Edipo

Stravinsky y Cocteau redujeron la tragedia de S¨®focles a sus l¨ªneas m¨¢s substanciales y consiguieron plasmar, en este Edipo Rey, un drama desnudo y est¨¢tico, aunque no por ello menos impactante. Por eso mismo, todo lo que en la interpretaci¨®n musical y en la direcci¨®n esc¨¦nica contribuya a la esencialidad que gui¨® el planteamiento de sus autores, ser¨¢ ¨²til a la obra.

El claustro de la Universidad se convirti¨® en un marco bien adecuado. Es evidente que no tiene la grandeza del palacio de Carlos V de Granada, donde se estren¨® la producci¨®n, pero las severas l¨ªneas de su arquitectura se acoplan perfectamente a la m¨²sica y al texto. Las proyecciones sobre ese marco variaron mucho en cuanto a funcionalidad: desde la escueta e irreprochable conversi¨®n en escena de un teatro griego, a los angulosos haces de luz en el suicidio de Yocasta, pasando por las muy redundantes im¨¢genes de sangre al final, o por las abstracciones de tipo biol¨®gico-geom¨¦trico que poco a?ad¨ªan a las l¨ªneas maestras del drama. El movimiento de los actores y del coro, sin embargo, se mantuvieron con acierto dentro de las coordenadas est¨¢ticas que el propio Stravinsky marcara para esta obra: 'advert¨ª a Cocteau', dice en los Di¨¢logos, 'que yo no quer¨ªa un drama, sino, m¨¢s bien, una naturaleza muerta'. Los personajes son aqu¨ª tanto seres humanos como marionetas del destino, y se convierten en prototipos tr¨¢gicos consagrados por una historia que, a la vez, los fosiliza.

Quiz¨¢s por eso no convenci¨® demasiado el narrador que encarn¨® Carmelo G¨®mez: intent¨® acercar la tragedia a los espectadores m¨¢s de lo que este planteamiento requiere. La aproximaci¨®n es s¨®lo temporal: habla en una lengua moderna, frente al lat¨ªn de los solistas y el coro, y viste con ropa actual, oponi¨¦ndose a los arcaizantes dise?os de Antonio Mir¨® para los otros personajes. Pero la mirada que transmite ha de ser necesariamente distante, porque aquello que observa est¨¢ todo petrificado. De ah¨ª la satisfacci¨®n cuando la hermosura y el drama irradian con la misma intensidad.

Los solistas vocales cumplieron con dignidad, y Vsevolod Grivnov (como Edipo) cant¨® a pesar de la disfon¨ªa que le afectaba. El coro, que tiene en esta obra un peso m¨¢s importante que el de los solistas, tuvo ajuste y afinaci¨®n, aunque se hubiera agradecido un punto m¨¢s de claridad y tensi¨®n. La orquesta, en manos de ese infatigable difusor de la m¨²sica del siglo XX que es Joan Cerver¨®, result¨®, sin embargo, algo desva¨ªda. La historia de Edipo, la gran tragedia de quien fuera asesino del padre y amante de la madre s¨®lo por un dictado del destino, no puede contarse blandamente. Con concisi¨®n, s¨ª. Sin tremendismo, tambi¨¦n. Pero esa angustia frente a la casualidad tiene en la m¨²sica, quiz¨¢s, uno de los cauces de expresi¨®n m¨¢s factibles. Y el fraseo de los int¨¦rpretes ha de ser capaz de transmitirlo.