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LECTURA

Los desaf¨ªos b¨¦licos de Churchill

En t¨¦rminos personales, para Churchill la guerra se divide en tres periodos claramente marcados. El primero va de mayo de 1940 a diciembre de 1941. En ¨¦l estaba bajo la amenaza de peligro -de un peligro mortal y directo, eso s¨ª- que proven¨ªa ¨²nicamente del enemigo, de Hitler. Este periodo de peligro lo super¨® gloriosamente.

En diciembre de 1941, Hitler hab¨ªa dejado de ser verdaderamente peligroso. De diciembre de 1941 a noviembre de 1942 -un periodo de transici¨®n en el que ya no le amenazaba ninguna gran derrota, pero en el que la victoria a¨²n no estaba a la vista-, el peligro le vino a Churchill desde el frente pol¨ªtico patrio. De pronto volvi¨® a haber cr¨ªtica, y oposici¨®n, y fuerzas que pugnaban por derrocarlo. ?l se las apa?¨® muy bien y, desde finales de 1942 hasta el fin de la guerra, el frente dom¨¦stico qued¨® m¨¢s o menos en calma... aunque s¨®lo fuera una calma enga?osa, como pronto se iba a ver.

'Winston Churchill'

Sebastian Haffner. Destino.

Si Stafford Cripps le hubiera arrebatado el Gobierno en 1942, ?realmente eso habr¨ªa sido tan terrible, salvo, claro est¨¢, para el propio Churchill? Cripps era un pol¨ªtico de pura cepa
Al final de la guerra la ¨²nica fuerza que habr¨ªa en Europa ser¨ªa la de los ej¨¦rcitos aliados. Rusia no sobrepasar¨ªa sus fronteras y Francia resurgir¨ªa un poquito avergonzada
Winston Churchill no s¨®lo quer¨ªa aniquilar a Hitler, sino, de un mismo tir¨®n, dejar a Stalin fuera de combate e involucrar a Roosevelt, de tal modo que Estados Unidos ya nunca pudiera volver a separarse de Inglaterra

Pero en este tercer periodo, quienes hab¨ªan sido sus aliados pasaron a convertirse en sus enemigos m¨¢s ac¨¦rrimos: Stalin y, desde finales de 1943, tambi¨¦n Roosevelt. Y contra ellos, Churchill perdi¨®. En mayo de 1945, la victoria final contra Hitler -personaje que ya no ten¨ªa mayor inter¨¦s- le supo amarga, ya que sellaba al mismo tiempo su derrota contra Stalin y Roosevelt.

Y justo entonces, cuando todav¨ªa estaba buscando desesperadamente nuevas v¨ªas que le permitieran arrancarle siquiera una victoria parcial a esta derrota -pues ya sabemos que un Churchill nunca se rinde-, result¨® que tambi¨¦n la victoria en el frente patrio de 1942 demostr¨® ser p¨ªrrica. En julio de 1945 fue destituido por los electores y despojado de su poder.

?Qu¨¦ fue lo que hizo que, en el transcurso de 1942, el frente patrio de pronto volviera a serle peligroso a Churchill? Desde un punto de vista superficial (aunque no por eso menos cierto), simplemente que 1942 result¨® ser un a?o de duras derrotas militares para Inglaterra.

?xitos defensivos

En cambio, 1940 y 1941, aun con todos su permanentes peligros, aportaron considerables ¨¦xitos defensivos. Que entremedias fracasara una acometida como la expedici¨®n griega, todav¨ªa se pod¨ªa aceptar. Y a partir de 1942, ya todo eran victorias. Pero entre una etapa y otra, en 1942, todo sali¨® mal durante un a?o entero. Los japoneses arrollaron Malasia y Birmania, amenazando a la India. Rommel venci¨® al ej¨¦rcito del Nilo y penetr¨® profundamente en Egipto. La fortaleza inexpugnable de Singapur capitul¨® miserablemente con m¨¢s de 100.000 hombres. Tobruk, el fuerte del desierto, que el a?o anterior hab¨ªa resistido muchos meses aislado, cay¨® de golpe en un solo d¨ªa. La flota, sometida a exigencias excesivas, fue diezmada sin piedad, tanto en el Pac¨ªfico, en el oc¨¦ano ?ndico y en el Mediterr¨¢neo, como en los convoyes que recorr¨ªan el oc¨¦ano Glacial ?rtico con destino a Rusia. Las p¨¦rdidas de barcos comerciales por acci¨®n de los submarinos aumentaron excesivamente. Un intento de invasi¨®n en Dieppe tuvo resultados nefastos. La India se declar¨® en rebeld¨ªa, y Gandhi y Nehru acabaron en c¨¢rceles inglesas por ¨²ltima vez.

Viejos recuerdos salieron de nuevo a la luz: aquel Churchill reaccionario que antes de la era de Hitler siempre hab¨ªa estado equivocado. Pero, por encima de todo, lo que se le reprochaba eran todas aquellas derrotas en tierra y en mar que de repente empezaron a caer sobre el pa¨ªs. Despu¨¦s de todo, si se le hab¨ªa contratado era porque se supon¨ªa que entend¨ªa de guerras. Parec¨ªa evidente que, despu¨¦s de todo, no entend¨ªa tanto como ¨¦l se cre¨ªa. ?Si es que, en vez de mejorar, las cosas se estaban poniendo cada vez peor!

