Paso hacia la dignidad
El Tribunal Supremo estadounidense ha tardado 13 a?os en desdecirse de su malhadada decisi¨®n de 1989 autorizando la ejecuci¨®n de los disminuidos ps¨ªquicos. Pero m¨¢s vale tarde que nunca, y la ¨²ltima instancia judicial de EE UU acaba de apostar por la decencia en un fallo trascendental, seis votos contra tres, al considerar inconstitucional la aplicaci¨®n de la pena de muerte a los retrasados mentales. En los corredores de la muerte de 20 Estados que todav¨ªa permiten la ejecuci¨®n de estos discapacitados esperan decenas de reclusos que nunca han comprendido el alcance de sus actos o sus implicaciones morales, a los que el fallo evitar¨¢ ahora la c¨¢mara de gas o la inyecci¨®n letal.
El pa¨ªs que se pretende campe¨®n universal de los derechos humanos compart¨ªa con Jap¨®n y Kirguizist¨¢n el dudoso privilegio de ajusticiar a disminuidos ps¨ªquicos convictos de asesinato. El Supremo no consideraba que hacerlo violase la prohibici¨®n de castigos 'crueles o inusuales' contenida en la Octava Enmienda constitucional; y todav¨ªa hoy, para tres de sus nueve miembros, representantes del arca¨ªsmo m¨¢s recalcitrante, el fallo representa poco menos que una excentricidad. Desde la restauraci¨®n de la pena de muerte en EE UU, en 1976, han sido ejecutados al menos 35 de aquellos condenados, objetivados por un coeficiente intelectual inferior a 70.
Estados Unidos tiene una causa pendiente con la pena de muerte, un castigo inhumano y degradante que todav¨ªa apoyan mayoritariamente sus ciudadanos, pese a la evidencia incontrastable de errores sin posible enmienda. Abolida en 12 de sus 50 Estados, su aplicaci¨®n, sin embargo, suscita cada vez mayores protestas y controversia, y en el caso de los disminuidos ps¨ªquicos repugna insuperablemente a la mayor¨ªa por lo que tiene de violaci¨®n de cualquier pauta de justicia civilizada. En palabras del magistrado ponente, los estadounidenses consideran a los minusv¨¢lidos ps¨ªquicos radicalmente menos culpables que a los restantes condenados por delitos capitales.
La decisi¨®n del Supremo estadounidense abre en este contexto una espita a la esperanza. Es tard¨ªa y revela un cisma ideol¨®gico entre los ¨²ltimos responsables de modelar el cuerpo social; pero se produce en un momento de creciente debate y alimenta la esperanza de que la ¨²nica superpotencia del planeta, y referente en tantos ¨¢mbitos, se deshaga pronto de la lacra moral que representa el m¨¢s ileg¨ªtimo e in¨²til de los castigos.
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