La globalizaci¨®n tras el 11 de septiembre
Es f¨¢cil exagerar el momento: generalizar excesivamente a partir de la experiencia de un acontecimiento y una fecha. Por lo tanto, podr¨ªamos interpretar el 11-S como un, si no el, punto de inflexi¨®n en la era contempor¨¢nea; el momento en el que el proyecto de la globalizaci¨®n se encontr¨® con el proyecto del terrorismo masivo, te?ido por el islam radical mundial. Se podr¨ªa pensar en el terrorismo masivo como un desaf¨ªo contra la globalizaci¨®n y contra la expansi¨®n de valores como el sistema de derecho, la democracia y la libertad. Es un desaf¨ªo contra todo esto, por supuesto. Pero hay, adem¨¢s, otros retos que se podr¨ªan considerar m¨¢s amplios y profundos. A continuaci¨®n presentar¨¦ algunos de ellos.
La globalizaci¨®n no es ninguna novedad. Ha habido muchas fases de globalizaci¨®n en los dos ¨²ltimos milenios, entre las cuales se encuentran el establecimiento de las religiones mundiales, la era de los descubrimientos y la expansi¨®n de los imperios.
Pero una vez reconocido esto, es importante se?alar que hay algo nuevo en la globalizaci¨®n actual; es decir, en la confluencia del cambio en m¨²ltiples actividades humanas: econ¨®micas, pol¨ªticas, jur¨ªdicas, comunicativas y medioambientales. Podemos seguirlo midiendo la extensi¨®n, la intensidad, la velocidad y el impacto de las redes y las relaciones humanas en cada uno de los ¨¢mbitos b¨¢sicos de actividad, y esto es lo que he intentado hacer con Anthony McGrew en Global transformations y en otras obras.
La globalizaci¨®n contempor¨¢nea comparte elementos en com¨²n con fases anteriores, pero posee caracter¨ªsticas organizativas especiales que la distinguen, ya que crean un mundo en el que el extenso alcance de las relaciones y las redes humanas est¨¢ igualado por su elevada intensidad relativa, su alta velocidad y la gran propensi¨®n a ejercer impacto en m¨²ltiples facetas de la vida social. El resultado es la aparici¨®n de una econom¨ªa planetaria, mercados financieros que contratan las 24 horas, empresas multinacionales que hacen parecer peque?os a algunos pa¨ªses, nuevas formas de derecho internacional, el desarrollo de estructuras regionales y planetarias de gobierno y la aparici¨®n de problemas sist¨¦micos planetarios: calentamiento del planeta, sida, terrorismo masivo, volatilidad de los mercados, blanqueo de dinero, el narcotr¨¢fico internacional, la regulaci¨®n de la ingenier¨ªa gen¨¦tica, etc¨¦tera. Estas evoluciones plantean una serie de dificultades que saltan a la vista.
En primer lugar, los procesos de globalizaci¨®n y regionalizaci¨®n contempor¨¢neos crean redes de poder superpuestas que superan los l¨ªmites territoriales; como tales, a?aden presi¨®n -y tensi¨®n- a un orden mundial dise?ado de acuerdo con el principio westfaliano de dominio soberano exclusivo sobre un territorio limitado.
En segundo lugar, ya no se puede suponer que el ¨¢mbito del poder pol¨ªtico efectivo sean simplemente los gobiernos nacionales: el poder efectivo lo comparten y lo negocian las diversas fuerzas y organismos, p¨²blicos y privados, en los planos nacional, regional e internacional. Adem¨¢s, la idea de pueblo aut¨®nomo -o de una comunidad de destino pol¨ªtico- ya no se puede situar dentro de los l¨ªmites exclusivos del Estado nacional. Parte de las fuerzas y de los procesos m¨¢s b¨¢sicos que determinan la naturaleza de las oportunidades vitales est¨¢n ahora fuera del alcance de los Estados nacionales.
En el pasado, los Estados nacionales resolv¨ªan principalmente sus diferencias sobre cuestiones fronterizas presentando 'razones de Estado' respaldadas por iniciativas diplom¨¢ticas y, en ¨²ltima instancia, con medios coercitivos. Pero esta l¨®gica del poder es singularmente inadecuada para resolver las m¨²ltiples y complejas situaciones, desde la regulaci¨®n econ¨®mica hasta el agotamiento de los recursos y la degradaci¨®n medioambiental, pasando por el terrorismo masivo, que engendran -a velocidades en apariencia cada vez mayores- una entremezcla de las suertes nacionales. Estamos, como elocuentemente expres¨® Kant, 'inevitablemente juntos'. En un mundo donde los Estados poderosos toman decisiones que afectan no s¨®lo a sus pueblos, sino tambi¨¦n a otros, y donde las fuerzas transnacionales atraviesan los l¨ªmites de las comunidades nacionales de diversas maneras, las cuestiones de qui¨¦n deber¨ªa rendir responsabilidades ante qui¨¦n, o sobre qu¨¦ base, no se resuelven f¨¢cilmente.
