Los derechos humanos, ensombrecidos por el 11-S
El fin de la limpieza f¨ªsica del lugar de los atroces atentados terroristas contra el World Trade Center pretend¨ªa constituir una especie de clausura, con el fin de ayudar al doloroso proceso de curaci¨®n.
La impactante ceremonia simb¨®lica brind¨® tambi¨¦n la ocasi¨®n para hacer balance de c¨®mo han afectado los atentados y sus secuelas a los derechos humanos. En un art¨ªculo publicado el pasado mes de febrero, Michael Ignatieff, director del Centro Carr de Pol¨ªtica sobre Derechos Humanos, perteneciente a la Escuela de Estudios Gubernamentales John F. Kennedy, de Harvard, lo expuso de manera categ¨®rica: 'El problema es saber si, tras el 11 de septiembre, la era de los derechos humanos ha llegado a su fin'.
Mi respuesta es que no. Pero s¨ª nos enfrentamos a nuevas maneras de responder a problemas muy profundos sobre la seguridad humana en nuestro mundo. Creo que nos hallamos ante la enorme responsabilidad de mantener rigurosamente los criterios de respeto a los derechos humanos, reconociendo que tambi¨¦n ellos son el objetivo de los terroristas.
No necesitamos recordar la urgencia de poner en pr¨¢ctica estos objetivos e ideales interrelacionados, cuando India y Pakist¨¢n se preparan para un conflicto abierto, o cuando pensamos en el prolongado enfrentamiento en Oriente Pr¨®ximo o en algo que se menciona con mucha menos frecuencia: el devastador conflicto en la Rep¨²blica Democr¨¢tica de Congo, en el que se han visto implicados otros seis pa¨ªses africanos y en el que se calcula que han muerto m¨¢s de tres millones de personas desde 1990. Esos conflictos tan complejos y mort¨ªferos desv¨ªan unos recursos y una atenci¨®n vitales para el desarrollo, y causan inmensos sufrimientos y transgresiones de los derechos humanos.
A la hora de reaccionar ante un suceso cr¨ªtico, el lenguaje es vital. Las palabras que utilizamos para caracterizar el acontecimiento pueden determinar la naturaleza de la respuesta. En los d¨ªas que siguieron al 11 de septiembre, yo escrib¨ª que los atentados contra el World Trade Center constitu¨ªan un crimen contra la humanidad. Esa descripci¨®n es adecuada porque los ataques se realizaron fundamentalmente contra civiles. Fueron preparados sin piedad y la hora de su ejecuci¨®n fue calculada para provocar la mayor p¨¦rdida de vidas humanas posible. Su magnitud y su naturaleza sistem¨¢tica los califican, seg¨²n la actual jurisprudencia internacional, de cr¨ªmenes contra la humanidad.
Todos los Estados tienen el deber de encontrar y castigar a quienes planean y hacen posible dichos cr¨ªmenes. El Estatuto de la Corte Penal Internacional -primer instrumento para codificar los elementos de un crimen contra la humanidad que acaba de entrar en vigor- establece la responsabilidad individual por dichos cr¨ªmenes, ya est¨¦n sancionados por un Estado o sean actos de grupos. La ratificaci¨®n universal del Estatuto es un objetivo importante para la comunidad mundial. Debemos equiparnos con los medios necesarios para enfrentarnos en el futuro a cr¨ªmenes como los cometidos el 11 de septiembre.
La cooperaci¨®n y la resoluci¨®n internacionales son vitales para combatir a quienes planean actos terroristas. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha dado pasos importantes en este sentido. A trav¨¦s de la Resoluci¨®n 1373, adoptada el 28 de septiembre, el Consejo impuso a los Estados una nueva obligaci¨®n legal internacional de cooperar contra el terrorismo, utilizando el lenguaje de las convenciones internacionales existentes.
A pesar de los esfuerzos por enmarcar la respuesta contra el terrorismo dentro del derecho penal nacional e internacional, tras el 11 de septiembre ha surgido un lenguaje alternativo. Ese lenguaje -que ha dado forma a una respuesta mucho m¨¢s amplia en todos los niveles- ha utilizado la expresi¨®n 'guerra contra el terrorismo'. Ello ha provocado en muchas partes del mundo un cambio sutil de acentuaci¨®n; el orden y la seguridad se han convertido en prioridades absolutas, a pesar de que el mundo ha aprendido del pasado que hacer hincapi¨¦ en el orden y la seguridad nacionales ha significado con frecuencia una restricci¨®n de la democracia y de los derechos humanos.
Como consecuencia, se ha proyectado una sombra.
