Las ra¨ªces de la tierra
'Cuando la aridez haya tensado sobre la tierra su piel de asna... anunciar¨¢ el rojo final de los imperios'
Saint-John Perse
Aunque con la acostumbrada fugacidad que ya impregna cualquier tema profundo, y pocos lo son m¨¢s, los ministros de medio ambiente de la UE se han acordado de lo que nos sostiene. Han puesto encima de la mesa lo que normalmente queda debajo de nuestras pisadas. Nos referimos al suelo. Al soporte de absolutamente todo lo que nos ata?e como seres vivos terrestres. La tard¨ªa preocupaci¨®n aflora porque si de algo podemos estar seguros, incluso mucho m¨¢s que del cambio clim¨¢tico, es que el planeta encoge. Porque se ampl¨ªa la superficie bald¨ªa del mismo. Crecen los desiertos. La erosi¨®n de las tierras cultivadas se acelera. Aumentan con verdadero desenfreno las infraestructuras y lo urbanizado. Se descapitaliza la biosfera, el ¨²nico verdadero productor de este planeta.
Por todo ello, el origen de nuestro destino, es decir, esa tierra de la que brota y a la que va a parar toda vida terrestre, est¨¢ desmantelada en demasiadas partes, incluso en su m¨¢s honda intimidad.
Como algunos seguimos convencidos de que los conocimientos ayudan a rectificar, acaso sea prudente recordar qu¨¦ es el humilde suelo humillado. Y uso deliberada y redundantemente derivados de humus, es decir, de lo que ocupa la fracci¨®n m¨¢s elevada de los suelos, porque tambi¨¦n humano, sin duda la palabra m¨¢s conmovedora, tiene el mismo origen. Escribir sabiendo el sentido m¨¢s profundo de las palabras es acercarse a una comprensi¨®n m¨¢s amplia y generosa de lo que nombramos. Cuando alguien igual¨® verbalmente a la tierra y lo que produce la tierra -humus, humanos, humildad- se atuvo a la coherencia. Fuera del agua, en efecto, todo est¨¢ vinculado a las ra¨ªces que escarban en los suelos. Y establecer ese parentesco resulta oportuno a la hora valorar qu¨¦ estamos perdiendo cuando los sepultamos o roemos..
Porque resulta dif¨ªcil encontrar un auxiliar m¨¢s efectivo a la hora de consolidar eso tan apreciado que llamamos salud. Bienestar que comienza muy lejos de nosotros, para ir transmiti¨¦ndose a lo largo de vericuetos tan ignorados como fascinantes, tan despreciados como preciosos, tan fr¨¢giles como s¨®lidamente sustentadores del gran edificio de la vida.
Que cuanto m¨¢s importante resulta algo menos lo acariciamos se est¨¢ convirtiendo en la norma. Esa que incrementa la miseria, la enfermedad y poquedad ¨¦tica del momento.
No otras pueden ser las consideraciones cuando pretendemos asomarnos a nuestros cimientos, a la base de lo que nos sostiene, no s¨®lo en pie, como seres erguidos, sino tambi¨¦n como ¨²ltimo eslab¨®n de varias cadenas que invariablemente surgen de los suelos. De esa tierra en la que hunden sus ra¨ªces nuestros hogares y alimentos, nuestra historia y nuestro porvenir, pero sobre todo la salud del conjunto de lo viviente, que, por cierto, resulta inseparable de la de cualquiera de sus componentes, por mucho que se considere alejado de lo que se pisa, le alimenta y le cohesiona.
En los suelos pasa tanto y tan decisivo que no podemos por menos que intentar estar de acuerdo con la vocaci¨®n de las ra¨ªces. Sustentadoras no s¨®lo de ¨¢rboles y casas, sino sobre todo de la comprensi¨®n. Ciertamente, el lado oculto es el decisivo. Porque en el suelo y lejos de la mirada directa sucede que surge la piel verde de los paisajes, que nuestro mundo, el terrestre, se viste de vida. Por tanto se embellece, se asegura y crece. Porque el suelo se acrecienta a s¨ª mismo a la par que consigue que arrecie todo lo vivo que puebla nuestro solar.
