Las guerreras amazonas vuelven a hollar la tierra griega conjuradas por Peter Stein
El director alem¨¢n estrena en el teatro de Epidauro su montaje de 'Pentesilea', de Kleist
Se hizo la oscuridad y el grito de guerra de las amazonas volvi¨® a resonar, como en los tiempos de Homero, entre las dulces colinas de la Arg¨®lida. El director alem¨¢n Peter Stein las ha conjurado como protagonistas de su espectacular montaje de Pentesilea, de Kleist, estrenado el pasado fin de semana en el teatro griego de Epidauro. La desaforadamente rom¨¢ntica historia de la desgraciada reina de las amazonas, Pentesilea, que a la cabeza de las hijas de Ares de un solo pecho guerrea con los griegos, emocion¨® al p¨²blico, embriagado por el paisaje, las ruinas, la c¨¢lida noche y las hermosas palabras.
El montaje se ver¨¢ del 1 al 7 de agosto en el Festival de Teatro Cl¨¢sico de M¨¦rida
La representaci¨®n del primer combate entre la reina y el p¨¦lida parece sacado de una metopa
Maddalena Crippa, la actriz que encarna a Pentesilea, se mostr¨® como una gran tr¨¢gica y pareci¨® ser capaz de dominar incluso los elementos: la escena final de su muerte fue apoyada de manera sobrecogedora por una r¨¢faga de viento.
El montaje, en versi¨®n italiana de Enrico Filippini, se ver¨¢ del 1 al 7 de agosto en el Festival de Teatro Cl¨¢sico de M¨¦rida, que es coproductor junto con el de Epidauro.
La leyenda de Pentesilea, gran reina de las amazonas como lo fueron tambi¨¦n en la mitolog¨ªa Hip¨®lita, despojada de su cintur¨®n sagrado por H¨¦rcules; Ant¨ªope, secuestrada y enamorada por Teseo, la latina Camila y la gran Mirina, vencedora de atlantes y gorgonas, es conmovedora y terrible: la virgen guerrera se present¨® con su ej¨¦rcito de matadoras de hombres en la llanura de Troya para apoyar a la ciudad de Pr¨ªamo contra los aqueos. Enfrentada en combate singular con Aquiles, ¨¦ste la venci¨®, pero al retirarle el yelmo qued¨® prendado de la reina amazona mientras la ve¨ªa expirar y, seg¨²n algunas versiones, la posey¨® en un arrebato necrof¨ªlico. El tema, uno de los m¨¢s recurrentes entre las muchas amazonomaquias tan populares en el arte griego, figura en terracotas, vasos y pinturas.
Henrich von Kleist (1777- 1811), sin embargo, no sigue la convenci¨®n. Para ¨¦l, atormentado lector de Kant, inmenso poeta, autor de La marquesa de O y El pr¨ªncipe de Homburg, la historia de Pentesilea, tal como la recrea en su obra, es muy otra. Es la reina de las amazonas la que, en un arrebato de locura atroz a la que la conduce su pasi¨®n por Aquiles, mata al h¨¦roe griego y lo destroza a mordiscos, todo ello entre palabras tan bellas como terribles: 'Besos, mordiscos, son palabras que riman, y todo el que ama de coraz¨®n los puede confundir'.
Peter Stein ha recortado la pieza original dej¨¢ndola en unas dos horas y ha centrado la acci¨®n esc¨¦nica en los movimientos en masse de las amazonas, convirti¨¦ndolas en un verdadero coro muy m¨®vil, cargado de una fisicidad y un pr¨ªstino salvajismo impactantes. El ojo del espectador retiene las carreras de las cerca de una treintena de amazonas -un pu?ado de ellas espa?olas-, vestidas de cuero y armadas de arcos, y el o¨ªdo, el pe¨¢n, el canto de guerra de las v¨ªrgenes, punteado de palmadas, pisadas y golpes de percusi¨®n.
Stein sit¨²a la obra en una escenograf¨ªa desnuda compuesta ¨²nicamente por una especie de colina de tapiz negro que semeja una pradera quemada. Desde la parte superior los actores otean los muchos acontecimientos que se producen en la obra fuera de campo y desde la misma se desparraman las amazonas, en los flujos y reflujos de sus ataques y retiradas, como una marea de senos y cabelleras, que dir¨ªa Virgilio.
El s¨¢bado por la noche, el viejo teatro de Epidauro registr¨® una entrada sensacional, de m¨¢s de 7.000 personas.
Pentesilea y sus amazonas aparecieron precedidas por un siniestro ulular, el ta?ido de inmensos gongs dorados y la presencia, en el cielo del brillo vespertino de Venus, celosa la l¨²brica diosa sin duda de la integridad de las doncellas de Artemis. Comparecieron tambi¨¦n los griegos, con empenachados cascos de hoplita: Odiseo, Diomedes y Aquiles (Graziano Piazza), al que Stein retrata con una ligereza que m¨¢s all¨¢ de la c¨¦lebre de sus pies, afecta a su mente, convirti¨¦ndole en un personaje ingenuo, fr¨ªvolo y desenfadado.
Los griegos se preguntan qu¨¦ quieren de ellos las amazonas, y se va revelando que ¨¦stas 'hacen la guerra para hacer el amor', en feliz frase del propio Stein; es decir, buscan capturar guerreros para conducirlos a su capital, Tem¨ªscira, y durante la 'fiesta de las rosas' dejarse fecundar por ellos, a fin de alumbrar una nueva generaci¨®n de v¨ªrgenes combativas. Pentesilea se enamora perdidamente de Aquiles, lo cual la conducir¨¢ a la locura.
La representaci¨®n, en escorzo, del primer combate entre la reina y el p¨¦lida es otro bello momento, y parece arrancado de una metopa.
En la versi¨®n de Stein, por razones muy obvias, la soberana no menciona la tradici¨®n de cortarse un pecho de las amazonas para evitar que la turgencia les dificulte el uso del arco. En el texto de Kleist, Pentesilea tranquiliza a Aquiles, asombrado por la mutilaci¨®n: 'No te preocupes, les he salvado el pecho izquierdo, el m¨¢s cercano al coraz¨®n'.
En el cenit de la tragedia, la reina acude a su duelo final con Aquiles cegada por un furor homicida en el que se ha disuelto infernalmente su amor; atraviesa el cuello del h¨¦roe de un flechazo y luego se lanza sobre ¨¦l con sus perros y lo destroza a mordiscos. La acongojante escena sucede fuera de la vista del p¨²blico, y es narrada por una amazona. La entrada luego de Pentesilea loca, cubierta de sangre y arrastrando un bulto infame es de lo mejor del espect¨¢culo. La reina se suicida tras un parlamento conmovedor y sus guerreras la cubren de rosas rojas levantando un t¨²mulo floral, una pira de p¨¦talos, alrededor del cual se acuestan, mientras el sonido de oleaje recuerda el m¨ªtico fin de las amazonas, dispersadas en barco hacia los confines saur¨®matas del mundo y la laguna Meotis. La escena es muy bella y sume en una intangible tristeza mientras el teatro se vac¨ªa en la noche y Epidauro, consumidas las palabras, regresa a su mineral silencio.
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