En julio hubo una moci¨®n de censura en el Parlamento. Fue rechazada, pero la crisis de confianza segu¨ªa latente. En septiembre sobrevino la amenaza de una crisis ministerial e incluso apareci¨® de pronto un candidato de la oposici¨®n: sir Stafford Cripps, un personaje marginal de la izquierda, al igual que Churchill lo hab¨ªa sido de la derecha. En tiempos de paz, Cripps nunca habr¨ªa tenido la menor oportunidad de convertirse en primer ministro, pero en la guerra, y bajo una coalici¨®n que aunaba a todos los partidos, no hab¨ªa nada imposible. Adem¨¢s, Cripps era la ant¨ªtesis de Churchill, de modo que su poder de fascinaci¨®n crec¨ªa con el mismo ritmo con el que se propagaba la decepci¨®n con respecto a su rival. Era un asceta de fr¨ªa inteligencia, una mezcla a lo Robespierre de puritanismo con radicalismo, de labios finos y ademanes precisos, sin duda un gran hombre a su manera, si no fuera porque en ¨¦l tambi¨¦n hab¨ªa cierto rasgo de vegetariana insipidez.

En septiembre, Cripps dimiti¨® del Gabinete, y lo hizo de manera que pasaba a asumir claramente el papel de candidato de la oposici¨®n a Churchill. ?ste consigui¨® arrancarle un aplazamiento hasta las grandes operaciones que se proyectaban para el norte de ?frica. Afortunadamente, estas operaciones le dieron a la guerra su punto de inflexi¨®n, con lo que Churchill qued¨® salvado y Cripps fracas¨®. Churchill lo degrad¨® a ministro de Armamento del Aire, y Cripps ya no volvi¨® a suponer nunca m¨¢s un peligro para ¨¦l.

Esta clase de episodios resulta reveladora, y su resultado denota cierto grado de justicia divina. Si Cripps hubiera sido el Robespierre que a muchos les parec¨ªa, se habr¨ªa batido duramente en duelo con Churchill justo en el instante de su mayor debilidad, y no se puede excluir que, en ese caso, Churchill hubiera ca¨ªdo en octubre de 1942, al igual que cayera Asquith en diciembre de 1916. En ese caso, Cripps se habr¨ªa convertido en el Lloyd George de la II Guerra Mundial.

Y, para ser sinceros, ?realmente, eso habr¨ªa sido tan terrible (salvo, claro est¨¢, para el propio Churchill)? Cripps no era un general¨ªsimo ni un h¨¦roe de guerra como su rival, sino un pol¨ªtico de pura cepa. Pero en el oto?o de 1942 ya se hab¨ªan asentado las bases de la futura victoria militar (a pesar de todas las derrotas de aquel a?o, que de tal modo hab¨ªan conmocionado al pa¨ªs y que Churchill, con una amplia mirada estrat¨¦gica, supo ver como los episodios puntuales que realmente eran). Y puede que el pol¨ªtico Cripps hubiera sabido adaptarse mejor al paisaje de la segunda mitad de la guerra que Churchill.

Un juego arriesgado

Y es que, bajo la superficie de la inquietud producida por las derrotas militares de 1942, en la crisis de aquel a?o tambi¨¦n subyac¨ªan preocupaciones m¨¢s profundas y todav¨ªa inexpresadas en torno a la pol¨ªtica general adoptada por Churchill. Se hab¨ªa extendido la sensaci¨®n de que estaba apostando bajo cuerda a un juego demasiado arriesgado, sensaci¨®n que, de hecho, estaba mucho m¨¢s justificada que la transitoria decepci¨®n por su gesti¨®n militar. Gracias a las victorias de los dos a?os y medio siguientes, esta sensaci¨®n se vio nuevamente acallada, aunque no por eso dej¨® de seguir latente. Finalmente, en julio de 1942, fue repentinamente liberada en la gran explosi¨®n que barri¨® a Churchill de un soplido.

En la gran alianza que Churchill y Hitler concertaron en 1941 por medio de la interacci¨®n, casi m¨ªstica, que marc¨® su relaci¨®n de principio a fin, sin lugar a dudas Inglaterra era la parte m¨¢s peque?a y fr¨¢gil. La pol¨ªtica l¨®gica de este pa¨ªs habr¨ªa sido actuar como nexo de uni¨®n todo el tiempo que fuera necesario, reservar sus propias energ¨ªas en la medida de lo posible y, cuando llegara el momento, procurar que la inevitable victoria de sus desmesurados aliados no fuera excesivamente completa y que las fuerzas vencidas quedaran m¨¢s o menos preservadas dentro del juego internacional de equilibrios.

Seguramente, tambi¨¦n Churchill se daba cuenta de todo eso. Sin embargo, al mismo tiempo ve¨ªa una posibilidad distinta y mucho m¨¢s gloriosa. Cre¨ªa estar vislumbrando el camino por medio del cual Inglaterra, aun siendo la parte m¨¢s peque?a, podr¨ªa dominar y dirigir a la gran coalici¨®n. Por as¨ª decirlo, Churchill se consideraba capaz de agitar el perro desde la cola. No quer¨ªa que la victoria quedara incompleta, y a¨²n menos amputarla premeditadamente. No estaba dispuesto a encarnar a la vez a Marlborough y a su rival Bolingbroke, quien, a espaldas del general¨ªsimo de entonces, hab¨ªa concertado con Luis XIV una paz especial tan ¨²til como poco elegante. Actuar as¨ª habr¨ªa sido un atentado contra su naturaleza. Churchill no s¨®lo quer¨ªa aniquilar a Hitler, sino, de un mismo tir¨®n, dejar a Stalin fuera de combate e involucrar a Roosevelt de tal modo que Am¨¦rica ya nunca pudiera volver a separarse de Inglaterra.

