La oscura vida de Galimberti
Los problemas de liquidez del grupo eran cada vez m¨¢s apremiantes. A Galimberti se le abri¨® otra posibilidad de generar recursos cuando conoci¨® al economista H¨¦ctor Gambarotta, que hab¨ªa estado relacionado con los montoneros en los a?os setenta y buscaba un espacio acad¨¦mico en Europa. Gambarotta le propuso crear un centro de formaci¨®n intelectual, que fuera respaldado por la socialdemocracia europea, y Galimberti sinti¨® una suerte de iluminaci¨®n. Era un proyecto que pod¨ªa mantener rentador a parte de su grupo y solventar la estructura pol¨ªtica. Desde los tiempos en que lo secundaban Grosso y Raventos, ten¨ªa debilidad por los hombres dotados de una formaci¨®n te¨®rica superior a la suya. Gambarotta le explicaba que a la dictadura argentina la sosten¨ªan 10.000 millones de d¨®lares de reserva, capitales golondrinas, pero que a m¨¢s tardar, hacia mayo de 1980, iba a estallar la crisis y se generar¨ªan condiciones para el retorno. Gambarotta hab¨ªa reunido al economista Carlos Bruno, al f¨ªsico nuclear M¨¢ximo Victoria, al dirigente socialista Didier Motchane, entre otros, pero el factor decisivo para crear un instituto era el economista ?scar Braun.
'Galimberti. Cr¨®nica negra de la historia reciente de Argentina'
Marcelo Larraquy y Roberto Caballero Aguilar
Capdevielle convenci¨® a los m¨¦dicos sirios con un trueque. Les pidi¨® que empeoraran el diagn¨®stico de Galimberti a cambio de cuatro cajas de whisky y co?¨¢ que tra¨ªan en el avi¨®n militar
Braun dirig¨ªa un Instituto de Investigaciones Sociales en La Haya. Hab¨ªa sido profesor de Gambarotta en la Universidad de Bah¨ªa Blanca, y despu¨¦s del golpe de Estado le hab¨ªa conseguido un trabajo en Senegal. Gambarotta viaj¨® a Holanda para explicarle su idea a Braun. Fue directo al grano.
-Mir¨¢, ?scar, nos conocemos desde hace tiempo. No te voy a andar con vueltas. Estoy con los montos de Galimberti. Queremos montar un instituto, un centro de estudios en el que puedan trabajar exiliados. Vos sab¨¦s que hay mucha gente sin laburo dando vueltas por Europa. Est¨¢ muy dura la cosa. Entonces pensamos que se podr¨ªa crear una extensi¨®n de tu instituto en Par¨ªs o B¨¦lgica, y de esa manera...
Braun le escuch¨® con atenci¨®n.
-Est¨¢ bien. Si sirve para ayudar, es buena idea. Tra¨¦melo a Galimberti que lo quiero conocer.
Al mes, lleg¨® Julieta. Rosal¨ªa Cort¨¦s, la mujer de Braun y soci¨®loga del instituto, hab¨ªa conocido a Galimberti en los tiempos en que se refugiaba en el departamento de Sylvina Walger. Pero le llam¨® la atenci¨®n c¨®mo estaba vestida Julieta. Ten¨ªa ropa lujosa, de casas europeas. Y durante la charla coment¨® algunas an¨¦cdotas de viajes a¨¦reos. Cort¨¦s quiso sacarse de la duda.
-?Pero c¨®mo es que ustedes, si est¨¢n exiliados y no tienen dinero, viajan tanto en avi¨®n?
-Es la mejor forma de evitar la polic¨ªa -respondi¨® Galimberti.
-?Y la ropa?
-Para disimular. Nosotros viajamos a todos lados sin equipaje. As¨ª que cuando llegamos a alg¨²n lugar, compramos todo lo que necesitamos y de esa manera nos evitamos preguntas -contest¨® Julieta.
La fortuna de los Braun
A Braun la respuesta le pareci¨® natural. A su mujer, en cambio, Julieta le cay¨® antip¨¢tica de entrada. Era una chica que no parec¨ªa tener m¨¢s de 25 a?os, una belleza punki a la europea, pero casi maleducada. Durante la charla, Braun coment¨® al pasar que hac¨ªa muy poco tiempo hab¨ªa muerto su padre. A Galimberti ya se lo hab¨ªa anticipado Gambarotta, que le explic¨® la dimensi¨®n de la fortuna de la familia Braun. Eran propietarios de acciones del Banco de Galicia, vinculados a los Braun Men¨¦ndez Behety, que eran due?os de 'media Patagonia'.
