Nihilismo episcopal
Monse?ores m¨ªos:
El que suscribe desconoce qu¨¦ sea la libertad evang¨¦lica con la que ustedes dicen haber escrito su reciente carta pastoral ad vascones. En cambio, les envidio esa otra libertad civil de la que en el Pa¨ªs Vasco disfrutan y que a m¨ª, profesor precisamente de estas materias sobre las que ustedes se explayan, me es negada en ese Pa¨ªs y en su Universidad. Al lector no le costar¨¢ mucho adivinar el porqu¨¦ de tan crucial diferencia en el ejercicio de nuestros respectivos derechos.
Pasados los d¨ªas, ?todav¨ªa pretenden haber salvado su alma sin rectificar ni tanto as¨ª el meollo de su doctrina? Pues, seg¨²n pienso, no es lo m¨¢s grave de la misiva el modo como se desentienden del probado v¨ªnculo entre Batasuna y el terror organizado. Ni el advertir de esas 'sombr¨ªas consecuencias' que acarrear¨ªa su posible ilegalizaci¨®n, como si su actual legalidad produjera efectos saludables. Ni incoherencias tales como deplorar el 'rudo golpe a la misma democracia' que supondr¨ªa el poner en riesgo las elecciones municipales..., para concluir amparando de hecho a los empe?ados en hacer fatal ese riesgo. No, lo peor de todo es que en este punto ustedes renuncian expresamente a reflexionar en t¨¦rminos de justicia para acogerse a pragm¨¢ticas razones de supervivencia, a motivos de seguridad individual. M¨¢s a¨²n, que simulen creer que semejante ¨¦tica para fugitivos o desertores (como alguien ha preconizado) no conlleva una 'valoraci¨®n moral'. Con el debido respeto, a m¨ª me parece que expresa una actitud rotundamente inmoral, la cobard¨ªa, y pervierte los juicios morales nacidos de ella. Toda su ep¨ªstola no hace m¨¢s que pregonarlo.
Y es que ustedes igualan cuanto tocan, ya sean virtudes o vicios, teor¨ªas o pr¨¢cticas. Como perfectos exponentes del nihilismo ambiental, contagiados de esa misma 'crisis de valores' que aseguran combatir, su pr¨¦dica es la de la equivalencia moral universal. Excluido el asesinato y su jaleo, en la vida p¨²blica valdr¨ªa casi todo y casi todo valdr¨ªa lo mismo. Y eso se traduce en que el mejor de los planes civiles ya no lo parezca tanto y el carente de legitimidad se legitime; en suma, en el intento de que lo intolerable pase a ser tan digno como lo que m¨¢s. ?O sea, que todos 'tenemos la obligaci¨®n moral de definirnos netamente frente a ETA', pero no frente al podrido caldo intelectual, pol¨ªtico y moral que la justifica y alimenta? ?sa ser¨ªa la paz de los rendidos.
Por eso comienzan distribuyendo por igual entre todos la culpa de la incomunicaci¨®n y desacuerdo de nuestros partidos y en nuestra sociedad. O son inconscientes del monstruo que ustedes tambi¨¦n han criado o est¨¢n tan asustados como muchos, pero sin duda se equivocan en su diagn¨®stico. Quienes propician esa fractura insalvable son los mismos que difunden sin parar las bases del miedo omnipresente y del enfrentamiento civil: los partidarios del nacionalismo ¨¦tnico. Es decir, los que anteponen su particular e imaginada comunidad de pueblo a nuestra m¨¢s amplia y real comunidad pol¨ªtica; los que, en consecuencia, se niegan a considerar conciudadanos a los vecinos que no comulguen con su fe ni tengan por objetivo la secesi¨®n de Espa?a. Y a poco que se conozca la naturaleza de ese nacionalismo, ?pod¨ªa ser de otra manera?
Puestos a equiparar, les da lo mismo que para resolver nuestro conflicto se imponga 'la fuerza ciega' o 'el puro imperio de la ley'. Estado de naturaleza y Estado de derecho, terrorismo y antiterrorismo: tanto monta, monta tanto. Los sedicentes maestros en moral p¨²blica, sin encomendarse a Hobbes ni al diablo, pronuncian esa descomunal barbaridad que uno puede escuchar en cualquier rinc¨®n privado o p¨²blico de este Pa¨ªs. Es un disparate de efectos tan funestos como proclamar que la democracia 'postula que todas las opciones pol¨ªticas tengan sus propios representantes'. Ya se ve que la Iglesia (basta ojear las recientes enc¨ªcilicas de su actual Pont¨ªfice) ni entiende la democracia ni es amiga suya. Miren ustedes: as¨ª como una decisi¨®n un¨¢nime contra las libertades b¨¢sicas no ser¨ªa en modo alguno democr¨¢tica, as¨ª un r¨¦gimen democr¨¢tico dejar¨ªa de serlo como otorgara representaci¨®n p¨²blica a opciones que -por sus m¨¦todos o sus fines- pretenden destruirlo.