Para eso necesitaba que la guerra transcurriera de modo que Rusia quedara f¨ªsicamente apartada de Europa. Y para eso, la meta de la gran ofensiva angloamericana ten¨ªa que ser Europa oriental, y no Europa occidental. El mismo impulso que rompiera el poder de Alemania deb¨ªa servir para correr un cerrojo de acero entre Rusia y Europa. Pero eso implicaba que la guerra no deb¨ªa lanzarse desde el Oeste, sino desde el Sur, y no desde la base inglesa, sino desde la norteafricana, y no cruzando el canal, sino el Mediterr¨¢neo; no con la trayectoria de ataque Par¨ªs-Colonia-Ruhr, sino Trieste-Viena-Praga, para, desde all¨ª, seguir camino hasta Berl¨ªn o tal vez incluso hasta Varsovia.

Si se consegu¨ªa, al final de la guerra, la ¨²nica fuerza militar que habr¨ªa en Europa ser¨ªa la uni¨®n de los ej¨¦rcitos de Inglaterra y de Am¨¦rica, que dominar¨ªan el continente. Rusia no sobrepasar¨ªa sus fronteras y Francia no volver¨ªa a ser el escenario de ning¨²n combate, resurgiendo intacta y sin m¨¢cula, liberada y un poquito avergonzada. Y en la combinaci¨®n angloamericana, que a partir de entonces le procurar¨ªa un nuevo rostro a la Europa liberada y ocupada, Churchill se ve¨ªa capaz de seguir llevando la batuta.

Una visi¨®n deslumbrante

Una visi¨®n deslumbrante. Pero ?c¨®mo convertirla en realidad? ?C¨®mo imponer esta estrategia? Churchill nunca pudo exponer abiertamente su meta pol¨ªtica; desde luego, no pod¨ªa hacerlo de ning¨²n modo frente a Rusia, pero tampoco frente a Am¨¦rica. Por otra parte, todas las argumentaciones estrat¨¦gicas desaconsejaban su visi¨®n. Naturalmente, emprender el inmenso rodeo por el norte de ?frica en lugar de tomar el camino directo a trav¨¦s de Francia supon¨ªa una p¨¦rdida de tiempo y un debilitamiento de fuerzas: eso es algo de lo que pod¨ªa darse cuenta cualquier aprendiz de estrategia militar, y los militares americanos, encabezados por Marshall y Eisenhower, no se cansaron nunca de intentar hac¨¦rselo ver a Churchill desesperadamente.

Pero Churchill ten¨ªa un as en la manga: Am¨¦rica llevaba dos a?os de retraso con respecto a Inglaterra, tanto en el control de la guerra como en su preparaci¨®n. Si no quer¨ªa seguir esperando sin hacer nada hasta que dos o tres a?os despu¨¦s se viera al fin en situaci¨®n de dirigir la guerra a su manera -y Am¨¦rica siempre ha sido un pa¨ªs impaciente-, entonces no le quedaba m¨¢s remedio que aceptar de momento la guerra inglesa tal y como estaba, y adherirse a Inglaterra a modo de refuerzo, con unas fuerzas que, aun siendo todav¨ªa escasas, iban en aumento. Pero, claro, resulta que Inglaterra ya estaba comprometida... ?en el norte de ?frica!

Ni Roosevelt ni Stalin ten¨ªan el menor inter¨¦s en apoyar la estrategia sure?a de Churchill ni su trasfondo pol¨ªtico. Es m¨¢s, Stalin incluso ten¨ªa todo el inter¨¦s del mundo en frustrarla, e hizo todo lo que estuvo en su mano para ello. Y aun as¨ª, en un primer momento, Churchill logr¨® imponerla. Lo consigui¨® en el verano de 1942, mientras recib¨ªa golpes por todas partes y en todos los frentes, y cuando en su propio pa¨ªs empezaba a moverse el suelo bajo sus pies.

El Churchill de 1942 hab¨ªa dejado de ser el hombre del destino. El juego desmesuradamente temerario que emprendi¨® por aquel entonces acab¨® sali¨¦ndole mal, y, sin que ¨¦l lo supiera, el breve instante de gloria en el que le fue dado escribir unas cuantas l¨ªneas de la historia universal hab¨ªa transcurrido ya. Aun as¨ª, quien quiera admirar a Churchill en la cima de su fuerza y esplendor personal, har¨¢ bien en echarle al menos un vistazo a este Churchill de 1942. Aquel verano parec¨ªa tener veinte manos. Defendi¨® el pellejo en el Parlamento, neutraliz¨® a Cripps, planific¨® campa?as con los jefes de su plana mayor, atendi¨® a delegados americanos, vol¨® a Egipto para designar y destituir generales, vol¨® a Washington para implorarle a Roosevelt, vol¨® a Mosc¨² para hacerse valer frente a Stalin. Nunca lleg¨® a parecerse tanto a un bulldog que se niega a soltar su presa y que hunde m¨¢s profundamente sus colmillos a cada golpe que recibe. Y a finales de a?o lo consigui¨®. Por lo pronto, ten¨ªa a todo el mundo all¨ª donde ¨¦l quer¨ªa: a Hitler y a Stalin pele¨¢ndose en la Rusia profunda, a Rommel vencido y el Mediterr¨¢neo abierto, Am¨¦rica marchando junto a Inglaterra en el norte de ?frica. Todo estaba preparado para saltar al otro lado del Mediterr¨¢neo al a?o siguiente. Entretanto, las flotas a¨¦reas empezaban a bombardear Alemania. En el paso de 1942 a 1943, Churchill parec¨ªa tener el mundo en sus manos.

