En el escaparate del poder
Menos marqueses y m¨¢s altos cargos. Menos industriales y m¨¢s ejecutivos. Y sus esposas, claro. Lo perdido por lo ganado en 20 a?os del escaparate del poder barcelon¨¦s. Que eso era y eso es -nadie debe enga?arse- el Gran Teatro del Liceo. Ayer y hoy difieren en las formas y se juntan en la intenci¨®n, que sigue siendo la misma, por decirlo sin tapujos: lucir. Lucirse. Ver y ser visto en ese espl¨¦ndido escenario de los happy few es, al fin y al cabo, lo que importa. Por los siglos de los siglos. Aunque hoy se revista de piadosa afici¨®n musical de calit¨¦ lo que siempre ha sido pura y simple necesidad de reconocerse como miembro del clan.
Ellas, las marquesas antiguas -las pocas que hab¨ªa-, vest¨ªan a su aire; nunca tuvieron mucho dinero. Las industrialas, en cambio, rivalizaban en pertegaces y joyas de Puig Doria o de Roca. Tanto unas como otras eran vistosas, decorativas con sus trajes largos, sus pieles y sus joyas, antiguas o nuevas, pero siempre aut¨¦nticas. No estaban all¨ª, por cierto, para otra cosa. Los maridos, marqueses o industriales, cumpl¨ªan su papel de acompa?antes ejemplares del valioso flor¨®n femenino, su m¨¢s definitoria condecoraci¨®n personal. ?Ay, que espect¨¢culo lampedusiano ha perdido el presente!, dicen los admiradores de la condesa de Lacambra, versi¨®n barcelonesa de Madame Verdurin, que se exhib¨ªa en el proscenio izquierdo del primer piso. Por cierto, la condesa ten¨ªa en el proscenio de enfrente a Lorenzo Pons, descendiente de la virreina, de la Virreina, y luego tuvo a Juan Antonio Samaranch y a Bibis. No hac¨ªa falta que se saludaran. Todos se conoc¨ªan. Hoy no me la imagino frente a frente con Jos¨¦ Manuel Lara Hern¨¢ndez, aunque el rey de la edici¨®n hubiera estado mucho m¨¢s entretenido en su proscenio que, sin duda, es el de referencia en el escaparate.
Ayer y hoy difieren en las formas y se juntan en la intenci¨®n, que sigue siendo la misma: lucir
Las esposas de altos cargos y ejecutivos tienen ahora el handicap de que es muy posible confundir un Armani con un Zara. Adem¨¢s, Llongueras las peina para que nadie diga que llegan de la peluquer¨ªa. Y eso es lo que a ellas les gusta. Todas trabajan y se les nota. Muchas son, a su vez, altos cargos y ejecutivas, as¨ª que son ellas, que ya pueden ser socias del inefable C¨ªrculo, las que acompa?an a los hombres, o sea, a sus clientes, y les invitan a car¨ªsimos canap¨¦s en los nuevos reservados -ganados, mil¨ªmetro a mil¨ªmetro, al pasillo del primer piso- de los sponsors, los nuevos arist¨®cratas empresariales. Los nuevos propietarios.
Los negocios, por tanto, se feminizan en el Liceo. Es un gran cambio, como el de los vestidos. Pero permanece ese estilo barcelon¨¦s de siempre: dosificar la ostentaci¨®n, no cruzar la maldita raya resbaladiza del rid¨ªculo por exceso o por defecto. Debe de ser por esa raz¨®n que hasta las azafatas -m¨¢s mujeres que hombres- visten del color de las butacas de la sala, o sea, de granate. Y se han tomado en serio su papel de polic¨ªas de los pasillos: son ellas las que no permiten entrar a nadie una vez comenzada la funci¨®n. ?Qui¨¦n lo hubiera dicho hace 20 a?os, cuando todo el mundo entraba y sal¨ªa de la sala a placer? Ahora reina la disciplina catalana. No s¨®lo en las normas de convivencia y en los gustos musicales, sino en todo aquello que contribuye a convertir el escaparate en santuario de la catalanidad oficial. ?Qui¨¦n lo hubiera dicho!
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