Los Ramones contra la droga
Corr¨ªan los primeros ochenta, o tal vez los ¨²ltimos setenta, cuando mi amigo Roque, que por aquel entonces ten¨ªa diecis¨¦is, acudi¨® por ¨²ltima vez a Castro Urdiales a veranear. Aqu¨¦l soleado mes de julio conoci¨® a Monchi, un joven asturiano que hab¨ªa viajado a Castro para alejarse de un mal rollo. El mal rollo era que Monchi se pinchaba. A¨²n no se consideraba un yonqui, pero le ca¨ªan uno o dos picos por semana.
Roque no tard¨® en querer probar. Por aqu¨¦l tiempo ambos hab¨ªan conocido a un camarero que hab¨ªa vuelto de Tailandia con frascos de mermelada rellenos de hero¨ªna. Por lo visto, el camarero se sent¨ªa solo, y estaba encantado de regalarles un poco de jaco, siempre que sus nuevos amigos se picasen con ¨¦l. Y ah¨ª tenemos a Roque, dej¨¢ndose pinchar por otros en su primera vez, en su bautizo, pero suplicando, rogando ser el primero en recibir la aguja en el regazo de la vena, por si acaso le met¨ªan una burbuja, por si la hepatitis -no se conoc¨ªa a¨²n el sida-, o por si algo sal¨ªa mal. As¨ª lo hicieron, y Roque desvi¨® la mirada para no ver el pincho ni la sangre.
Cuando llegaron a la calle Ardigales, Roque estaba muy colocado. Era como si caminase por almohadillas, en lugar del viejo empedrado. Se dirigieron al bar Las Mercedes, en donde hab¨ªa una mesa corrida con gente fumando hach¨ªs y marihuana. Ah, eso s¨ª que eran buenas vibraciones, pens¨® Roque. Eso s¨ª que era un pedazo de onda. La gente fumaba y a Roque solo le hac¨ªa falta respirar para ser feliz. Tan s¨®lo respirar r¨ªtmicamente: uno, dos; mientras miraba a los dem¨¢s con cara de sobrenatural beatitud. Pero entonces comenz¨® a sonar la m¨²sica. Un inesperado rock n' roll. '?Qu¨¦ es esto?', pregunt¨® Roque sin abandonar la sonrisa ya un poco torcida. Los Ramones, le contest¨® alguien con cierto fastidio.
Puede que los t¨ªmpanos de Roque no estuviesen habituados a las impresiones fuertes, o acaso conoci¨® la m¨²sica de Los Ramones en un mal momento. Durante un rato, Roque aguant¨® en el banco corrido, rodeado por ambos lados de gente que echaba humo, sin poder escapar de la encerrona. La bater¨ªa sonaba estrepitosa, la guitarra le estaba perforando los t¨ªmpanos, y el bajista machacaba su cerebro con la crueldad lacerante de un martillo pil¨®n. Efectivamente, se estaba mareando mucho, y corr¨ªa el riesgo de perder la verticalidad, o al menos la posici¨®n sedente, aunque por otra parte escorada, que ocupaba en el alegre banco corrido. Primero se quej¨® de que el volumen estaba muy alto, y alguien le mir¨® con cara de desprecio. Los Ramones, por lo visto, nunca sonaban a volumen suficiente, porque todo el volumen del mundo no era demasiado para Los Ramones. Despu¨¦s mir¨® a Monchi. 'Me estoy mareando', le dijo. 'Pues date una vuelta, t¨ªo', fue su solidaria respuesta.
Roque sali¨® de all¨ª, pero no lo hizo solo, sino que le ayud¨® un ¨¢ngel. Una chavala del banco corrido, que se hab¨ªa fijado en ¨¦l desde el principio, se dio cuenta de que algo le suced¨ªa y le acompa?¨® hasta la puerta. 'Ha sido la m¨²sica de Los Ramones', explic¨® Roque. 'Me ha sentado mal la m¨²sica de Los Ramones', insisti¨®, mientras vomitaba. La chica no le dej¨® solo, no le abandon¨® por un instante, le acompa?¨® incluso hasta la parte posterior de la iglesia de Santa Mar¨ªa, junto al mar, mientras Roque echaba las tripas. 'Lo siento', repet¨ªa Roque, 'siento haberte conocido en estas condiciones', y volv¨ªa a vomitar, esta vez en direcci¨®n a las olas, a las gaviotas, al horizonte plateado del atardecer, y tal vez toda esa escena estaba envuelta de un romanticismo raro, inaprensible para quienes no saben mirar la vida con otros ojos.
Despu¨¦s de aquello, Roque no volvi¨® a pincharse m¨¢s. ?l siempre dice que Los Ramones le salvaron de caer en la hero¨ªna, y que por ello les estar¨¢ eternamente agradecido. Desafortunadamente, tampoco volvi¨® a ver al ¨¢ngel de la guarda que le cuid¨® aquella tarde. En cuanto a su amigo Monchi, parece que continu¨® pinch¨¢ndose, hasta que se perdi¨® su pista en alg¨²n lugar de Asturias.
?Y Los Ramones? Roque no se compr¨® ni uno solo de sus discos.
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