Sin embargo, s¨®lo un a?o m¨¢s tarde, toda su estrategia, y con ella su pol¨ªtica, estaba en ruinas. Churchill hab¨ªa construido sobre la base de que en la guerra resulta casi imposible dar marcha atr¨¢s en una opci¨®n estrat¨¦gica: el tren no tiene m¨¢s remedio que seguir circulando por los ra¨ªles que se le han tendido. Mientras compromet¨ªa a los americanos en el Mediterr¨¢neo con sus acciones, Churchill nunca dej¨® de aceptarles la invasi¨®n por el oeste con sus palabras: s¨ª, est¨¢ bien, en alg¨²n momento, al final de todo... Pero no cont¨® con que fueran a tomarlo al pie de la letra. No hab¨ªa cre¨ªdo posible que los americanos pudieran ser capaces de interrumpir brutalmente la imponente campa?a mediterr¨¢nea a la que ¨¦l los hab¨ªa conducido y en la que, por lo pronto, les gustara o no, hab¨ªan metido todo lo que ten¨ªan a mano; de dejarla ah¨ª varada como a un torso descabezado, de cambiar el rumbo de toda la operaci¨®n, asumiendo seis meses de tiempo perdido, y de volver a empezar desde cero siguiendo un enfoque completamente distinto. Pero eso es exactamente lo que hicieron.

Conferencia de Teher¨¢n

El perro acab¨® harto de que lo agitaran desde la cola. A finales de 1943, tras dos a?os de armamento y de movilizaci¨®n, Am¨¦rica hab¨ªa llegado al punto en el que ya pod¨ªa dirigir su propia guerra y estaba decidida a hacerlo. Ya no depend¨ªa de tener que prestar servicios auxiliares a Inglaterra. En la Conferencia de Teher¨¢n, a finales de noviembre de 1943, Roosevelt se ali¨® con Stalin contra Churchill. Y a Churchill no le qued¨® otro remedio que ceder a rega?adientes y dejar que echaran a pique toda su obra estrat¨¦gico-pol¨ªtica del a?o anterior.

En Teher¨¢n se decidi¨® todo lo que se llevar¨ªa a la pr¨¢ctica en el verano de 1944 y que marcar¨ªa la historia de la posguerra europea: la liquidaci¨®n de la estrategia meridional de Churchill y su sustituci¨®n por el desembarco franc¨¦s. Eso no fue s¨®lo una decisi¨®n estrat¨¦gica, sino tambi¨¦n altamente pol¨ªtica: implicaba que Rusia no iba a quedar aislada de Europa, sino que Este y Oeste iban a topar justo en el centro del Viejo Continente. La visi¨®n churchilliana de una Europa que respondiera a su visi¨®n -una Europa conservadora restaurada bajo auspicios angloamericanos- se convirti¨® as¨ª en una utop¨ªa. La Europa de posguerra, o bien ser¨ªa una Europa de izquierdas, democr¨¢tica y m¨¢s o menos socialista, o bien quedar¨ªa dividida en dos. (...)

Para Churchill, Teher¨¢n supuso el punto de inflexi¨®n de la guerra, pero tambi¨¦n un punto de inflexi¨®n en su vida. Su 69? cumplea?os cay¨® en plena conferencia. Hasta entonces, apenas se le hab¨ªa notado la tremenda tensi¨®n f¨ªsica y an¨ªmica que exig¨ªa la guerra en una fase vital tan tard¨ªa. Su rostro segu¨ªa siendo un rosado rostro de beb¨¦, por mucho que, ciertamente, adelantara amenazadoramente la barbilla y luciera una expresi¨®n de rabia contenida. Su capacidad de trabajo y de concentraci¨®n, as¨ª como su autodominio, su capacidad de decisi¨®n y su resistencia segu¨ªan rozando lo inaudito. Pero de repente, durante la misma conferencia, fue envejeciendo a ojos vista, hasta el punto de que se podr¨ªa decir que, hora tras hora, se fue transformando en un anciano: prolijo, falto de concentraci¨®n, distra¨ªdo. En las pausas de la conferencia hablaba sombr¨ªamente de la guerra futura en la que se estaban metiendo: la guerra con Rusia. 'Y ser¨¢ una guerra a¨²n m¨¢s terrible que ¨¦sta. Pero yo ya no estar¨¦ aqu¨ª. Estar¨¦ durmiendo. Dormir¨¦ durante millones de a?os'. Eso no sonaba como las palabras de un hombre de Estado, sino m¨¢s bien como las de un visionario: un visionario un poco senil.

Dolencia psicosom¨¢tica

En el viaje de regreso de Teher¨¢n, en Cartago, donde deb¨ªa entrevistarse con Eisenhower, Churchill cay¨® v¨ªctima de una grave pulmon¨ªa, a todas luces una dolencia psicosom¨¢tica. Durante un par de d¨ªas estuvo entre la vida y la muerte. Superada la crisis por medio de potentes antibi¨®ticos, empez¨® a organizar enseguida un nuevo entreacto: un desembarco cerca de Roma con el que pretend¨ªa poner en movimiento el paralizado frente italiano. ?Realmente pod¨ªa darse el caso de que los americanos tuvieran el valor de desmontar este frente justo cuando empezaba a estar de nuevo en plena marcha? Pero el desembarco de Anzio qued¨® en papel mojado, y a finales del invierno de 1944 regresaba a Londres un Churchill profundamente abatido.

A partir de Teher¨¢n se introduce en la conducta de Churchill un rasgo incoherente e imprevisible, una especie de avanzar a salto de mata. Continuaba estando -o volv¨ªa a estar- plet¨®rico de energ¨ªa y lleno de ocurrencias, segu¨ªa muy activo y contundente en sus palabras, a¨²n era capaz de tomar grandes decisiones y de realizar grandes acciones. S¨®lo que ahora las decisiones adquir¨ªan un car¨¢cter algo repentino, y las acciones, improvisado. Ya no contaban con el apoyo de un gran concepto global porque se lo hab¨ªan roto. Y, tras este golpe, tampoco como persona sigui¨® siendo plenamente la misma de tres a?os antes. S¨ª, sin duda a¨²n era el Churchill de siempre, pero algo descompuesto y desgarrado, m¨¢s irritable, imprevisible, envejecido y mal¨¦volo que antes. (...)

