Abrir un mel¨®n
La expresion 'es un mel¨®n por abrir' intenta definir la dificultad de saber de antemano si algo ser¨¢ bueno o no. Riquelme, por ejemplo, es un mel¨®n por abrir, ya que ignoramos si, una vez en el Bar?a, ser¨¢ capaz de adaptarse y ofrecer todos los matices de sus publicitados sabores y estar a la altura de la fama que le precede. La met¨¢fora, en cambio, adquiere categor¨ªa de estricta descripci¨®n cuando se trata de comprar un mel¨®n de verdad. El de verdad es, en efecto, un mel¨®n por abrir y resulta dif¨ªcil saber si saldr¨¢ bueno o no. 'D¨¦melo bueno', solemos exigir cuando acudimos a nuestro frutero de cabecera, quiz¨¢ recordando las veces que nos hemos llevado a casa una birria de mel¨®n (fruto de curcubit¨¢cea). Y el pobre frutero, acuciado por la responsabilidad, y no s¨¦ si para justificar su vocaci¨®n o si para contentar a su pu?etera clientela, empieza a manosear los melones expuestos como si fueran pelotas de rugby o acogedoras partes de la anatom¨ªa humana. Los palpa, los estruja, les susurra, los huele, los acaricia, y uno detecta en su respetuoso trance t¨¢ctil un bombo de loter¨ªa que, si saca el n¨²mero premiado, convertir¨¢ su coreograf¨ªa en triunfo, y si no, en simple fiasco.
Que nadie se ofenda: me consta que hay gente que presume de ser capaz de detectar un buen mel¨®n sin necesidad de abrirlo. Por ejemplo: el abuelo de Milena Laizeau, esa chica que se merece todo lo bueno que le pueda ocurrir, sol¨ªa reconocer los mejores melones s¨®lo con mirarlos. Era gitano, acordeonista aficionado, vendedor ambulante profesional y, en contra de la tradici¨®n que recomienda que un hombre como Dios manda no se acerque a la cocina, sol¨ªa preparar una ensalada de frutas a base de salami y mel¨®n digna de figurar en el libro La cocina de gitana (Ed. Belaqva, una recopilaci¨®n de recetas supuestamente gitanas de Matilde Amaya, conocida, adem¨¢s de por sus guisos, por ser la esposa del guitarrista Juan Habichuela y la madre de los hermanos Carmona de Ketama). Cuando no est¨¢ escribiendo o haci¨¦ndome descubrir orquestas como los Urs Karpatz, Milena suele contar que su abuelo se acercaba solemnemente a los melones (en Grenoble, en Brujas, en Lisboa, en Huelva, en Caracas) y, concentr¨¢ndose cual Fassman autodidacta, se?alaba con el dedo la pieza elegida y se la llevaba a casa. Una vez all¨ª, con una navaja dise?ada para reyertas, proced¨ªa a abrir el mel¨®n y, ?oh!, nunca fallaba. Cuando muri¨®, hace un par de a?os, Milena me cont¨® que, sin los poderes paranormales de su abuelo, ya no pod¨ªa confiar en los melones y yo le recomend¨¦ que escribiera un cuento sobre esta historia, aunque no creo que me hiciera caso y es probable que, a estas alturas, haya sustituido el mel¨®n de aquella extraordinaria ensalada familiar por kiwis macerados en -Milena es as¨ª- vinagre de M¨®dena.
En los pa¨ªses donde el mel¨®n constituye un elemento primordial de la cocina (lo utilizan para hacer ensaladas, sopas y toda clase de guisos), los m¨¦todos para averiguar si son buenos abundan, aunque me temo que el m¨¢s extendido sigue siendo la intuici¨®n o rezarle a Nuestra Se?ora de los Melones. Hay quien sostiene que para reconocer un mel¨®n maduro basta fijarse en si la parte en que se asienta est¨¢ redondeada o si las arrugas de la piel son de un amarillo intenso. Otros opinan que un mel¨®n maduro tiene que pesar y si presenta grietas en su piel, mejor que mejor, aunque la manera de salir de dudas suele consistir en presionar la punta y ver si est¨¢ lo bastante blanda. Los que se dedicaban a robar melones a la luz de la luna no ten¨ªan tanto tiempo para comprobar todas estas caracter¨ªsticas de su bot¨ªn. Sal¨ªan pitando con el mel¨®n bajo el brazo, deseando que el propietario de los cultivos no les acribillara con la escopeta de perdigones. Mi padre conserva grandes recuerdos de los melones de Pradilla, un pueblo zaragozano en el que, aprovechando la calidad de la tierra cercana a un meandro del rio Ebro, se cultivaban aut¨¦nticas joyas. 'Entonces un buen mel¨®n era una rareza. Ahora, en cambio, todos son buenos', me comenta. Buenos, puede que s¨ª, pero algunos se cotizan a un precio que casi obliga a pedir un cr¨¦dito (Credimel¨®n). Aunque la inversi¨®n merece la pena. Si nos hipotecamos por pisos defectuosos y alumin¨®sicos, no veo por qu¨¦ no podemos endeudarnos para adquirir un delicioso y ef¨ªmero mel¨®n, Galia, Cantaluppo (denominaci¨®n que procede del pueblo en el que, en el siglo XV, veraneaban los Papas), de Villaconejos o Pradilla, o ese mel¨®n Vicent¨ªn, famoso, adem¨¢s de por su sabor y su precio, por esa etiqueta en la que aparece un chaval vestido con traje regional, un h¨ªbrido entre descendiente de Pancho Villa y pariente de Blasco Ib¨¢?ez, intentando dejar bien alto el pabell¨®n de la localidad de Cuiper, provincia de Valencia. La cara del tal Vicent¨ªn es conmovedora y, mientras te vas comiendo el delicioso manjar que lleva su nombre, puedes preguntarte qu¨¦ habr¨¢ sido del chico de la etiqueta, qu¨¦ decepciones habr¨¢ tenido en la vida, si ser¨¢ diab¨¦tico o no, si habr¨¢ tenido que pelearse a causa de las burlas de sus compa?eros de escuela, si sigue teniendo esa mirada intensa y asustada... En fin: creo que voy a llamar a Milena para ver c¨®mo le va la vida y, de paso, proponerle escribir a medias la biograf¨ªa de Vicent¨ªn. Ya tengo el t¨ªtulo: El Ni?o del Mel¨®n. M¨¢s gitano, imposible.
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