Tiempo de tirar piedras y tiempo de recogerlas
Las piedras pueden servir para construir y para luchar, seg¨²n se sirvan de ellas arquitectos u honderos y, desdichadamente, parece que en Espa?a ha llegado el 'tiempo de tirar piedras' con el riesgo de com¨²n descalabro. Al menos eso hace temer la general utilizaci¨®n, en el lenguaje pol¨ªtico, del improperio, la rec¨ªproca descalificaci¨®n, la exigencia, el ultim¨¢tum y el rechazo. En ocasiones, y el m¨¢s reciente planteamiento del conflicto vasco es un ejemplo de ello, tan peligrosa ret¨®rica se basa en una confusi¨®n de los t¨¦rminos y de los problemas que con ellos se expresan y, por ello, no creo in¨²til esforzarse en contribuir a aclararlos. Distinguir para comprender.
Distinguir primero, como en su d¨ªa se hizo y despu¨¦s parece haberse olvidado, entre, de una parte, el fen¨®meno terrorista, nunca justificable, a combatir por todos los medios eficaces y legales, incluidos los pol¨ªticos, como, dicho sea de paso, el presidente Aznar propugna ante diferentes movimientos subversivos, desde Iberoam¨¦rica hasta Oriente Medio, y, de otra, el problema pol¨ªtico a resolver. El primero, un fen¨®meno que no importa vengar, sino que urge erradicar, porque la mayor y mejor solidaridad con las v¨ªctimas del crimen es evitar que haya m¨¢s. El segundo, un problema consistente en el inacomodo del pueblo vasco con su situaci¨®n actual. Inacomodo avalado, desde el refer¨¦ndum constitucional de 1978 y por cada una de las subsiguientes elecciones auton¨®micas, hasta las muy recientes del 2001, planteadas y perdidas, precisamente por la opci¨®n antinacionalista, en t¨¦rminos plebiscitarios. Negarse, no ya a solucionar, sino a reconocer la existencia de tal problema, identific¨¢ndolo con el terrorismo y sus aleda?os, es embestir -malsana utilizaci¨®n de la cabeza- contra la realidad, camino que, seg¨²n demuestra la experiencia propia y comparada, no conduce a parte alguna, salvo, a la larga, a la soluci¨®n que se dice no querer.
En el ya vetusto Pacto de Ajuriaenea se estuvo de acuerdo en abordar ambas cuestiones separadamente y en avanzar en la soluci¨®n del problema pol¨ªtico si la violencia cesaba. Pero cuando hubo ocasi¨®n de hacerlo o, al menos de iniciarlo, se descalific¨® desde el primer momeno y se desaprovech¨®, despu¨¦s, la ocasi¨®n.
Cifrar la soluci¨®n del problema que pasa por el reconocimiento de una identidad pol¨ªtica plena con el derecho de autodeterminaci¨®n en t¨¦rminos de derecho internacional es en, mi opini¨®n, un grave error, no ciertamente el ¨²nico, del nacionalismo. Pero no lo es menor el haber negado y negar cualquier alternativa diferente a la reafirmaci¨®n del insatisfactorio statu quo, incluido el an¨¢lisis de lo que la autodeterminaci¨®n puede significar e identificarla, sin m¨¢s, con la independencia, para rechazar ¨¦sta, en virtud de un argumento puramente voluntarista, el ¨²nico, por definici¨®n, insuficiente en t¨¦rminos democr¨¢ticos cuando se est¨¢ en minor¨ªa.
Y se riza el rizo de la confusi¨®n cuando, por unos y otros, se mezcla el citado derecho de autodeterminaci¨®n con el cumplimiento del Estatuto de Autonom¨ªa de 1979. Porque una cosa es que se interprete dicho derecho como impl¨ªcito en la Adicional ¨²nica de dicho Estatuto, cuesti¨®n a decidir pol¨ªticamente, como tales cuestiones pueden ser eficazmente decididas, esto es, consensuada, y construida jur¨ªdicamente despu¨¦s y, otra diferente, el cumplir con el tenor expreso de dicho Estatuto. Si en el mismo se establece que determinadas competencias deben corresponder al Pa¨ªs Vasco, es escandaloso que, veintitr¨¦s a?os despu¨¦s de promulgarse el Estatuto, dichas competencias sigan sin ser debidamente transferidas. Da igual que sean siete las pendientes o treinta y siete. Las transferencias estatutariamente previstas no pueden ser objeto de negociaci¨®n pol¨ªtica seg¨²n convenga en Madrid. Y la primera prueba de la lealtad al Estatuto que tanto se reclama, ser¨ªa la de su exacto e inmediato cumplimiento.