En t¨¦rminos personales, para Churchill la guerra se divide en tres periodos claramente marcados. El primero va de mayo de 1940 a diciembre de 1941. En ¨¦l estaba bajo la amenaza de peligro -de un peligro mortal y directo, eso s¨ª- que proven¨ªa ¨²nicamente del enemigo, de Hitler. Este periodo de peligro lo super¨® gloriosamente.

En diciembre de 1941, Hitler hab¨ªa dejado de ser verdaderamente peligroso. De diciembre de 1941 a noviembre de 1942 -un periodo de transici¨®n en el que ya no le amenazaba ninguna gran derrota, pero en el que la victoria a¨²n no estaba a la vista-, el peligro le vino a Churchill desde el frente pol¨ªtico patrio. De pronto volvi¨® a haber cr¨ªtica, y oposici¨®n, y fuerzas que pugnaban por derrocarlo. ?l se las apa?¨® muy bien y, desde finales de 1942 hasta el fin de la guerra, el frente dom¨¦stico qued¨® m¨¢s o menos en calma... aunque s¨®lo fuera una calma enga?osa, como pronto se iba a ver.

Pero en este tercer periodo, quienes hab¨ªan sido sus aliados pasaron a convertirse en sus enemigos m¨¢s ac¨¦rrimos: Stalin y, desde finales de 1943, tambi¨¦n Roosevelt. Y contra ellos, Churchill perdi¨®. En mayo de 1945, la victoria final contra Hitler -personaje que ya no ten¨ªa mayor inter¨¦s- le supo amarga, ya que sellaba al mismo tiempo su derrota contra Stalin y Roosevelt.

Y justo entonces, cuando todav¨ªa estaba buscando desesperadamente nuevas v¨ªas que le permitieran arrancarle siquiera una victoria parcial a esta derrota -pues ya sabemos que un Churchill nunca se rinde-, result¨® que tambi¨¦n la victoria en el frente patrio de 1942 demostr¨® ser p¨ªrrica. En julio de 1945 fue destituido por los electores y despojado de su poder.

?Qu¨¦ fue lo que hizo que, en el transcurso de 1942, el frente patrio de pronto volviera a serle peligroso a Churchill? Desde un punto de vista superficial (aunque no por eso menos cierto), simplemente que 1942 result¨® ser un a?o de duras derrotas militares para Inglaterra.

?xitos defensivos

En cambio, 1940 y 1941, aun con todos su permanentes peligros, aportaron considerables ¨¦xitos defensivos. Que entremedias fracasara una acometida como la expedici¨®n griega, todav¨ªa se pod¨ªa aceptar. Y a partir de 1942, ya todo eran victorias. Pero entre una etapa y otra, en 1942, todo sali¨® mal durante un a?o entero. Los japoneses arrollaron Malasia y Birmania, amenazando a la India. Rommel venci¨® al ej¨¦rcito del Nilo y penetr¨® profundamente en Egipto. La fortaleza inexpugnable de Singapur capitul¨® miserablemente con m¨¢s de 100.000 hombres. Tobruk, el fuerte del desierto, que el a?o anterior hab¨ªa resistido muchos meses aislado, cay¨® de golpe en un solo d¨ªa. La flota, sometida a exigencias excesivas, fue diezmada sin piedad, tanto en el Pac¨ªfico, en el oc¨¦ano ?ndico y en el Mediterr¨¢neo, como en los convoyes que recorr¨ªan el oc¨¦ano Glacial ?rtico con destino a Rusia. Las p¨¦rdidas de barcos comerciales por acci¨®n de los submarinos aumentaron excesivamente. Un intento de invasi¨®n en Dieppe tuvo resultados nefastos. La India se declar¨® en rebeld¨ªa, y Gandhi y Nehru acabaron en c¨¢rceles inglesas por ¨²ltima vez.

Viejos recuerdos salieron de nuevo a la luz: aquel Churchill reaccionario que antes de la era de Hitler siempre hab¨ªa estado equivocado. Pero, por encima de todo, lo que se le reprochaba eran todas aquellas derrotas en tierra y en mar que de repente empezaron a caer sobre el pa¨ªs. Despu¨¦s de todo, si se le hab¨ªa contratado era porque se supon¨ªa que entend¨ªa de guerras. Parec¨ªa evidente que, despu¨¦s de todo, no entend¨ªa tanto como ¨¦l se cre¨ªa. ?Si es que, en vez de mejorar, las cosas se estaban poniendo cada vez peor!

En julio hubo una moci¨®n de censura en el Parlamento. Fue rechazada, pero la crisis de confianza segu¨ªa latente. En septiembre sobrevino la amenaza de una crisis ministerial e incluso apareci¨® de pronto un candidato de la oposici¨®n: sir Stafford Cripps, un personaje marginal de la izquierda, al igual que Churchill lo hab¨ªa sido de la derecha. En tiempos de paz, Cripps nunca habr¨ªa tenido la menor oportunidad de convertirse en primer ministro, pero en la guerra, y bajo una coalici¨®n que aunaba a todos los partidos, no hab¨ªa nada imposible. Adem¨¢s, Cripps era la ant¨ªtesis de Churchill, de modo que su poder de fascinaci¨®n crec¨ªa con el mismo ritmo con el que se propagaba la decepci¨®n con respecto a su rival. Era un asceta de fr¨ªa inteligencia, una mezcla a lo Robespierre de puritanismo con radicalismo, de labios finos y ademanes precisos, sin duda un gran hombre a su manera, si no fuera porque en ¨¦l tambi¨¦n hab¨ªa cierto rasgo de vegetariana insipidez.