A Cort¨¦s, el grupo de Galimberti le generaba sentimientos contradictorios. Como su marido, pensaba que hab¨ªa que ayudar a los exiliados, gente impedida de regresar a su pa¨ªs por causa de sus ideales. Pero el propio Galimberti no le gustaba. Cort¨¦s era amiga de Lila Pastoriza y estaba enterada de que ¨¦l difund¨ªa por Europa que todos los ex prisioneros de la ESMA estaban al servicio de la Marina. Las continuas visitas del grupo empezaron a ponerla nerviosa. Sospechaba que para ¨¦stos la formaci¨®n del instituto carec¨ªa de contenido, salvo el de sentirlo como fuente de ingresos econ¨®micos. Eso la fastidiaba. Braun hab¨ªa aceptado montar el instituto, alquil¨® el local, pagaba viajes, los sueldos de los empleados... (...)
En el exilio viv¨ªa cada d¨ªa en constante movimiento. Pero sent¨ªa que ni Par¨ªs, su grupo pol¨ªtico, el Instituto Clader que empezaba a presidir Gambarotta, ni ninguna de las mujeres con las que se acostaba, pod¨ªan domesticarlo del todo. Tem¨ªa convertirse en 'un exiliado de caf¨¦', condenado a una vida vulgar y mundana, lejos de la ¨¦pica con la que hab¨ªa so?ado. Intent¨® explicarle a Marie [una de sus amantes en el exilio parisino ]por qu¨¦ hab¨ªa decidido enrolarse en L¨ªbano.
-Nietzsche dice que una buena causa justifica la guerra. Yo digo que una buena guerra justifica cualquier causa. Quiero ir a la guerra.
-?Pero no hiciste la guerra en tu pa¨ªs? -le pregunt¨® ella.
-No... Nosotros ¨ªbamos al combate sin armas. Lo m¨¢ximo que tiramos en una operaci¨®n fueron 200 tiros, contados por los cargadores de cada uno... Eran combates policiales. Quiero vivir una guerra de verdad, Marie.
Ya ten¨ªa el contacto restablecido con el responsable de la OLP de Par¨ªs. Los palestinos sent¨ªan aprecio por Galimberti. Abu Yihad, el jefe militar de Al Fatah, la organizaci¨®n m¨¢s poderosa de la OLP, acept¨® la incorporaci¨®n del ex montonero como jefe de un pelot¨®n multinacional de voluntarios.
Beirut era una ruina cuando lleg¨® Galimberti. Los barrios ricos estaban recostados sobre las laderas de las monta?as. Algunas casas ten¨ªan un tanque de guerra en el garaje, al que engrasaban por la noche. Los edificios estaban destruidos, las calles tomadas por los distintos grupos y los secuestros eran permanentes.
Oficial de la OLP
Galimberti era oficial de la OLP, a cargo de un puesto de control de la 'l¨ªnea verde', que divid¨ªa Beirut . Cierto d¨ªa, sus subordinados le avisaron de que un grupo proiran¨ª hab¨ªa secuestrado a un grupo de militares franceses. La OLP desconfiaba de las tendencias musulmanas proclives al terrorismo antioccidental. Ya hab¨ªan secuestrado y matado a un general americano. Ellos peleaban por una naci¨®n palestina laica y multiconfesional y ten¨ªan una posici¨®n conciliadora con Occidente. Despu¨¦s de todo, sus principales cuadros se hab¨ªan educado en Europa. Pero en la guerra de L¨ªbano conflu¨ªan varias facciones. Una de ellas, de extracci¨®n isl¨¢mica, m¨¢s tarde formar¨ªa el Partido de Dios (Hezbol¨¢).
Los franceses hab¨ªan ca¨ªdo en manos de esa facci¨®n, a la que la gente de Abu Yihad bautiz¨® 'los iran¨ªes'. La OLP no quer¨ªa conflictos con ellos. Luego de una escaramuza, que incluy¨® tiroteos intermitentes, el pelot¨®n de Al Fatah que comandaba Galimberti logr¨® llevarse a un reh¨¦n franc¨¦s a su campamento, donde fue retenido hasta que se decidiera qu¨¦ hacer con ¨¦l.
A las dos horas, el franc¨¦s quiso hablar con 'el jefe'. Galimberti acept¨® verlo. Ten¨ªa la absoluta certeza de que era un esp¨ªa.
-Terminemos con esto. D¨ªgame qui¨¦n es y lo largo a su embajada de una buena vez... -le dijo en franc¨¦s.