En tercer lugar, las instituciones pol¨ªticas, nacionales e internacionales existentes est¨¢n debilitadas por tres vac¨ªos normativos y pol¨ªticos cruciales:
- Un desfase jurisdiccional: la discrepancia entre un mundo regionalizado y globalizado y las unidades nacionales separadas que establecen la pol¨ªtica, lo cual da lugar al problema de las externalidades y de qui¨¦n es responsable de las mismas.
- Un desfase de participaci¨®n: el hecho de que no exista un sistema internacional para dar voz adecuada a muchos de los principales actores globales, tanto estatales como no estatales.
- Y un desfase de incentivos: las dificultades que plantea el hecho de que, en ausencia de una entidad supranacional que regule el suministro y el uso de los bienes p¨²blicos globales, muchos Estados intentar¨¢n ir a remolque y/o no encontrar¨¢n soluciones colectivas duraderas a los problemas transnacionales m¨¢s urgentes.
En cuarto lugar, estas disfunciones pol¨ªticas van unidas a un desfase adicional que podr¨ªamos denominar desfase moral; es decir, un desfase definido por:
a) Un mundo en el que 1.200 millones de personas viven con menos de un d¨®lar diario, el 46% de la poblaci¨®n mundial vive con menos de 2 d¨®lares diarios y el 20% de la poblaci¨®n mundial disfruta del 80% de sus rentas.
b) Y por compromisos y valores de, en el mejor de los casos, indiferencia pasiva hacia esto, como se?ala un gasto anual de Naciones Unidas de 1.250 millones de d¨®lares (sin contar las misiones de paz), un gasto anual en confiter¨ªa de 27.000 millones de d¨®lares en Estados Unidos, un gasto anual en alcohol en Estados Unidos de 70.000 millones de d¨®lares y un gasto anual en coches en Estados Unidos que est¨¢ por las nubes (m¨¢s de 550.000 millones de d¨®lares).
Naturalmente, esto no es una declaraci¨®n antiestadounidense. Se podr¨ªan haber resaltado cifras similares de la Uni¨®n Europea.
Se plantean entonces cuestiones al parecer evidentes. ?Elegir¨ªa alguien libremente esta situaci¨®n? ?Escoger¨ªa alguien libremente un patr¨®n distributivo de los bienes y servicios escasos que provoca que cientos de millones de personas sufran perjuicios y desventajas graves independientemente de su voluntad y consentimiento (y con el que 50.000 personas mueren diariamente de desnutrici¨®n y po
breza relacionadas con estas causas), si este individuo no supiese ya que le hab¨ªa tocado un lugar privilegiado en la actual jerarqu¨ªa social? ?Respaldar¨ªa alguien libremente una situaci¨®n en la que el gasto anual de proporcionar educaci¨®n b¨¢sica a todos los ni?os es de 6.000 millones de d¨®lares; el de agua y alcantarillado, de 9.000 millones, y el de la sanidad b¨¢sica para todos, de 13.000 millones, mientras que anualmente se gastan en Estados Unidos 4.000 millones de d¨®lares en cosm¨¦ticos, casi 20.000 millones en joyas y 17.000 millones (en Estados Unidos y Europa) en comida para mascotas? Ante una corte imparcial de razonamiento moral (que analice el razonable rechazo de las reivindicaciones), es dif¨ªcil comprender c¨®mo se podr¨ªa defender una respuesta afirmativa a estas preguntas. Dif¨ªcilmente puede sorprender que las desigualdades planetarias fomenten el conflicto y la protesta, especialmente dada la visibilidad de los estilos de vida mundiales en la era de los medios de comunicaci¨®n de masas.
En quinto lugar, se ha producido un cambio de los relativamente discretos sistemas de comunicaci¨®n y econ¨®micos nacionales a su m¨¢s compleja y diversa entremezcla en los planos regional y planetario, y del gobierno a la administraci¨®n con m¨²ltiples niveles. Sin embargo, hay pocas razones para pensar que se ha producido una 'globalizaci¨®n' paralela de las identidades pol¨ªticas. Una excepci¨®n a esto se puede encontrar entre las ¨¦lites del orden mundial -las redes de expertos y especialistas, personal administrativo superior y ejecutivos de las empresas multinacionales- y aquellos que siguen sus actividades y protestan contra ellas, la vaga constelaci¨®n compuesta de movimientos sociales (incluido el movimiento antiglobalizaci¨®n), sindicalistas y (unos cuantos) pol¨ªticos e intelectuales. Pero estos grupos no son t¨ªpicos. Vivimos, por consiguiente, con una complicada paradoja: que la administraci¨®n se est¨¢ convirtiendo cada vez m¨¢s en una actividad de m¨²ltiples niveles, intrincadamente institucionalizada y espacialmente dispersa, mientras que la representaci¨®n, la lealtad y la identidad se mantienen tercamente arraigadas en las tradicionales comunidades ¨¦tnicas, regionales y nacionales.
