Tocando fondo
Est¨¢ visto que Daniel Barenboim se mueve a sus anchas cuando est¨¢n en juego conflictos morales. Con la misma naturalidad reivindica a Wagner en Israel que crea orquestas con instrumentos de culturas eventualmente enfrentadas o se compromete hasta el v¨¦rtigo en la plasmaci¨®n musical de la dial¨¦ctica entre el amor espiritual y el amor sensual, que constituye la esencia fundamental de la ¨®pera Tannh?user.
A Barenboim le va la marcha o, al menos, este tipo de marcha. Le motiva m¨¢s, por decirlo de otra forma, zambullirse en las aguas turbulentas de Trist¨¢n e Isolda o de Tannh?user que en las contemplativas de, por ejemplo, Los maestros cantores. Los resultados est¨¢n a la vista en sus prestaciones madrile?as.
Tannh?user
De Richard Wagner. Director musical: Daniel Barenboim. Director de escena: Harry Kupfer. Escen¨®grafo y figurinista: Hans Schavernoch. Con Robert Gambill (Tannh?user), Angela Denoke (Elisabeth y Venus), Andreas Schmidt (Wolfram von Eschenbach), Stephan R¨¹gamer, Hanno M¨¹ller-Brachmann, Gerd Wolf y Daniela Bruera. Staatskapelle Berlin. Coro de la Deutsche Staatsoper Berlin. Producci¨®n invitada de la Deutsche Staatsoper Berlin. Teatro Real, 23 de junio.
Consigue adem¨¢s Barenboim, con Tannh?user, el espect¨¢culo m¨¢s completo hasta ahora de sus visitas al Real, entre otras razones porque la puesta en escena de Harry Kupfer contribuye lo suyo. Parte el director teatral alem¨¢n de una ambig¨¹edad po¨¦tica, sostenida por unas im¨¢genes poderosas y sugerentes, y por un concepto teatral rotundamente oper¨ªstico en el tratamiento de los actores-cantantes y en la s¨ªntesis conceptual. El equilibrio entre la alegor¨ªa, los juegos de espejos que siempre dejan una sensaci¨®n de imprecisi¨®n de la realidad, la evocaci¨®n de unas ruinas medievales (una manera de constatar la permanencia de la historia), las variaciones con un piano como s¨ªmbolo del romanticismo, el distanciamiento y hasta sentido del humor en los movimientos colectivos de los personajes, el golpe de teatro de los peregrinos con maletas llenas de v¨ªrgenes un tanto kitsch con las estaciones de ferrocarril de fondo, las tribunas del gran teatro del mundo en el concurso de canto, la intesidad y evoluci¨®n del personaje de Tannh?user. No se elude la complejidad y, sin embargo, todo se cuenta con precisi¨®n, o m¨¢s bien, se crea la atm¨®sfera apropiada para que los personajes sufran, sientan, duden o, eventualmente, se ilusionen. Incluso es efectivo en este planteamiento el dualismo Venus-Elisabeth que lleva a cabo la soprano Angela Denoke, m¨¢s en principio dram¨¢tica que l¨ªrica, aunque en la escena de la compasi¨®n de Elisabeth al final del segundo acto pone los pelos de punta. Magn¨ªfica cantante, excelente actriz.
Como extraordinario est¨¢ tambi¨¦n Robert Gambill en el personaje de Tannh?user, especialmente por su capacidad de llevar al extremo el sufrimiento, la desesperaci¨®n ante un conflicto que le supera. Tuvo alg¨²n momento de fatiga al final del segundo acto, y volvi¨® en el tercero con un arrojo vocal y dram¨¢tico sencillamente excelente. M¨¢s dificultades mostr¨® el bar¨ªtono Andreas Schmidt, vacilante en la bell¨ªsima aria de Wolfram del tercer acto.
En cualquier caso, cuestiones menores. Lo que importaba era el conjunto, la sensaci¨®n de que no hab¨ªa nada superfluo, de que todo apuntaba al conocimiento del ser humano a trav¨¦s de la m¨²sica y del teatro.
La orquesta y el coro se situaron desde el principio en la excepcionalidad, y de ah¨ª no se apearon. Barenboim, con aspecto f¨ªsico cansado, como un demiurgo en estado de gracia, ampliaba las frases acentuando el romanticismo, forzaba las din¨¢micas, matizaba hasta el delirio los peque?os detalles t¨ªmbricos y, sobre todo, impon¨ªa con un belleza hechicera desde la m¨²sica m¨¢s problemas que soluciones. En la obertura todas las cartas quedaron intelectualmente boca arriba. Desde el punto de vista est¨¦tico, fue una obertura de las que dejan sin respiraci¨®n. El acto segundo result¨®, en su totalidad, deslumbrante, por la manera de definir situaciones teatrales desde la direcci¨®n musical. En el tercero, Barenboim se recre¨® en infinidad de pinceladas, para cerrar as¨ª una noche magistral.
Es curioso. Se hab¨ªan o¨ªdo voces cr¨ªticas por la selecci¨®n de Tannh?user, dado que esta ¨®pera se hab¨ªa representado hac¨ªa tres a?os en el Teatro Real. Las diferencias musicales han sido abismales y sirven en bandeja una reflexi¨®n sobre la importancia fundamental de los criterios interpretativos o, si se prefiere, de los cuerpos estables y el director musical. Barenboim ha venido por tercer a?o consecutivo al Real. M¨¢s que nunca ha confirmado que su presencia en Madrid es imprescindible. El Real demuestra generosidad y esp¨ªritu abierto invitando a un teatro de ¨®pera en estos momentos muy superior. Ese esp¨ªritu no paternalista da confianza en la pol¨ªtica del teatro. ?Ah! ahora recuerdo que hubo algunos fallos t¨¦cnicos en la manipulaci¨®n del montaje. Ante la magnitud art¨ªstica de lo escuchado poco importan, pero no estar¨ªa de m¨¢s corregirlos para pr¨®ximas funciones.
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