-Soy periodista...
Galimberti se dio media vuelta. No val¨ªa la pena seguir el di¨¢logo. El otro jug¨® su ¨²ltima bala:
-?Usted habla espa?ol? -le pregunt¨® en perfecto castellano.
Galimberti le contest¨® que s¨ª.
-Yo viv¨ª en la Argentina... -dijo el detenido.
-Huy, flaco, dec¨ªme qui¨¦n sos, que me parece que somos del mismo barrio.
-Est¨¢ bien. Te digo la verdad. Me llamo Xavier Capdevielle. Tengo 24 a?os. Soy oficial de Inteligencia de la Fuerza A¨¦rea francesa. Estoy en una misi¨®n especial.
-Hubi¨¦ramos empezado por ah¨ª. ?Cu¨¢ndo estuviste en la Argentina?
-Hasta el a?o 1976. Mi padre hizo negocios con el Ej¨¦rcito de su pa¨ªs. Despu¨¦s la guerrilla comunista le vol¨® las manos...
Galimberti qued¨® petrificado:
-?Qui¨¦n era tu padre?
-Capdevielle se llama. Era muy conocido all¨¢ en Buenos Aires.
-Bueno, dej¨¢, olvid¨¢te.
Galimberti dio por finalizada la charla. Sab¨ªa qui¨¦n era Capdevielle. Figuraba en el directorio de 18 empresas francesas. La Columna Norte le hab¨ªa volado las manos con una carta-bomba enviada a su piso de Belgrano. Esa noche hubo cerveza libre para todos. Xavier Capdevielle no entend¨ªa nada.
Al otro d¨ªa, Galimberti lo mand¨® en un jeep con tres escoltas de la OLP oficial a la Embajada de Francia y pudo volver a su pa¨ªs.
Galimberti no pod¨ªa dormir bien. Sent¨ªa que la pesadilla argentina lo persegu¨ªa incluso en una tierra tan lejana, en una guerra tan distinta. Una noche se levant¨® del catre de campa?a para ir al ba?o. En la instrucci¨®n le hab¨ªan dicho que siempre, por m¨¢s tranquilo que estuviera el clima, deb¨ªa agacharse al pasar por una ventana. Esta vez no lo hizo. Los cristales estallaron. Un balazo de calibre 5,56 mil¨ªmetros hizo a?icos la ventana. El proyectil se le incrust¨® en las costillas y le perfor¨® el pulm¨®n. Era su primera herida de guerra, m¨¢s seria que 'el rasp¨®n' que dijo haber recibido en Villa Adelina en 1976.
Qued¨® tirado en el piso, ba?ado en sangre. Fue trasladado de urgencia a un hospital precario montado por la OLP. Los m¨¦dicos le extrajeron la bala y le diagnosticaron un neumot¨®rax. Con el correr de las horas, fue empeorando. Se decidi¨® que lo mejor era trasladarlo a alg¨²n centro asistencial de la Rep¨²blica Popular ?rabe Siria, que manten¨ªa estrechos v¨ªnculos con la OLP de Yasir Arafat. El herido volaba de fiebre. Ning¨²n antipir¨¦tico surt¨ªa efecto. Deliraba. Se aferraba a un poema, escrito por Tawfig Azzayad, alcalde de Nazareth:
'Somos los guardas de las sombras / de los naranjos y de los olivos / sembramos las ideas como la levadura / en la pasta / nuestros nervios son de hielo / pero nuestros corazones despiden fuego. / Cuando tengamos sed / exprimiremos las piedras / comer¨ªamos la tierra / si tuvi¨¦ramos hambre / pero no nos iremos / y no seremos avaros de nuestra sangre. / Aqu¨ª tenemos un pasado / un presente. / Aqu¨ª / est¨¢ nuestro futuro / Palestina'.
Traslado a Damasco
En esas condiciones fue subido a un helic¨®ptero, hasta Damasco. Se despert¨® con el pelo revuelto por las r¨¢fagas de viento cruzado. Gir¨® la cabeza y descubri¨® que el campo de batalla, visto desde el aire, semejaba un inmenso y pac¨ªfico tapiz verde. El sonido monocorde de las h¨¦lices le dio sue?o. Volvi¨® a desvanecerse. Cuando abri¨® los ojos de nuevo, estaba tendido en la camilla de un hospital de Damasco. Un m¨¦dico se le acerc¨® para comprobar la dilataci¨®n de las pupilas. Luego llam¨® a una enfermera para que controlara la fiebre del paciente reci¨¦n ingresado.