Ahora bien, nueva confusi¨®n, pasar de la muy leg¨ªtima exigencia de la transferencia a anunciar su asunci¨®n unilateral, parece un brindis al sol, ¨²til tan s¨®lo para avanzar en la ret¨®rica de la pedrada, porque ni los medios t¨¦cnicos ni, menos a¨²n, los financieros, necesarios para el ejercicio de las competencias en cuesti¨®n, est¨¢n al alcance de la decisi¨®n unilateral del Gobierno Vasco. Tan desafortunada declaraci¨®n hubiera pasado desapercibida si desde Madrid no se le hubiere aportado una buena dosis de dramatismo, pero se ha preferido enfatizar la 'firmeza' ante las pretensiones vascas en lugar de diferenciar entre lo que es estricto cumplimiento del Estatuto, en el que el Gobierno estatal debiera ser el primer interesado, y lo que supondr¨ªa la siempre discutible y, por lo tanto no rechazable, sino negociable, superaci¨®n del actual Estatuto.
Estos ¨²ltimos extremos, cuya futilidad el tiempo se encargar de demostrar, son, sin embargo, muy reveladores del t¨¢cito y, supongo que inconsciente, acuerdo en pro del enfrentamiento y ello en dos dimensiones, en la de los conceptos y en la de las actitudes.
Por un lado, toda conciencia nacional vasca no es nacionalismo -y as¨ª lo demuestran importantes sectores del PSE y IU y, como el tiempo demostrara, incluso del PP- ni todo nacionalismo es independentismo. Pero los nacionalismos sin Estado, todos, el escoc¨¦s no menos que el vasco, tienen su indeclinable ret¨®rica soberanista que en ¨¦ste, no m¨¢s que en otros, se adoba con la inoportunidad y truculencia de alguno de sus dirigentes. Pero no es menos inoportuno y en ocasiones truculento confundir la reivindicaci¨®n de la gesti¨®n de la seguridad social, de la que tanta punta pudieran sacar negociadores estatales h¨¢biles, con el independentismo y la de todo independentismo, incluido el pac¨ªfico y democr¨¢tico, con el terrorismo. Y es esta reivindicaci¨®n la que voces autorizadas del Gobierno, y numerosos pol¨ªticos y analistas vienen haciendo cuando meten en el mismo saco terrorismo y nacionalismo porque, con independencia de los medios utilizados, la violencia en un caso, la democracia en otro ?nada menos!, se dice que buscan un fin id¨¦ntico. Con ello se radicaliza el conflicto, se potencia la opci¨®n nacionalista extrema y se ahonda m¨¢s y m¨¢s la crispaci¨®n en
el seno del pueblo vasco y la separaci¨®n de ¨¦ste con el resto de Espa?a. ?Es ¨¦sta la mejor v¨ªa de servir la integraci¨®n espa?ola? ?O m¨¢s bien es hacer el caldo gordo a quienes quieren 'desenchufar' (sic) a Euskadi del resto de Espa?a?
Por otro lado, el unilateralismo, el del ultim¨¢tum tanto como el del rechazo, muestran el com¨²n desconocimiento de que el problema vasco s¨®lo puede obtener soluci¨®n en un 'arreglo' negociado. El Estatuto lo fue y sobre su condici¨®n de pacto pol¨ªtico se ha pronunciado reiteradamente el lehendakari Ibarretxe. Pero un pacto no puede ser interpretado ni aplicado ni menos modificado unilateralmente por una sola de las partes, sino siempre renegociado. Ni una sola de las partes puede negarse permanentemente a su renegociaci¨®n cuando as¨ª lo requiere la propia finalidad integradora del pacto.
La utilizaci¨®n de cada concepto en su sentito m¨¢s hiriente, la permanente descalificaci¨®n del otro, la negativa a reconocer las cosas tal como son y no como se querr¨ªa que fueran -primer e ineludible paso para poder dominarlas- lleva a una ret¨®rica, primero, a una pol¨ªtica, despu¨¦s, de tirar piedras. Y a la vista de cu¨¢les son las relaciones entre los partidos pol¨ªticos, las del Gobierno con importantes fuerzas sociales e institucionales y las del Estado con varios de nuestros vecinos, parece que el problema vasco no es el ¨²nico caso, aunque s¨ª el m¨¢s acuciante, en el cual las pedradas son el modo de expresi¨®n preferido. Los honderos han sustituido a los arquitectos.
Pero si hay un tiempo malo de 'tirar piedras', hay que salvar, a toda costa, la posibilidad no s¨®lo de esperar, sino de gestionar el tiempo de recogerlas... para construir una casa com¨²n. No dar pasos irreversibles por la v¨ªa del desencuentro.
Miguel Herrero de Mi?¨®n es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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