Bancos de almas
El otro d¨ªa me llam¨® a casa un empleado bancario. Tal vez me conoc¨ªa de la sucursal, o tal vez no. Supongo, eso s¨ª, que le sonaba el perfil de mi cuenta de cr¨¦dito. Como no estaba en casa, dej¨® recado de que le llamase urgentemente. Cuando llegu¨¦, ni corto ni perezoso, le telefone¨¦ por si acaso, un tanto alarmado. Cogi¨® el auricular, y su voz sonaba campechana, pero correcta. Me dijo que me hab¨ªa llamado para ofrecerme un pr¨¦stamo. '?Un pr¨¦stamo?', me sorprend¨ª: '?Yo no quiero ning¨²n pr¨¦stamo!'. 'Pues andar¨¢s muy bien de dinero', respondi¨®, trat¨¢ndome con confianza.
Reconozco que yo, paranoico de naturaleza, me imagin¨¦ que el t¨ªo estaba totalmente informado de mis desmanes bancarios, pero conserv¨¦ la cabeza fr¨ªa, y respond¨ª: 'Precisamente no ando bien de dinero. Ando fatal de dinero. As¨ª que tiene usted raz¨®n, no teniendo d¨®nde caerme muerto, me vendr¨ªa bien un pr¨¦stamo'. Es evidente que mi estratagema quer¨ªa servir para asustarle, pero el individuo me dijo, sin dudarlo un instante: 'Bien. Te pasas por aqu¨ª y estudiamos las condiciones'. Ello me dej¨® perplejo. 'Era una broma', aclar¨¦, 'pero de todas formas, le agradezco su inter¨¦s en ponerme un inter¨¦s'.
Me dispon¨ªa ya a colgar, pero me permit¨ª una ¨²ltima pregunta: 'Oiga, ?le parece l¨®gico prestar dinero a la gente que no puede devolverlo?'. 'Pues depende de lo que t¨² consideres l¨®gico', dijo ¨¦l. '?O acaso no conoces la Teor¨ªa del Caos? ?Te parece l¨®gico el mundo? ?Te parece l¨®gico el amor?'. Era cierto. Aqu¨¦l hombre, aquella voz telef¨®nica, se estaba revelando como un aut¨¦ntico or¨¢culo. Era sin duda algo m¨¢s que un empleado bancario. Era un pensador.
Aprovechando las circunstancias, me decid¨ª a seguir planteando enigmas como si estuviera ante un comercial de Salom¨®n. Le hice la pregunta del mill¨®n: '?Usted cree que el euro disminuir¨¢ a¨²n m¨¢s nuestro poder adquisitivo?'. Hubo un peque?o silencio respiratorio al otro lado del auricular antes de que el hombre respondiese: '?Qu¨¦ versi¨®n quiere, la oficial o la personal?'. 'Pues me da usted las dos si es tan amable', dije. 'Seg¨²n la versi¨®n oficial', empez¨® el bancario fil¨®sofo, 'si no ha llegado a dominar del todo su econom¨ªa en euros es que es usted malo para los n¨²meros. Si no fuera usted un aut¨¦ntico torpe para las matem¨¢ticas su econom¨ªa no se hubiese resentido por la llegada de la nueva moneda. Ya lo dec¨ªan aquellos anuncios para ni?os con mu?equitos de plastilina, su mensaje era que todo est¨¢ igual de precio, pero en euros. Si usted no se cree eso y se queja, puede que acabe convertido en un mu?equito de plastilina'.
'Mi versi¨®n personal', continu¨® el bancario, 'es que el euro ha incrementado los precios a lo tonto o a lo listo, y que por eso mucha gente necesitar¨ªa un pr¨¦stamo'. 'Y dale con el pr¨¦stamo', exclam¨¦ yo, 'si es que me da usted miedo s¨®lo con mencionarlo. Mire, mi ¨²nico trato con los bancos se limita a las visitas a los cajeros autom¨¢ticos. Por ahora me va bien as¨ª, sin poner los pies en un banco cuando no es estrictamente necesario. Algo parecido me sucede con los cementerios. Pero bueno, no es cuesti¨®n de ponerse tr¨¢gicos. El caso es que tiene usted raz¨®n, quiz¨¢s soy yo el que falla, y no el euro. Tal vez a¨²n no me he acostumbrado a la vida de Bruselas, aunque yo viva en Bilbao. Quiz¨¢s es que, efectivamente, nunca se me dieron bien los n¨²meros, y ya no me acuerdo de hacer una ra¨ªz cuadrada, ni de dividir, ni casi de restar. Seguramente deber¨ªa volver al colegio'.
'Venga, venga', dijo ¨¦l, en un tono reconfortante, 'no te pongas as¨ª, hombre'. 'S¨ª, s¨ª me pongo', respond¨ª yo, 'porque me gustar¨ªa ese pr¨¦stamo y soy insolvente, a no ser que haga como ese chaval brit¨¢nico que vendi¨® su alma por Internet, y le deje yo a usted mi alma en hipoteca, si es que le vale de algo'. De pronto, el silencio. Despu¨¦s, durante unos instantes, se puso en marcha un fondo sonoro de los Beatles interpretado al piano por Richard Clayderman. Poco m¨¢s tarde, escuch¨¦ de nuevo la voz del empleado bancario, que me dijo, con tono amable: 'Oiga, ?me est¨¢ usted hablando en serio?'.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.