-?Qui¨¦n es? -pregunt¨® la auxiliar.
-Un importante oficial de la OLP -le contest¨® el m¨¦dico.
Al o¨ªr aquello, Galimberti se sinti¨® reconfortado, pero otra vez cay¨® en un lapso de inconsciencia. Lograron estabilizarlo, pero sigui¨® con 'pron¨®stico reservado'. S¨®lo despert¨® al otro d¨ªa. Cuando recuper¨® la consciencia estaba ante un m¨¦dico sirio.
-D¨ªganle a los franceses que soy un voluntario extranjero -lleg¨® a decir. Fue toda su gesti¨®n desde la cama.
En Par¨ªs, Xavier Capdevielle estaba disfrutando del milagro de su supervivencia. La OLP lo hab¨ªa salvado de un casi seguro fusilamiento a manos de los 'iran¨ªes'. Su embajada hab¨ªa hecho el resto. Estaba tom¨¢ndose d¨ªas francos y ya hab¨ªa pedido la baja de la Fuerza A¨¦rea, cuando son¨® su tel¨¦fono. Desde el Ministerio de Aeron¨¢utica le dec¨ªan que hab¨ªa un asunto que s¨®lo ¨¦l pod¨ªa resolver. Hab¨ªan recibido una petici¨®n de protecci¨®n de una persona de 'especial inter¨¦s' para el Gobierno de Francia y sus jefes le ordenaban viajar a Damasco para que hiciera un reconocimiento positivo. Hab¨ªa llegado la informaci¨®n de que se estaba muriendo. Capdevielle no tuvo tiempo de protestar. Tom¨® sus cosas y vol¨® a Damasco en el primer avi¨®n. El sujeto por el que ten¨ªa que preguntar estaba internado.
Cuando lleg¨®, se entrevist¨® con el director del hospital. Le dijo que el paciente que buscaba era un oficial de la OLP, herido en un barrio de Beirut. Su estado no era bueno, cualquier traslado -le avis¨® el m¨¦dico- pod¨ªa agravar las condiciones de salud. Capdevielle pidi¨® hablar con ¨¦l. Lo llevaron a una habitaci¨®n con dos camas. Una estaba desocupada. En la otra dorm¨ªa el desconocido con la cara vuelta hacia la pared.
Se acerc¨® y lo movi¨® con el brazo. El paciente volvi¨® la cara. La sorpresa fue de los dos.
-?Vos sos...?
-?Qu¨¦ hac¨¦s ac¨¢?
-Soy tu ¨¢ngel de la guarda. Me mand¨® mi Gobierno. Parece que les interes¨¢s...
Pero hab¨ªa problemas. Los sirios no quer¨ªan desprenderse del 'combatiente de la OLP'. Dec¨ªan que atenderlo era una obligaci¨®n moral, que pod¨ªan demostrar hospitalidad a sus mercenarios y que sus hospitales contaban con tecnolog¨ªa suficiente como para revivirlo. Capdevielle llam¨® a Par¨ªs. Desde all¨¢ explicaron que no pod¨ªan sacar a su hombre por salvoconducto diplom¨¢tico porque ten¨ªa un pedido de captura internacional. Deb¨ªa sacarlo de Damasco clandestinamente e introducirlo en Francia del mismo modo.
El problema que se le presentaba era doble. Galimberti ahora ten¨ªa dificultades respiratorias.
-Me dijeron que tengo que sacarte por v¨ªa informal.
-No creo que los sirios quieran... -contest¨® Galimberti.
-Van a querer. Adem¨¢s, te debo la vida. Esto es sangre por sangre. Dej¨¢me ver qu¨¦ puedo hacer...
Capdevielle estuvo cuatro d¨ªas tratando de vencer la negativa de las autoridades del hospital y de los servicios de inteligencia sirios. Termin¨® convenciendo a los m¨¦dicos con un trueque. Les pidi¨® que empeoraran el diagn¨®stico de Galimberti a cambio de cuatro cajas de whisky y co?¨¢ que tra¨ªan en el avi¨®n militar. Los dos oficiales franceses que lo acompa?aban se quejaron porque hab¨ªan puesto el dinero de su bolsillo y no se lo iban a reconocer como gastos personales.
Entonces los m¨¦dicos sirios doparon a Galimberti y empezaron a decir que se mor¨ªa. Le bajaron las se?ales vitales al m¨ªnimo y las autoridades militares aceptaron entregarlo. Si se ten¨ªa que morir, que lo hiciera lejos de ah¨ª.