En los suelos convive mucho. En primer lugar, lo mineral con lo vivo, el agua con la roca, ¨¦sta con el aire. All¨ª lo inerte es la base de lo din¨¢mico. La comunidad de seres vivos que se despliega en los suelos es una de las m¨¢s completas, complejas y trascendentales de este planeta. Cuando se roc¨ªan venenos sobre la tierra se est¨¢ olvidando que, s¨®lo en la que cabe dentro de una cucharilla de caf¨¦, pueden llegar a vivir 200 nem¨¢todos, 218.000 algas, 288.000 amebas, 400.000 hongos, 1.000 millones de actinomicetes y 100.000 millones de bacterias. O que en una hect¨¢rea de pradera pueden estar creando fertilidad hasta tres millones de lombrices. El suelo f¨¦rtil en realidad palpita, contiene todas las cadenas de la energ¨ªa y como resultado permite que la vida vegetal sea posible y crezca. Pero sobre todo es lo m¨¢s aliviante que conocemos porque ese mundo subterr¨¢neo es el ¨²nico ¨¢mbito donde se consigue doblar la flecha del tiempo.
S¨ª. Porque en algunos suelos, y esto no s¨®lo es met¨¢fora, sino tambi¨¦n ciencia, se da el que algo llegue a ser cada d¨ªa que pasa m¨¢s joven. Los procesos que desembocan en la fertilidad natural, o su prolongaci¨®n a trav¨¦s de las t¨¦cnicas de la agricultura ecol¨®gica, consiguen que el envejecimiento del mundo se convierta en renacimiento constante. La madurez de los suelos se corresponde con un ufano incremento de su potencialidad. Crece al tiempo que constante de las posibilidades de futuro. El envejecer natural de los suelos es un ir gan¨¢ndole constantemente la partida al tiempo, que aqu¨ª no consigue desgastarlo todo, sino que queda atrapado y hasta felizmente enga?ado por la vida que ciertamente se asegura una ingente despensa para garantizar su propio porvenir.
Con la lluvia de s¨ª misma que la vegetaci¨®n escancia sobre la tierra lo que sucede es que se autoalimenta. Lo org¨¢nico y los procesos que forman la fertilidad del suelo son el mejor modelo conocido de econom¨ªa sin especulaci¨®n, sin desmayos: sostenida y sostenible.
Por eso se puede llegar a considerar que poco hay m¨¢s joven que un viej¨ªsimo bosque creciendo sobre un suelo con todo su porvenir intacto. De la misma forma que nada hay m¨¢s viejo y decr¨¦pito que esos eriales cosechados con entusiasmo por la desertificaci¨®n galopante de la actualidad.
Cuando nos planteamos la desaparici¨®n de los suelos, lo primero que debemos intentar comprender es la velocidad con la que los elementos naturales, clima, roca y vegetaci¨®n crean los suelos. Muchos de ellos han costado cientos y hasta miles de siglos de lenta tarea. Ahora, millones de hect¨¢rea desaparecen en decenios, incluso en horas, tras ser desnudados por completo.
S¨®lo en nuestro pa¨ªs, cada segundo que pasa, 2.000 kg de tierra son arrancados por los efectos de la erosi¨®n. Todos los d¨ªas 2 kil¨®metros cuadrados de suelo quedan incorporados al definitivo erial que es el asfalto. No se trata de no crear nuevos usos del suelo. Pero s¨ª de ajustarse a lo preciso. Porque se construye cinco veces m¨¢s de lo necesario para cubrir la demanda real de vivienda. Se usa el autom¨®vil cien veces m¨¢s de lo que hace eficaz y c¨®modo al transporte individual. En la agricultura se usan herbicidas e insecticidas mil veces m¨¢s de lo que se necesita para alcanzar los pretendidos efectos de protecci¨®n a los cultivos. El constante zurriagazo qu¨ªmico con los que se traiciona el sentido y la vocaci¨®n de los suelos consigue precisamente destruir a la vida de los mismos. Esa que no s¨®lo los mantiene m¨¢s f¨¦rtiles, sanos y h¨²medos sino tambi¨¦n m¨¢s inmunes a la erosi¨®n y posterior desertificaci¨®n. La planificaci¨®n territorial, la lucha contra la erosi¨®n y la desertificaci¨®n, la conservaci¨®n, en suma, de los suelos es, adem¨¢s de una coherente estrategia econ¨®mica, social y pol¨ªtica, una forma de humanizarnos, de ser solidarios con quien trabaja y vela por nosotros desde mucho antes de que el primero de nuestra especie brotara. Del suelo, por supuesto.
Joaqu¨ªn Ara¨²jo es escritor.
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