En septiembre, Cripps dimiti¨® del Gabinete, y lo hizo de manera que pasaba a asumir claramente el papel de candidato de la oposici¨®n a Churchill. ?ste consigui¨® arrancarle un aplazamiento hasta las grandes operaciones que se proyectaban para el norte de ?frica. Afortunadamente, estas operaciones le dieron a la guerra su punto de inflexi¨®n, con lo que Churchill qued¨® salvado y Cripps fracas¨®. Churchill lo degrad¨® a ministro de Armamento del Aire, y Cripps ya no volvi¨® a suponer nunca m¨¢s un peligro para ¨¦l.

Esta clase de episodios resulta reveladora, y su resultado denota cierto grado de justicia divina. Si Cripps hubiera sido el Robespierre que a muchos les parec¨ªa, se habr¨ªa batido duramente en duelo con Churchill justo en el instante de su mayor debilidad, y no se puede excluir que, en ese caso, Churchill hubiera ca¨ªdo en octubre de 1942, al igual que cayera Asquith en diciembre de 1916. En ese caso, Cripps se habr¨ªa convertido en el Lloyd George de la II Guerra Mundial.

Y, para ser sinceros, ?realmente, eso habr¨ªa sido tan terrible (salvo, claro est¨¢, para el propio Churchill)? Cripps no era un general¨ªsimo ni un h¨¦roe de guerra como su rival, sino un pol¨ªtico de pura cepa. Pero en el oto?o de 1942 ya se hab¨ªan asentado las bases de la futura victoria militar (a pesar de todas las derrotas de aquel a?o, que de tal modo hab¨ªan conmocionado al pa¨ªs y que Churchill, con una amplia mirada estrat¨¦gica, supo ver como los episodios puntuales que realmente eran). Y puede que el pol¨ªtico Cripps hubiera sabido adaptarse mejor al paisaje de la segunda mitad de la guerra que Churchill.

Un juego arriesgado

Y es que, bajo la superficie de la inquietud producida por las derrotas militares de 1942, en la crisis de aquel a?o tambi¨¦n subyac¨ªan preocupaciones m¨¢s profundas y todav¨ªa inexpresadas en torno a la pol¨ªtica general adoptada por Churchill. Se hab¨ªa extendido la sensaci¨®n de que estaba apostando bajo cuerda a un juego demasiado arriesgado, sensaci¨®n que, de hecho, estaba mucho m¨¢s justificada que la transitoria decepci¨®n por su gesti¨®n militar. Gracias a las victorias de los dos a?os y medio siguientes, esta sensaci¨®n se vio nuevamente acallada, aunque no por eso dej¨® de seguir latente. Finalmente, en julio de 1942, fue repentinamente liberada en la gran explosi¨®n que barri¨® a Churchill de un soplido.

En la gran alianza que Churchill y Hitler concertaron en 1941 por medio de la interacci¨®n, casi m¨ªstica, que marc¨® su relaci¨®n de principio a fin, sin lugar a dudas Inglaterra era la parte m¨¢s peque?a y fr¨¢gil. La pol¨ªtica l¨®gica de este pa¨ªs habr¨ªa sido actuar como nexo de uni¨®n todo el tiempo que fuera necesario, reservar sus propias energ¨ªas en la medida de lo posible y, cuando llegara el momento, procurar que la inevitable victoria de sus desmesurados aliados no fuera excesivamente completa y que las fuerzas vencidas quedaran m¨¢s o menos preservadas dentro del juego internacional de equilibrios.

Seguramente, tambi¨¦n Churchill se daba cuenta de todo eso. Sin embargo, al mismo tiempo ve¨ªa una posibilidad distinta y mucho m¨¢s gloriosa. Cre¨ªa estar vislumbrando el camino por medio del cual Inglaterra, aun siendo la parte m¨¢s peque?a, podr¨ªa dominar y dirigir a la gran coalici¨®n. Por as¨ª decirlo, Churchill se consideraba capaz de agitar el perro desde la cola. No quer¨ªa que la victoria quedara incompleta, y a¨²n menos amputarla premeditadamente. No estaba dispuesto a encarnar a la vez a Marlborough y a su rival Bolingbroke, quien, a espaldas del general¨ªsimo de entonces, hab¨ªa concertado con Luis XIV una paz especial tan ¨²til como poco elegante. Actuar as¨ª habr¨ªa sido un atentado contra su naturaleza. Churchill no s¨®lo quer¨ªa aniquilar a Hitler, sino, de un mismo tir¨®n, dejar a Stalin fuera de combate e involucrar a Roosevelt de tal modo que Am¨¦rica ya nunca pudiera volver a separarse de Inglaterra.

Para eso necesitaba que la guerra transcurriera de modo que Rusia quedara f¨ªsicamente apartada de Europa. Y para eso, la meta de la gran ofensiva angloamericana ten¨ªa que ser Europa oriental, y no Europa occidental. El mismo impulso que rompiera el poder de Alemania deb¨ªa servir para correr un cerrojo de acero entre Rusia y Europa. Pero eso implicaba que la guerra no deb¨ªa lanzarse desde el Oeste, sino desde el Sur, y no desde la base inglesa, sino desde la norteafricana, y no cruzando el canal, sino el Mediterr¨¢neo; no con la trayectoria de ataque Par¨ªs-Colonia-Ruhr, sino Trieste-Viena-Praga, para, desde all¨ª, seguir camino hasta Berl¨ªn o tal vez incluso hasta Varsovia.

