Comedia herida

Jean Charles Tacchella es un viejo y curtido corredor de fondo del cine franc¨¦s, aqu¨ª desconocido.

Lo que de este hombre de cine sabemos aqu¨ª de manera directa es poca cosa. Su ya prolongada tarea arranca de la cr¨ªtica, el ensayo hist¨®rico y la escritura de pel¨ªculas en los a?os cincuenta y sesenta, a caballo entre el cine previo (que ya la presagiaba) a la nouvelle vague y el de la fase de consolidaci¨®n y r¨¢pida resaca de este movimiento fundacional de estilos y variantes de gran riqueza del cine moderno. Parece ser, sobre todo, Tacchella un escritor de pel¨ªculas que, tras mover sus ideas en una veintena de filmes realizados por otros, fue orientando poco a poco su trabajo de escritura hacia la puesta en pantalla de sus guiones, lo que le ha permitido realizar en los ¨²ltimos 25 a?os alrededor de una docena de largometrajes, que raramente han escapado de las fronteras de su pa¨ªs.

Es Los que se aman su ¨²ltimo trabajo, procede de 1999 y hay en ¨¦l resonanacias de un lado directo y di¨¢fano de la explosi¨®n imaginativa de la nouvelle vague, el que, para entendernos, ocupan Fran?ois Truffaut y, m¨¢s cerca, Claude Sautet. Y despide este filme de Tacchella ecos de buena comedia agridulce sobre el buen vivir y el bien envejecer. Mueve, entre destellos de vivo ingenio literario, a un grupo de gente culta, refinada, libre y sentimental, personajes inteligentes pero secretamente heridos, a los que Tacchella trata con amor, tacto y mimo, enred¨¢ndolos en un juego de cruces rec¨ªprocos, de fugas y de reencuentros mutuos con los que teje una especie de red o de tela de ara?a biogr¨¢fica.

Los que se aman es la cr¨®nica de dos amantes, una mujer y un hombre que rozan la cincuentena y que, desde el d¨ªa en que se conocieron, hace d¨¦cadas, siguen enamorados y, a lo largo de los vaivenes de a?os y m¨¢s a?os en que se unen y se separan, construyen en el espejo de su inagotable t¨² a t¨² una forma de tensi¨®n sentimental inagotable, una especie de primer amor que no cesa, con aires de eterno. E involucran, en este hallazgo vital, ella a una hija suya y ¨¦l a un amigo joven, el hijo que no tiene, que toman sin saberlo el testigo de este inagotable encuentro y parecen, sin saberlo, destinados a repetir el mismo juego de unas vidas recorridas en l¨ªnea quebrada, que se entrelazan, se enredan, se buscan, chocan y se alejan, para volver luego a encontrarse, en un itinerario siempre interrumpido y siempre renacido intacto. Bonito asunto, secretamente amargo y, un poco m¨¢s al fondo, secretamente optimista.

El d¨²o de eternos enamorados lo componen Richard Berry (que sostiene con gran y meritoria soltura el tipo ante ella) y una Jacqueline Bisset en estado de gracia, cuya simple presencia hace cre¨ªble que alguien alimente y sostenga a trav¨¦s de tres d¨¦cadas intacto un enamoramiento primerizo de ella. Y les flanquean un actor poco expresivo, Bruno Putzulu, y una actriz, Julie Gayet, que tiene fuerza fotog¨¦nica y que, aunque joven, comienza a abrirse un lugar en el cine franc¨¦s.