejor servicio de Dios y de la patria, al que hab¨¦is consagrado vuestra vida con ejemplar entrega'. Puesta esa ayuda en cifras, el propio Carrero estimaba que en esas d¨¦cadas la Iglesia hab¨ªa ingresado en sus arcas 300.000 millones de pesetas procedentes de la financiaci¨®n estatal.
Muri¨® el Caudillo, desapareci¨® la dictadura y la nueva democracia le dio a la Iglesia un exquisito trato. El acuerdo entre la Santa Sede y el Estado espa?ol de 3 de enero de 1979 preve¨ªa el tr¨¢nsito progresivo de esa dependencia del apoyo estatal a un nuevo sistema de asignaci¨®n tributaria en el que los contribuyentes deciden voluntariamente si un peque?o porcentaje de su IRPF va a parar o no a las cuentas bancarias de la Iglesia. M¨¢s de veinte a?os despu¨¦s, sin embargo, ese tr¨¢nsito no se ha consumado y la Iglesia necesita un 'complemento' presupuestario con el que el Estado le echa una manita a su insuficiente asignaci¨®n tributaria.
Vista la historia, y exageraciones anticlericales al margen, a nadie deber¨ªa extra?ar que la Iglesia cat¨®lica invierta miles de millones en Bolsa o en otro tipo de negocios. Es libre de hacerlo, como cualquier ciudadano u organizaci¨®n. Tampoco pasa nada, tan acostumbrados como nos tiene esa misma historia, porque la Iglesia cat¨®lica, y s¨®lo la cat¨®lica, dependa tanto del presupuesto estatal, es decir, del dinero de todos los espa?oles. La Iglesia sigue siendo un poder terrenal, que arriesga su dinero en Gescartera, despide a una profesora de religi¨®n de un colegio p¨²blico por casarse con un divorciado o impone la ense?anza de la religi¨®n cat¨®lica en las escuelas p¨²blicas. Por cosas como ¨¦sas, y no porque nadie la persiga, aparece tan a menudo en los medios de comunicaci¨®n. Por eso y porque los m¨¢ximos representantes de su poder terrenal siguen empe?ados en hacer cosas muy diferentes a las que predican.
Juli¨¢n Casanova es historiador.
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