Si se consegu¨ªa, al final de la guerra, la ¨²nica fuerza militar que habr¨ªa en Europa ser¨ªa la uni¨®n de los ej¨¦rcitos de Inglaterra y de Am¨¦rica, que dominar¨ªan el continente. Rusia no sobrepasar¨ªa sus fronteras y Francia no volver¨ªa a ser el escenario de ning¨²n combate, resurgiendo intacta y sin m¨¢cula, liberada y un poquito avergonzada. Y en la combinaci¨®n angloamericana, que a partir de entonces le procurar¨ªa un nuevo rostro a la Europa liberada y ocupada, Churchill se ve¨ªa capaz de seguir llevando la batuta.

Una visi¨®n deslumbrante

Una visi¨®n deslumbrante. Pero ?c¨®mo convertirla en realidad? ?C¨®mo imponer esta estrategia? Churchill nunca pudo exponer abiertamente su meta pol¨ªtica; desde luego, no pod¨ªa hacerlo de ning¨²n modo frente a Rusia, pero tampoco frente a Am¨¦rica. Por otra parte, todas las argumentaciones estrat¨¦gicas desaconsejaban su visi¨®n. Naturalmente, emprender el inmenso rodeo por el norte de ?frica en lugar de tomar el camino directo a trav¨¦s de Francia supon¨ªa una p¨¦rdida de tiempo y un debilitamiento de fuerzas: eso es algo de lo que pod¨ªa darse cuenta cualquier aprendiz de estrategia militar, y los militares americanos, encabezados por Marshall y Eisenhower, no se cansaron nunca de intentar hac¨¦rselo ver a Churchill desesperadamente.

Pero Churchill ten¨ªa un as en la manga: Am¨¦rica llevaba dos a?os de retraso con respecto a Inglaterra, tanto en el control de la guerra como en su preparaci¨®n. Si no quer¨ªa seguir esperando sin hacer nada hasta que dos o tres a?os despu¨¦s se viera al fin en situaci¨®n de dirigir la guerra a su manera -y Am¨¦rica siempre ha sido un pa¨ªs impaciente-, entonces no le quedaba m¨¢s remedio que aceptar de momento la guerra inglesa tal y como estaba, y adherirse a Inglaterra a modo de refuerzo, con unas fuerzas que, aun siendo todav¨ªa escasas, iban en aumento. Pero, claro, resulta que Inglaterra ya estaba comprometida... ?en el norte de ?frica!

Ni Roosevelt ni Stalin ten¨ªan el menor inter¨¦s en apoyar la estrategia sure?a de Churchill ni su trasfondo pol¨ªtico. Es m¨¢s, Stalin incluso ten¨ªa todo el inter¨¦s del mundo en frustrarla, e hizo todo lo que estuvo en su mano para ello. Y aun as¨ª, en un primer momento, Churchill logr¨® imponerla. Lo consigui¨® en el verano de 1942, mientras recib¨ªa golpes por todas partes y en todos los frentes, y cuando en su propio pa¨ªs empezaba a moverse el suelo bajo sus pies.

El Churchill de 1942 hab¨ªa dejado de ser el hombre del destino. El juego desmesuradamente temerario que emprendi¨® por aquel entonces acab¨® sali¨¦ndole mal, y, sin que ¨¦l lo supiera, el breve instante de gloria en el que le fue dado escribir unas cuantas l¨ªneas de la historia universal hab¨ªa transcurrido ya. Aun as¨ª, quien quiera admirar a Churchill en la cima de su fuerza y esplendor personal, har¨¢ bien en echarle al menos un vistazo a este Churchill de 1942. Aquel verano parec¨ªa tener veinte manos. Defendi¨® el pellejo en el Parlamento, neutraliz¨® a Cripps, planific¨® campa?as con los jefes de su plana mayor, atendi¨® a delegados americanos, vol¨® a Egipto para designar y destituir generales, vol¨® a Washington para implorarle a Roosevelt, vol¨® a Mosc¨² para hacerse valer frente a Stalin. Nunca lleg¨® a parecerse tanto a un bulldog que se niega a soltar su presa y que hunde m¨¢s profundamente sus colmillos a cada golpe que recibe. Y a finales de a?o lo consigui¨®. Por lo pronto, ten¨ªa a todo el mundo all¨ª donde ¨¦l quer¨ªa: a Hitler y a Stalin pele¨¢ndose en la Rusia profunda, a Rommel vencido y el Mediterr¨¢neo abierto, Am¨¦rica marchando junto a Inglaterra en el norte de ?frica. Todo estaba preparado para saltar al otro lado del Mediterr¨¢neo al a?o siguiente. Entretanto, las flotas a¨¦reas empezaban a bombardear Alemania. En el paso de 1942 a 1943, Churchill parec¨ªa tener el mundo en sus manos.