El bondadoso af¨¢n igualitario de sus ilustr¨ªsimas no se detiene y pronto les llega el turno a las ideolog¨ªas y opciones pol¨ªticas: al parecer, todas valen por el estilo. 'Cada una de las diversas sensibilidades existentes en nuestro pa¨ªs debe respetar la identidad de las dem¨¢s, apreciar los valores que en ellas se encarnan, etc.'. Deber¨ªan dejar esas majader¨ªas en boca del lehendakari, a quien tanto complacen. ?O habr¨¢ que respetar tambi¨¦n la exquisita sensibilidad que sostuviera el derecho divino de los reyes, la dictadura del proletariado, la supremac¨ªa de una raza, el privilegio de un jefe o de un pueblo para acceder al mando? Y, d¨ªganme, ?est¨¢n seguros de que el nacionalismo ¨¦tnico reclama la indiferencia moral por no ser 'ni moralmente obligatorio ni moralmente censurable'? ?Acaso no resulta moralmente censurable (y pol¨ªticamente injusto) una doctrina y un movimiento que concede ventaja a la pertenencia natural sobre la adscripci¨®n civil, que discrimina entre los conciudadanos por raz¨®n de su etnia y, a fin de cumplir sus sue?os soberanos, tiene que subordinar las necesidades de los nacionales a las de su naci¨®n?
Para nuestros obispos, ese nacionalismo es 'asunto de convicciones, de historia familiar, de tradici¨®n cultural y de sensibilidad personal'. Como quien dice -y de ah¨ª su indisimulado atractivo para la autoridad religiosa-, una cuesti¨®n de creencias. Nada que objetar, por desgracia; pero ?es que semejante naturaleza convierte a este credo pol¨ªtico en algo inevitable y le resta un ¨¢pice de responsabilidad al nacionalista? ?Se quiere decir que en punto a nacionalismo cualquier esfuerzo racional por argumentarlo o replicarlo est¨¢ destinado al fracaso? Y si as¨ª fuera, ?a cuento de qu¨¦ convocar a un di¨¢logo que de antemano se declara imposible y al que conviene m¨¢s el nombre de negociaci¨®n? Los prelados olvidan que la democracia viene a una con el prop¨®sito de secularizar las conciencias de los sujetos pol¨ªticos, as¨ª como de formar sus voluntades mediante la deliberaci¨®n p¨²blica.
Ajenos a tama?as sutilezas, estos sorprendentes propagandistas del nihilismo moral deb¨ªan abocar en el todo es relativo m¨¢s pol¨ªticamente correcto que imaginarse pueda. ?D¨®nde han aprendido que 'cada partido tiene derecho a mantener y defender sus propuestas'..., en el caso de que esas propuestas fueran manifiestamente da?inas para la ciudadan¨ªa? Pues una cosa es que no haya modelo pol¨ªtico absoluto, sino m¨¢s bien 'la relatividad de las diferentes f¨®rmulas pol¨ªticas', y otra bien distinta que el principio democr¨¢tico mismo sea relativo, que no lo es. Una cosa es que en el Pa¨ªs Vasco la aspiraci¨®n soberanista, la ampliaci¨®n del autogobierno o una mayor integraci¨®n en el Estado espa?ol (sic) no sean 'dogmas pol¨ªticos', y otra del todo diferente que 'cualquiera de estas opciones' resulte tan leg¨ªtimamente defendible como las dem¨¢s. Ni mucho menos. Primero, porque el fundamento etnicista de los partidarios de la soberan¨ªa -incluso por v¨ªas pac¨ªficas- no encaja con esp¨ªritu democr¨¢tico alguno. Y despu¨¦s, porque el intento de plasmar esa obsesi¨®n soberanista cometer¨ªa hoy la m¨¢xima injusticia con la mayor¨ªa de la poblaci¨®n y traer¨ªa consigo da?os personales, sociales y pol¨ªticos irreparables.
Nada m¨¢s l¨®gico, tras esta serie de ecu¨¢nimes repartos, que repartir por fin con parecida equidad las concesiones que la paz episcopal exigir¨ªa de todos. De suerte que cada opci¨®n pol¨ªtica ha de moderar y recortar 'su' proyecto para que aflore as¨ª el 'nuestro', sea cual fuere la calidad democr¨¢tica de cada uno de los proyectos de partida. A ver, un momento. ?Tendr¨¢n que renunciar a sus metas en la misma medida un programa pol¨ªtico fundado en los derechos individuales, el que lo asienta en inconsistentes derechos hist¨®ricos o colectivos y ese otro que lo enraiza sin m¨¢s en su brutal apetencia y en el acoso implacable al enemigo? ?Deber¨¢ moderarse por igual quien en esta contienda se sirve del crimen o congenia con sus autores y quienes resultan sus v¨ªctimas porque reclaman perseguir a los criminales...? Pero fuera distinciones, por favor, aqu¨ª no se juzga a nadie. In medio est virtus y la paz se encuentra, seg¨²n todos los indicios, a igual distancia del PP que de ETA. Es de temer que por ah¨ª ronde 'el proyecto compartido' al que se nos invita.
Hombres de Dios, ?y c¨®mo vamos a compartir un proyecto colectivo si ni siquiera compartimos el sentido de las palabras con las que deliberar, evaluar y elegir los distintos proyectos? Necesitamos primero un marco com¨²n hecho de valores morales tan m¨ªnimos como el respeto de las personas (no de sus ideas) y de un principio pol¨ªtico tan b¨¢sico como el reconocimiento de nuestra igualdad ciudadana (ya hablaremos despu¨¦s, si es caso, de las diferencias). Eso, claro, si queremos ganar la batalla; para perderla, basta el desarme total que ustedes predican.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica. Autor de La virtud en la mirada.
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