La de cosas que hemos visto
Figura
La delirante autocomplacencia del partido en el Gobierno est¨¢ alcanzando ese peligroso l¨ªmite del mentiroso que termina por instalarse para siempre en la irrealidad de sus propias enga?ifas. No es del todo cierto que una falsedad mil veces repetida acabe por convertirse en certidumbre, aunque la cantinela oficial es destacable tambi¨¦n por otra inconsecuencia. Es tanto lo que Zaplana tiene hecho, su Gobierno ha colocado a nuestra Comunidad en tan altas cimas de autoestima (ya empieza a correr la voz en toda Europa acerca del milagro valenciano), y es tan dif¨ªcil la empresa de superar esa brillant¨ªsima ejecutoria que, en buena l¨®gica, el Ejecutivo deber¨ªa dimitir en pleno, alcanzados todos sus objetivos. L¨¢stima que los no menos de cien mendigos que te salen cada d¨ªa al paso entre Pont de Fusta y la Estaci¨®n del Norte prefieran abstenerse del bienestar de ese deslumbrante entusiasmo.
Exultante
Se sent¨ªa tan desdichado que nunca hab¨ªa sido tan feliz. Ah¨ª es nada. Aznar embroncado con cl¨¦rigos y sindicatos y universidades y urdiendo una nueva batalla de Lepanto con la reforma de la ley de morer¨ªa mientras la Bolsa se desploma con la segura parsimonia del agonizante. Tan exultante estaba que al levantarse un lunes de la cama se dijo que lo mismo era uno de esos grandes d¨ªas en que pod¨ªa aprovechar su enchufe de funcionario para empezar a escribir otra novelita en horas de trabajo y que igual la navegaci¨®n por internetes diversos le pon¨ªa en la bandeja de entrada desgracias todav¨ªa m¨¢s estimulantes. Con algo de suerte, incluso podr¨ªa darse un atentado que le sirviera para embastar su columna del diario, y qui¨¦n sabe si ya en faena tendr¨ªa la dicha de que un ataque de Bush a Irak lo sacara al fin de la depresi¨®n. El mundo -se dijo- es una mierda, y menos mal que estoy yo aqu¨ª para hacerlo un poco m¨¢s insoportable.
El mercado infantil
Es muy evidente en teatro y en televisi¨®n, pero tambi¨¦n en cine y en instalaciones de arte o en proclamas pol¨ªticas susceptibles de rozar la mayor¨ªa absoluta. No se trata tanto de una simplicidad embaucadora como de la determinaci¨®n de tomar al usuario de un mont¨®n de actividades que le conciernen por un ni?o crecidito pero sin capacidad de discernir. Hay quien sospecha que desde el Holocausto la explicaci¨®n especulativa del mundo se ha infantilizado de manera progresiva, debido a la dificultad de entender que millones de adultos participaran en una atrocidad de tal calibre. Otros a?aden la certidumbre de que el menoreo sexual rampante expresa la renuncia del adulto a la confrontaci¨®n er¨®tica con sus iguales por ver de obtener ventaja en algo, y a¨²n otros se barruntan que la microciencia se refugia en el estudio de lo diminuto para evitar pronunciarse sobre el engorro incomprensible de la tremenda conducta humana.
Y el del hambre
Tambi¨¦n podr¨ªamos morirnos de risa. Esto es que Berlusconi y Aznar va y cogen y se presentan en la Cumbre del Hambre celebrada en Roma para arreglar el mundo. Con esta gente no se sabe nunca si nos tienen por est¨²pidos o por simplemente idiotas. Berlusconi, con varias causas abiertas por malversaciones diversas que ha cerrado en su calidad de jefe de Gobierno y por las que ha llevado al hambre a unos cuantos millares de sus v¨ªctimas directas. Aznar, sisando prestaciones por decreto a los parados y a la vez dispuesto a solucionar el problema del hambre mundial. Ni uno ni otro saben lo que es eso, como es natural, pues que de lo contrario cuesta entender que se presten a esa f¨¢bula. Ni lo saben ni les importa gran cosa, porque de otro modo ni el uno se burlar¨ªa de la justicia evadiendo la responsabilidad de sus estraperlos ni el otro llevar¨ªa la miseria a los parados. Que se saquen la foto en el jard¨ªn de sus palacios y que dejen en paz el hambre profunda de sus v¨ªctimas.
Una estampa
A punto de anochecer, desde la ventana, las incesantes golondrinas se emparejan a velocidad de crucero en juegos de volantines que no es preciso comprender mientras inician el descenso unos cuantos aviones repletos de luz y de pasajeros de camino hacia el aeropuerto cuando las luces de situaci¨®n apenas se iluminan a s¨ª mismas -tanto dura aqu¨ª el ocaso en estos d¨ªas- y en la cubierta m¨¢s alegre de un antiguo colegio de curas hay un mirlo solitario que canta de siete a ocho sin que ninguna mirla -como dir¨ªa alguna escritora feminista- le haga caso, al tiempo que desde el ¨¢tico se ve a las monjitas de la Trinitat jugando al corro como cr¨ªas en el patio, ajenas a la altura de unos edificios que superan cualquier muro y sin saber lo que alg¨²n elegante caballero estar¨¢ haciendo en este mismo momento con sus m¨ªseros ahorros.
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