El Mundial de Ronaldo
El fren¨¦tico ritual de la Copa del Mundo se cerr¨® ayer en Yokohama con el triunfo de Brasil, que conquist¨® su quinto t¨ªtulo, dato que viene a confirmar su condici¨®n de primera potencia futbol¨ªstica del planeta. La naci¨®n que ha dado a Pel¨¦, Garrincha y Romario es una fuente inagotable de jugadores excepcionales. Ronaldo es el m¨¢s reciente. H¨¦roe de la final con sus dos goles, el delantero brasile?o ha protagonizado la historia del torneo. No s¨®lo se ha sobrepuesto al calvario de grav¨ªsimas lesiones que le ha acosado durante los tres ¨²ltimos a?os, sino que ha regresado para proclamarse como rey indiscutible del f¨²tbol.
El torneo ha atendido a la vocaci¨®n planetaria de este deporte. Por primera vez se ha disputado en Asia, en una zona de potente desarrollo econ¨®mico y de enormes posibilidades para un deporte cada vez m¨¢s sujeto a las reglas mercantiles. En este aspecto, tanto Corea del Sur como Jap¨®n han respondido con ¨¦xito al desaf¨ªo. A los excelentes estadios se ha a?adido la pasi¨®n de dos hinchadas que han dado una lecci¨®n de entusiasmo y cordura. Ni un solo incidente se ha registrado en los 64 partidos, noticia de primer orden para el f¨²tbol actual, contaminado por la violencia hasta extremos cada vez m¨¢s intolerables. El apacible clima no ha significado frialdad o desd¨¦n. Todo lo contrario. Pocas veces se ha asistido a una competici¨®n con dos aficiones m¨¢s entregadas a sus equipos, con tanto orgullo depositado en sus jugadores y tan conscientes de la imagen que proyectaban en el mundo. En cierto sentido, el f¨²tbol ha regresado a la arcadia feliz, al punto donde el juego era un agradable y masivo acontecimiento popular.
Sin embargo, el Mundial se ha encontrado con un complicado problema de dualidad. Por primera vez se ha organizado en dos pa¨ªses, separados en este caso por un ancho mar y por una vieja historia de recelos y desafectos. Como experiencia geopol¨ªtica puede tener un extraordinario inter¨¦s, pero en el estricto terreno organizativo ha dado la impresi¨®n de que se disputaban dos Mundiales paralelos, con una tendencia a la duplicidad que probablemente tenga fuertes consecuencias econ¨®micas, si es que no las ha evidenciado ya en la cr¨ªtica situaci¨®n econ¨®mica de la FIFA.
Desde Europa se han escuchado cr¨ªticas sin fundamento al escenario del torneo. Es indiscutible el arraigo del f¨²tbol en el continente europeo y en Suram¨¦rica, pero la tradici¨®n no concede el derecho sectario a apropiarse del f¨²tbol como producto exclusivo. Parece saludable que el f¨²tbol busque nuevas fronteras, y ¨¦sta del Oriente asi¨¢tico ha sido traspasada con ¨¦xito, tambi¨¦n en el plano deportivo. Jap¨®n alcanz¨® los octavos de final y Corea del Sur tuvo un car¨¢cter protagonista durante todo el torneo. Ante el asombro general, alcanz¨® las semifinales, en alg¨²n caso beneficiada por las decisiones de los ¨¢rbitros, convertidos en permanente foco de discusi¨®n. En las cuestiones arbitrales, la FIFA no consigue alcanzar la credibilidad necesaria, en buena parte por su inter¨¦s en hacer pol¨ªtica antes que en designar a los jueces m¨¢s competentes.
La perfecci¨®n del envoltorio no se ha visto correspondida por un f¨²tbol de altura. Ha sido un Mundial con un juego decepcionante, al nivel del lastimoso que se vio en Italia 90. S¨®lo Brasil ha cumplido con las expectativas. Pocas veces como en este Mundial se ha producido un acto de justicia con el mejor equipo del torneo. Para Espa?a ha sido una competici¨®n dolorosa. Aunque las decisiones del ¨¢rbitro egipcio pesaron gravemente en su eliminaci¨®n frente a Corea del Sur, es hora de que busque las causas de su frustraci¨®n hist¨®rica, en algunos casos motivada por su querencia a refugiarse en el victimismo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.