Sin embargo, s¨®lo un a?o m¨¢s tarde, toda su estrategia, y con ella su pol¨ªtica, estaba en ruinas. Churchill hab¨ªa construido sobre la base de que en la guerra resulta casi imposible dar marcha atr¨¢s en una opci¨®n estrat¨¦gica: el tren no tiene m¨¢s remedio que seguir circulando por los ra¨ªles que se le han tendido. Mientras compromet¨ªa a los americanos en el Mediterr¨¢neo con sus acciones, Churchill nunca dej¨® de aceptarles la invasi¨®n por el oeste con sus palabras: s¨ª, est¨¢ bien, en alg¨²n momento, al final de todo... Pero no cont¨® con que fueran a tomarlo al pie de la letra. No hab¨ªa cre¨ªdo posible que los americanos pudieran ser capaces de interrumpir brutalmente la imponente campa?a mediterr¨¢nea a la que ¨¦l los hab¨ªa conducido y en la que, por lo pronto, les gustara o no, hab¨ªan metido todo lo que ten¨ªan a mano; de dejarla ah¨ª varada como a un torso descabezado, de cambiar el rumbo de toda la operaci¨®n, asumiendo seis meses de tiempo perdido, y de volver a empezar desde cero siguiendo un enfoque completamente distinto. Pero eso es exactamente lo que hicieron.

Conferencia de Teher¨¢n

El perro acab¨® harto de que lo agitaran desde la cola. A finales de 1943, tras dos a?os de armamento y de movilizaci¨®n, Am¨¦rica hab¨ªa llegado al punto en el que ya pod¨ªa dirigir su propia guerra y estaba decidida a hacerlo. Ya no depend¨ªa de tener que prestar servicios auxiliares a Inglaterra. En la Conferencia de Teher¨¢n, a finales de noviembre de 1943, Roosevelt se ali¨® con Stalin contra Churchill. Y a Churchill no le qued¨® otro remedio que ceder a rega?adientes y dejar que echaran a pique toda su obra estrat¨¦gico-pol¨ªtica del a?o anterior.

En Teher¨¢n se decidi¨® todo lo que se llevar¨ªa a la pr¨¢ctica en el verano de 1944 y que marcar¨ªa la historia de la posguerra europea: la liquidaci¨®n de la estrategia meridional de Churchill y su sustituci¨®n por el desembarco franc¨¦s. Eso no fue s¨®lo una decisi¨®n estrat¨¦gica, sino tambi¨¦n altamente pol¨ªtica: implicaba que Rusia no iba a quedar aislada de Europa, sino que Este y Oeste iban a topar justo en el centro del Viejo Continente. La visi¨®n churchilliana de una Europa que respondiera a su visi¨®n -una Europa conservadora restaurada bajo auspicios angloamericanos- se convirti¨® as¨ª en una utop¨ªa. La Europa de posguerra, o bien ser¨ªa una Europa de izquierdas, democr¨¢tica y m¨¢s o menos socialista, o bien quedar¨ªa dividida en dos. (...)

Para Churchill, Teher¨¢n supuso el punto de inflexi¨®n de la guerra, pero tambi¨¦n un punto de inflexi¨®n en su vida. Su 69? cumplea?os cay¨® en plena conferencia. Hasta entonces, apenas se le hab¨ªa notado la tremenda tensi¨®n f¨ªsica y an¨ªmica que exig¨ªa la guerra en una fase vital tan tard¨ªa. Su rostro segu¨ªa siendo un rosado rostro de beb¨¦, por mucho que, ciertamente, adelantara amenazadoramente la barbilla y luciera una expresi¨®n de rabia contenida. Su capacidad de trabajo y de concentraci¨®n, as¨ª como su autodominio, su capacidad de decisi¨®n y su resistencia segu¨ªan rozando lo inaudito. Pero de repente, durante la misma conferencia, fue envejeciendo a ojos vista, hasta el punto de que se podr¨ªa decir que, hora tras hora, se fue transformando en un anciano: prolijo, falto de concentraci¨®n, distra¨ªdo. En las pausas de la conferencia hablaba sombr¨ªamente de la guerra futura en la que se estaban metiendo: la guerra con Rusia. 'Y ser¨¢ una guerra a¨²n m¨¢s terrible que ¨¦sta. Pero yo ya no estar¨¦ aqu¨ª. Estar¨¦ durmiendo. Dormir¨¦ durante millones de a?os'. Eso no sonaba como las palabras de un hombre de Estado, sino m¨¢s bien como las de un visionario: un visionario un poco senil.

Dolencia psicosom¨¢tica

En el viaje de regreso de Teher¨¢n, en Cartago, donde deb¨ªa entrevistarse con Eisenhower, Churchill cay¨® v¨ªctima de una grave pulmon¨ªa, a todas luces una dolencia psicosom¨¢tica. Durante un par de d¨ªas estuvo entre la vida y la muerte. Superada la crisis por medio de potentes antibi¨®ticos, empez¨® a organizar enseguida un nuevo entreacto: un desembarco cerca de Roma con el que pretend¨ªa poner en movimiento el paralizado frente italiano. ?Realmente pod¨ªa darse el caso de que los americanos tuvieran el valor de desmontar este frente justo cuando empezaba a estar de nuevo en plena marcha? Pero el desembarco de Anzio qued¨® en papel mojado, y a finales del invierno de 1944 regresaba a Londres un Churchill profundamente abatido.

A partir de Teher¨¢n se introduce en la conducta de Churchill un rasgo incoherente e imprevisible, una especie de avanzar a salto de mata. Continuaba estando -o volv¨ªa a estar- plet¨®rico de energ¨ªa y lleno de ocurrencias, segu¨ªa muy activo y contundente en sus palabras, a¨²n era capaz de tomar grandes decisiones y de realizar grandes acciones. S¨®lo que ahora las decisiones adquir¨ªan un car¨¢cter algo repentino, y las acciones, improvisado. Ya no contaban con el apoyo de un gran concepto global porque se lo hab¨ªan roto. Y, tras este golpe, tampoco como persona sigui¨® siendo plenamente la misma de tres a?os antes. S¨ª, sin duda a¨²n era el Churchill de siempre, pero algo descompuesto y desgarrado, m¨¢s irritable, imprevisible, envejecido y mal¨¦volo que antes. (...)

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