Matrimonio
Ayer se celebr¨® el D¨ªa Internacional de los Derechos de Lesbianas, Gais y Transexuales. El manifiesto de la coordinadora andaluza Girasol recuerda la manifestaci¨®n de 1977, en la que un grupo no muy numeroso de personas recorri¨® las calles de Barcelona para defender p¨²blicamente, por primera vez en Espa?a, la dignidad social de los homosexuales. Yo recuerdo la alarma de un conocido guardacoches granadino, que me coment¨® aquel d¨ªa: 'Ni?o, los maricones se han puesto de huelga'. Escribo la palabra maricones y salta la correcci¨®n ortogr¨¢fica en la pantalla del ordenador. Ser¨¢ por algo. Hay palabras y realidades que siguen teniendo un subrayado rojo debajo de sus signos. Ahora que la derecha conservadora ha decidido salir del armario y exponer sin tapujos su car¨¢cter antidemocr¨¢tico, es bueno recordar que existen otros armarios y otras luces. Son extremos opuestos, la cara y la cruz de distintas monedas. Un homosexual sale del armario para defender la convivencia a trav¨¦s de su verdad, mientras que los fascistas salen a la luz para negarlo todo a trav¨¦s de las mentiras colectivas.
Me parece importante que la Coordinadora Girasol haga hincapi¨¦ en el derecho de los homosexuales al matrimonio. Desde que las bodas dejaron de ser un sacramento, y podemos casarnos al margen de la iglesia, no hay ninguna diferencia entre un matrimonio y un registro de parejas de hecho. No me gusta demasiado la propaganda progresista con la que se celebra el reconocimiento de las parejas de hecho. Se trata de una conquista que s¨®lo sirve para esconder la humillaci¨®n de una parte de nuestra sociedad que no puede contraer matrimonio a causa de su condici¨®n sexual. Los homosexuales deben tener derecho a casarse, y todo lo dem¨¢s parece una limitaci¨®n reaccionaria envuelta en papel de regalo. En esta reivindicaci¨®n hay tambi¨¦n una apuesta ideol¨®gica que merece ser resaltada, porque es menos vistosa que el malditismo oficial de los marginados, pero mucho m¨¢s revolucionaria. Algunos homosexuales desprecian el derecho al matrimonio, y consideran que eso significa imitar los gustos de la familia tradicional. Que no se casen si no quieren, nadie les obliga. Pero nos conviene a todos asumir la voluntad de las parejas de lesbianas y gais que decidan casarse. Las v¨ªctimas sociales suelen caer en la tentaci¨®n de convertir sus m¨¢rgenes en una mitolog¨ªa liberadora. Sin embargo, el poder no tiene m¨¢rgenes, y su exaltaci¨®n l¨ªrica s¨®lo sirve para renunciar a una verdadera transformaci¨®n de los centros en los que se fundan las leyes de la convivencia social. Un homosexual es una persona tan normal, vulgar y rutinaria como otra cualquiera. Por eso ser¨¢ injusta cualquier convivencia que les niegue la normalidad, ya sea a trav¨¦s de desprecios groseros o de sublimaciones l¨ªricas. S¨®lo cuando puedan casarse los homosexuales me dejar¨¢n de parecer sospechosas las alusiones a su sensibilidad y a su rebeld¨ªa. Olvidemos los discursos marginales para dinamitar entre todos el centro de un poder injusto. Aunque confieso que tambi¨¦n me encantar¨ªa asistir a las bodas de mis amigos Eduardo Mendicutti, Luis Antonio de Villena, Luis Mu?oz y M. M. Tengo derecho a re¨ªrme de sus bodas, como ellos se rieron de la m¨ªa.
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