Esta sombra se puede contemplar en las reacciones oficiales que en ocasiones han dado la impresi¨®n de subordinar los principios de los derechos humanos a medidas m¨¢s 'en¨¦rgicas' en la guerra contra el terrorismo. Ha habido una tendencia a no tener la menor consideraci¨®n hacia los principios establecidos de los derechos humanos y del derecho humanitario internacionales, o al menos a dejarlos de lado. Se ha producido una confusi¨®n respecto a qu¨¦ est¨¢ y qu¨¦ no est¨¢ sometido a las Convenciones de Ginebra de 1949. Se ha insinuado que los atentados terroristas del 11 de septiembre y su prolongaci¨®n en el conflicto de Afganist¨¢n demostraban que las Convenciones de Ginebra estaban desfasadas.
Es esencial que las medidas adoptadas por los Estados para combatir el terrorismo sean conformes a los criterios internacionales de los derechos humanos. El secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, lo ha expresado convincentemente en el discurso pronunciado ante el Consejo de Seguridad el pasado 18 de enero: 'Todos deber¨ªamos tener claro que no hay ninguna contradicci¨®n entre una acci¨®n eficaz contra el terrorismo y la protecci¨®n de los derechos humanos. Por el contrario, creo que, a la larga, comprenderemos que los derechos humanos, junto con la democracia y la justicia social, constituyen la mejor profilaxis contra el terrorismo. Aunque est¨¢ claro que son necesarias la vigilancia para prevenir los atentados terroristas y la firmeza a la hora de condenarlos y castigarlos, ser¨ªa contraproducente sacrificar en el proceso otras prioridades clave, como los derechos humanos'.
La gran preocupaci¨®n ahora es que si las democracias maduras borran las l¨ªneas divisorias o dan mal ejemplo, los reg¨ªmenes no democr¨¢ticos considerar¨¢n que tienen luz verde para mantener pol¨ªticas represivas, convencidos de que nadie prestar¨¢ atenci¨®n a sus excesos. Se hace as¨ª m¨¢s dif¨ªcil garantizar la conformidad con los criterios y las garant¨ªas fundamentales contra los abusos de poder.
Es especialmente preocupante que el ambiente creado tras el 11 de septiembre est¨¦ afianzando en Europa una mentalidad de fortaleza. Al tiempo que los controles se hacen m¨¢s estrictos, se da un endurecimiento del debate y del lenguaje utilizado cuando se habla de los solicitantes de asilo pol¨ªtico y de los inmigrantes. Ello, junto con la reaparici¨®n del antisemitismo y el aumento de la fobia al islam, son problemas que deben atajar tanto los dirigentes como los ciudadanos europeos.
La declaraci¨®n y la agenda de medidas de la Conferencia Mundial contra el Racismo celebrada el a?o pasado en Durban afirman que debe considerarse la diversidad humana como una ventaja, no como un inconveniente; que hay que rechazar la xenofobia en todas sus formas; y que un mundo que espera cosechar los beneficios de la globalizaci¨®n debe adoptar un compromiso con las sociedades multiculturales.
Aunque el desaf¨ªo inmediato para el movimiento a favor de los derechos humanos es mantener la integridad de ¨¦stos y del derecho humanitario frente a las crecientes tensiones de seguridad, tambi¨¦n existe una agenda a largo plazo: la de construir un mundo de aut¨¦ntica seguridad humana. Para ello es importante que se reconozcan m¨¢s el v¨ªnculo existente entre el desarrollo, los derechos humanos y la democracia, y su necesaria conexi¨®n con la seguridad. El miedo sincero relacionado con la seguridad que sienten los neoyorquinos y otros ciudadanos del mundo desarrollado es equiparable a la, aunque diferente igualmente inmediata, inseguridad que experimentan las personas en el mundo en v¨ªas de desarrollo.
Ahora entendemos de un modo m¨¢s profundo que ninguna naci¨®n puede aislarse o excluirse de los efectos a nivel planetario que plantea por la pobreza y los conflictos end¨¦micos. La tragedia del 11 de septiembre debe potenciar, b¨¢sicamente, una acci¨®n renovada en todos estos frentes. Ya no se puede considerar que las privaciones y la denegaci¨®n de derechos en el mundo son una mera obligaci¨®n moral para todos nosotros; hoy d¨ªa deben verse como unos campos de batalla cruciales para la seguridad de todos. Para que la lucha contra el terrorismo tenga ¨¦xito en su objetivo de proporcionarnos a todos mayor seguridad debe constituir tambi¨¦n una guerra contra la inferioridad de condiciones, la discriminaci¨®n y la desesperanza.
Mary Robinson es alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos . ? 2002, Global Viewpoint. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate International.
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