Un paso de trav¨¦s
Uno. Hablemos de Shakespeare. ?Puedo confesarles algo, ahora que nadie nos oye? Soy un antiguo. O si prefieren, un preposmoderno. Bot¨ªn del Grec en las ¨²ltimas semanas: Hamlet, Peter Brook, en el Mercat; Troilus i Cressida, Xavier Albert¨ª, en el Lliure. Balance: regul¨ªn, regul¨¢n. T¨¦cnica, para parar dos carros. Emoci¨®n, humanidad, complejidad, justitas. ?Razones? La reducci¨®n, como siempre. ?Qu¨¦ man¨ªa con poner a Shakespeare a dieta! La primera reacci¨®n es encogernos, nosotros tambi¨¦n, de hombros. ?Vamos a toserle a Brook, nuestro abuelo zen predilecto, el sabio m¨¢s sabio de la tribu, despu¨¦s de tantos regalos? ?No vamos a re¨ªrle las gracias a Albert¨ª, el taimado Blackadder del teatro catal¨¢n? Hay d¨ªas para todo. Hay d¨ªas en que te da por pedirle al abuelo un poquito menos de esencialidad, o por sugerirle a nuestro Ap¨®stol de Oxford la opci¨®n Black & Decker (m¨¢s taladro, m¨¢s perforaci¨®n) en lugar de la v¨ªa Blackadder. Porque ni este Hamlet (versi¨®n Carri¨¨re & Estienne) es Hamlet, ni este Troilus i Cressida (gentileza de Albert¨ª & Llu?sa Cunill¨¦) es lo que se vende. Brook lo ha convertido en un cuento m¨¢s o menos exquisito, un carpet show de tonalidades orientales, con vestuario, tr¨¨s chic, de Issey Miyake, y Albert¨ª ha optado por la broma de college. Por descontado que ambos espect¨¢culos tienen calidad; s¨®lo faltar¨ªa a estas alturas. En el de Brook hay actores extraordinarios, como siempre. Bueno, con alguna excepci¨®n: el Laertes de Rachid Dja?dani parec¨ªa un cobrador del seguro de entierro. Claro que ten¨ªa muy poca tela que cortar el pobre Laertes. Y no hablemos de Horacio. Se les ve¨ªa tristes, apagaditos. A diferencia de William Nadylam, un Hamlet que a ratos recordaba una versi¨®n isabelina de El Pr¨ªncipe de Bel Air. Muy pinturero, muy sobrado. Mirando al tendido como si nada le afectase, ni fantasmas ni duelos. Y, por otro lado, todo se quedaba un poco en una historia de familia. Hamlet es, ante todo, un tejido verbal, un flujo de conciencia siempre alerta, siempre cambiante, y quien dice Hamlet dice Shakespeare. Si se reduce el texto al m¨ªnimo, lo que queda es lo menos interesante: una trama, una intriga. Y, con suerte, algo de su esp¨ªritu. Cada cual corta el pastel por donde le conviene, pero sal¨ª muy fr¨ªo del espect¨¢culo de Brook: pocas calor¨ªas. Demasiada liofilizaci¨®n. S¨ª, claro que cuenta 'la historia'. Albert¨ª tambi¨¦n la cuenta. Y, la temporada anterior, Rigola en Titus Andr¨°nic. O Bieito en Macbeth, este a?o. Por supuesto que me gustaron esos montajes, con sus m¨¢s y sus menos. Sucede que ahora los veo en hilera, en perspectiva. Y me empieza a fatigar la intuici¨®n de un hilo conductor. De una tendencia: la reinvenci¨®n innecesaria, la poda excesiva del texto, la sustituci¨®n de la poes¨ªa por la coloquialidad. Dicho de otra manera: si me dan a elegir entre el Rei Joan de Bieito y su Macbeth, me quedo con el primero. Porque era m¨¢s completo y complejo. Porque Bieito no ten¨ªa todav¨ªa, quiz¨¢, la necesidad de 'mostrar su sello', de hacer lo que se le pide, de ser b¨ºte et m¨¦chant. Todos somos, en cierta forma, prisioneros de lo que los dem¨¢s esperan de nosotros. Brook, de su 'esencialidad'; Bieito, de su fama de terrible; Albert¨ª, de su iron¨ªa. Dejemos tranquilo a Brook. Y a Bieito.
Dos. He dicho antes que el Troilus i Cressida de Albert¨ª & Cunill¨¦ me parec¨ªa una broma de college. Una broma que tendr¨ªa pleno sentido en un pa¨ªs con tradici¨®n shakesperiana, donde ese texto formidable se hubiera representado con regularidad. ?Riesgos de la broma? Que el p¨²blico salga convencido de que Troilus es una gansada, una nota a pie de p¨¢gina de La bella Helena. En su reparto hay actores notables, pero desperdiciados, reducidos a arquetipos 'graciosos'. Curiosamente, el ¨²nico que se lleva el gato al agua es Albert¨ª, que, astuto, se ha 'repartido' el papel de Tersites, el buf¨®n salvaje; un Albert¨ª irresistible, gracios¨ªsimo, m¨¢s Blackadder que nunca. Casi daban ganas de decirle: '?Por qu¨¦ no se olvida usted de la obra y cocina un mon¨®logo llamado Tersites, contando la historia de Troilo y Cressida y de la guerra de griegos y troyanos, como Fabrizio del Dongo cont¨® Waterloo, desde detr¨¢s de una loma'.
En fin. Si he unido -o se me
han unido- todos esos espect¨¢culos en una misma cr¨®nica es para elevar una modesta petici¨®n. Nuestros j¨®venes y no tan j¨®venes leones ya han demostrado que son capaces de hacer ingeniosas relecturas, reducciones o deconstrucciones de Shakespeare, pero, amigos, me temo que la pos-posmodernidad est¨¢ empezando a volverse un tanto previsible. ?Qu¨¦ pido? Un paso de trav¨¦s. Un salto hacia un territorio que nuestros cachorros rara vez han pisado. No, no se trata de un ritorno all'antico: demasiado polvoriento. Lo verdaderamente moderno, ahora, ser¨ªa lo inesperado: inventarse un, digamos, neoclasicismo. Shakespeare por derecho. Para variar un poco. Con todas las pistolas y las cazadoras de cuero que quieran, pero, please, dando las obras ¨ªntegras, o casi, que es lo verdaderamente dif¨ªcil. Sin tantos 'valores a?adidos', a ser posible: por lo general, la ferocidad o la iron¨ªa ya suelen estar 'dentro'. Un acercamiento m¨¢s a la inglesa que a la francesa o a la alemana, no s¨¦ si me entienden. Con m¨¢s sensatez que voluntad de echar la firmita, de hacer algo 'diferente'. Si nos hemos inventado la posposmodernidad, ?no podr¨ªamos jugar a creer que somos ingleses? ?No dijo el maestro Brook en su rueda de prensa que 'el teatro s¨®lo tiene sentido si va a contracorriente'?
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