Del hospital fueron hasta el aeropuerto, donde los esperaba un avi¨®n militar franc¨¦s. Volaron a Marsella, Francia, donde qued¨® internado.
Llamadas extra?as
Misi¨®n cumplida, pens¨® Capdevielle y regres¨® a su casa. Pero hubo otra llamada extra?a. Sus jefes le pidieron que gestionara una cama en el Hospital Militar de Par¨ªs para el hombre que hab¨ªa rescatado de Siria. Capdevielle no entend¨ªa el porqu¨¦ de tantas cortes¨ªas. Hizo la reserva y viaj¨® a la cl¨ªnica. Entr¨® en la habitaci¨®n y le comunic¨® la novedad al argentino. Se quiso sacar la duda:
-?Qui¨¦n sos vos, realmente?
Hasta ese momento, Galimberti le hab¨ªa dicho que era un mercenario, que se hab¨ªa alistado en la OLP s¨®lo por recibir un salario. Pero el juego hab¨ªa llegado demasiado lejos.
-Me llamo Rodolfo Galimberti...
-Tu apellido italiano no me dice nada.
-Fui jefe montonero en la Argentina.
Capdevielle se qued¨® mudo. Le cost¨® reaccionar.
-?De la guerrilla comunista?
-Peronista. De la guerrilla peronista.
-?Ustedes le volaron las manos a mi padre?
-S¨ª, nosotros le pusimos la bomba.
El di¨¢logo se volvi¨® glacial.
-Esto que me dec¨ªs es terrible. Vos dejaste lisiado a mi padre...
-Yo no, la organizaci¨®n.
-?Por qu¨¦ no me lo dijiste antes?
-Te lo quise decir, pero estaba demasiado preocupado por sobrevivir. Ahora te pido perd¨®n.
-Estamos a mano.
Di¨¢logo con su v¨ªctima
Capdevielle se fue del hospital consternado. Cuando le cont¨® a su padre, pidi¨® conocerlo. Apenas sali¨® del Hospital Militar, Galimberti fue a su encuentro. Arregl¨® una cita para las tres de la tarde, pero se demor¨® hasta las nueve de la noche. Ten¨ªa miedo. Por fin entr¨® en una mansi¨®n en un barrio parisiense. La criada lo llev¨® hasta un amplio sal¨®n, en la semipenumbra. Tard¨® unos minutos en acostumbrar la vista.
-Buenas noches... -escuch¨® Galimberti. La voz ven¨ªa desde atr¨¢s. Se dio vuelta. Alcanz¨® a adivinar una silueta. Capdevielle padre estaba sentado en una silla de ruedas.
-Hace seis horas que lo estoy esperando. Pero hace seis a?os que espero algo m¨¢s importante todav¨ªa: una explicaci¨®n.
La sombra se acerc¨® en adem¨¢n de saludo. Galimberti estrech¨® su mano en un mu?¨®n. Se acomod¨® en un sill¨®n, a la izquierda del due?o de casa. Hubo un largo silencio antes de que Capdevielle comenzara a hablar:
-Yo siempre fui un muy buen amigo de su pa¨ªs. Me port¨¦ muy bien con los militares y los distintos Gobiernos. Trabaj¨¦ como si estuviera en mi patria. Siempre les vend¨ª lo mejor. Le habl¨¦ bien de ustedes a todas mis amistades. Por eso no puedo entender por qu¨¦ me hicieron esto -dijo el anciano, y se inclin¨® en el respaldo.
Galimberti le apoy¨® una mano sobre la pierna. Se qued¨® un momento en silencio. Despu¨¦s dijo:
-Mi pa¨ªs vivi¨® una guerra. Yo provengo de un movimiento pol¨ªtico que estuvo proscrito durante d¨¦cadas. Fuimos perseguidos, torturados y fusilados en los basurales. Vivimos en las condiciones m¨¢s espantosas. No pod¨ªamos decir siquiera el nombre de nuestro conductor. Estaba prohibido. Fuimos hijos de una violencia incomprensible. Y tambi¨¦n es muy dif¨ªcil explicar nuestra violencia. Usted fue blanco de una operaci¨®n militar destinada a castigar a los que ayudaban a masacrarnos. Creo que fue una locura. Pero no puedo m¨¢s que pedirle disculpas.
El padre de Xavier Capdevielle comenz¨® a lagrimear sin hacer ruido. Apenas balbuce¨®:
-Yo lo ¨²nico que quer¨ªa era una explicaci¨®n...
El anciano sali¨® a despedirlo en su silla hasta la puerta de calle.
-Lo perdono -le dijo-, pero no lo olvido.
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