Por lo tanto, el cambio del gobierno a administraci¨®n con m¨²ltiples niveles, de las econom¨ªas nacionales a la globalizaci¨®n econ¨®mica, es inestable en potencia, capaz de invertirse en algunos aspectos y ciertamente capaz de generar una terrible reacci¨®n, reacci¨®n basada en la nostalgia, las concepciones rom¨¢nticas de comunidad pol¨ªtica, la hostilidad a los que vienen de fuera (refugiados) y una b¨²squeda del Estado nacional puro (por ejemplo, en la pol¨ªtica de Haider en Austria, Le Pen en Francia, etc¨¦tera). Pero es probable que esta reacci¨®n sea tambi¨¦n en s¨ª misma fuertemente inestable, y quiz¨¢ un fen¨®meno a relativamente corto o medio plazo (?si tenemos suerte!). Para comprender a qu¨¦ se debe esto, es necesario desglosar el nacionalismo.
Como nacionalismo cultural es, y con toda probabilidad seguir¨¢ siendo, fundamental para la identidad de la gente; sin embargo, como nacionalismo pol¨ªtico -la afirmaci¨®n de la exclusiva prioridad pol¨ªtica de la identidad nacional y del inter¨¦s nacional- no puede proporcionar muchos bienes p¨²blicos deseados sin buscar la acomodaci¨®n con otros, en y mediante la colaboraci¨®n regional y global. A este respecto, s¨®lo el punto de vista internacional o, mejor a¨²n, cosmopolita, puede, en ¨²ltimo t¨¦rmino, acomodarse a las complicaciones pol¨ªticas planteadas por una era m¨¢s planetaria, marcada por la superposici¨®n de comunidades de destino y una pol¨ªtica de niveles y estratos m¨²ltiples. Al contrario que el nacionalismo pol¨ªtico, el cosmopolitismo registra y refleja la multiplicidad de asuntos, cuestiones y procesos que afectan y unen a las personas, independientemente de donde hayan nacido o donde residan.
Precisamos un cambio de un multilateralismo conducido por un club y dirigido por ejecutivos -t¨ªpicamente secreto y excluyente- a una forma de gobierno m¨¢s transparente, responsable y justa: un multilateralismo socialmente respaldado y cosmopolita. Los requisitos b¨¢sicos para ello son:
a) El reconocimiento de la creciente interconexi¨®n de las comunidades pol¨ªticas en diversos ¨¢mbitos (incluido el social, el econ¨®mico y el medioambiental).
b) La comprensi¨®n de que las suertes colectivas se superponen y requieren normas y soluciones colectivas en el ¨¢mbito local, nacional, regional y planetario.
c) El reconocimiento de la necesidad de que se tomen m¨¢s decisiones, y m¨¢s decisiones eficaces y responsables a nivel transnacional.
d) La ampliaci¨®n y transformaci¨®n de nuestro sistema de gobierno actual, de escalas y capas m¨²ltiples, pasando de lo local a lo regional y lo planetario, de forma que adopte, en su modus operandi, los principios de transparencia, responsabilidad y democracia.
La multilateralizaci¨®n cosmopolita no se puede basar en el modelo estadounidense de geopol¨ªtica y compromiso internacional, especialmente tal y como la concibe la derecha republicana desde el 11-S, que constituye una nueva forma de unilateralismo global. El experimento social europeo -basado en el modelo de valores democr¨¢ticos sociales y el noble experimento de gobierno en colaboraci¨®n: la Uni¨®n Europea- se?ala una v¨ªa hacia delante. Pero dentro de la UE corremos el peligro grav¨ªsimo de generar una profunda divisi¨®n entre la pol¨ªtica de ¨¦lite y la de masas, y de provocar un alejamiento de la voluntad popular. ?Es posible evitarlo?
Como el nacionalismo, el cosmopolitismo es un proyecto cultural y pol¨ªtico, pero con una diferencia: se adapta mejor a nuestra era regional y planetaria. Pero todav¨ªa no se han ganado los debates para implantarlo en la esfera p¨²blica, y si los perdemos, estaremos en peligro.
Es importante volver al 11-S y explicar qu¨¦ significa en este contexto. No podemos aceptar la carga de enderezar la justicia en un ¨¢mbito de la vida -la seguridad f¨ªsica y la cooperaci¨®n pol¨ªtica entre organismos de defensa- sin intentar al mismo tiempo solucionarla en los dem¨¢s aspectos. Si a largo plazo se separan las dimensiones pol¨ªtica y de seguridad, social y econ¨®mica de la justicia -como tiende a hacer el orden mundial actual-, las perspectivas de establecer una sociedad pac¨ªfica y civil ser¨¢n realmente sombr¨ªas. El respaldo popular contra el terrorismo, as¨ª como contra la violencia pol¨ªtica y las pol¨ªticas excluyentes de todo tipo, depende de que convenzamos a la gente de que hay una forma legal, receptiva y espec¨ªfica de abordar sus quejas. Sin este sentido de la confianza en las instituciones p¨²blicas, la derrota del terrorismo y de la intolerancia se convierte en una tarea enormemente dif¨ªcil, si es que puede llegar a conseguirse. La globalizaci¨®n sin el cosmopolitismo podr¨ªa fracasar.
David Held es titular de la C¨¢tedra Graham Wallas de Ciencias Pol¨ªticas en la London School of Economics.
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