Giro hacia la fantas¨ªa
Existe una suerte de fot¨®grafos cuyo ideario se fundamenta en hacer 'fotos tan comprensibles como la vida'; a prop¨®sito de ello recordamos el bello y preciso texto incluido en el cat¨¢logo William Klein del Centro Georges Pompidou (Par¨ªs, 1988), en el cual se establec¨ªa un parang¨®n entre la producci¨®n de ¨¦ste y la de Robert Frank, dado que ambos, cada uno a su manera, participaban de la misma obsesi¨®n: retratar la vida. La diferencia radica -la cr¨ªtica lo precis¨® m¨¢s tarde- en que mientras que Frank parec¨ªa despreciar la forma, Klein 'intensificaba los juegos visuales'; Frank era un destructor nato de las jerarqu¨ªas del sentido y Klein de 'las reglas t¨¦cnicas'. La mezcla de ambas formas de interpretaci¨®n se constituyeron en tendencia de la que particip¨® toda una generaci¨®n de fot¨®grafos cuyo periodo de mayor fecundidad creativa trae causa de mediados la d¨¦cada de los setenta del pasado siglo. Entre ellos cabe destacar la producci¨®n de Alberto Garc¨ªa-Alix, de ello da fe la exposici¨®n Llorando a aquella que crey¨® amarme incluida en la programaci¨®n de PHotoEspa?a 02 (PHE02) y comisariada por Lola Garrido.
LLORANDO A AQUELLA MUJER QUE CREY? AMARME
Alberto Garc¨ªa-Alix. Sala Julio Gonz¨¢lez Avenida de Juan de la Herrera, 2 . Ciudad Universitaria. Madrid Hasta el 28 de julio
Tras el recorrido por la es
tructura secuencial de esta muestra, nos encontramos con una cierta esquizofrenia formal: una mezcla de purismo t¨¦cnico plet¨®rico de im¨¢genes construidas con una gran limpieza t¨¦cnica, muy ligado a una primera etapa del autor, que se encuentran con otras -a veces chocan- en las que los perfiles se diluyen y nos introducen en el mundo de las sugerencias, en esas ¨¢reas de la intuici¨®n, que va m¨¢s all¨¢ de la experiencia perceptiva del espectador; pero todo ello sin desconectar por completo con la realidad, porque para Garc¨ªa-Alix es una constante el seguir haciendo 'fotos/retratos, tan comprensibles como la vida' (aunque un d¨ªa ejerza de Klein y otro de Frank). As¨ª, sus registros, a lo Dennis Hopper, del fetichismo hacia la iconograf¨ªa del mundo de las motos y la carretera nada tienen que ver con los desenfoques, y la espesura, de Noche en Vitoria o los retratos de Blanca Li, La Gioconda o la alegor¨ªa Milagro en un museo si se relacionan con Decorado para un delito.
Lo cierto es que esta colecci¨®n sintetiza la trayectoria del Premio Nacional de Fotograf¨ªa del, entonces, Ministerio de Educaci¨®n y Cultura (1999). Nos recuerda otras exposiciones en las que nos sorprendi¨® con el color -aqu¨ª brilla por su ausencia- como la celebrada en la madrile?a Galer¨ªa Moriarty en 2000, en donde sus im¨¢genes participaban de argumentos recurrentes con los de ¨¦stas; recreaban el repertorio de este fot¨®grafo siempre escrito en clave de diario, en primera persona. Tambi¨¦n, a la muestra de referencia realizada en el C¨ªrculo de Bellas Artes (1998). En conjunto se trata de un compacto trabajo -quiz¨¢ de lo mejor de PHE02- al que cabe a?adir ese bello giro de la evoluci¨®n hacia la zona de los trazos semiborrados por la c¨¢mara.
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