Operaci¨®n Tiffany's
40 En todas las entradas de Madrid hay una enorme valla publicitaria que muestra al alcalde Jos¨¦ Mar¨ªa ?lvarez del Manzano sonriente junto a una leyenda: 'Madrile?os: s¨¦ que me odi¨¢is. Es mutuo'. En su verano de despedida, el alcalde se estaba empleando a fondo: no hab¨ªa calle por abrir. Ya se hab¨ªan dado casos de batallas entre empleados de constructoras, porque alguna no hab¨ªa tapado su zanja a tiempo de que otra la abriera. Manzano hab¨ªa intentado pactar con municipios vecinos la exportaci¨®n de apertura de zanjas, 'un producto tan nuestro', hab¨ªa declarado. Pero no hab¨ªa colado. Y aunque hubiera colado, no hubiera servido de nada, porque los camiones de las constructoras jam¨¢s hubieran podido llegar a los municipios del extrarradio, dado que las carreteras est¨¢n permanentemente colapsadas, hasta el punto que los ni?os estudian en las escuelas que una ardilla puede circunvalar Madrid varias veces sin tocar el suelo, apoy¨¢ndose en el cap¨® de los coches atascados.
-La Trini ya se ha comido a Manzano s¨®lo con presentarse -Caldera me dio otro codazo en las costillas-. Y se comer¨¢ a Gallard¨ªn. Es una monstrua.
Al parecer, el PSOE se hab¨ªa convertido en la familia Adams. Caldera lo entendi¨® a la segunda: anda, qu¨¦ gracia, claro, con tanto monstruo, ja ja...
No tuvo tiempo de completar la risa, porque el coche cay¨® en una zanja secreta, otra de las innovaciones del alcalde: abrir zanjas y, adem¨¢s de no se?alizarlas, cubrirlas con papel. Con el estr¨¦pito se disparaba el mecanismo de un mu?equito de ?lvarez del Manzano reglamentariamente acompa?ado de su esposa, como una pareja de tarta de novios que al un¨ªsono dec¨ªa desde el interior del socav¨®n: 'Mala suerte; amigo; haber votado a otro'.
-Venga, salgamos antes de que explote -se apresuraba Caldera.
-Tranquilo, tranquilo, no pierda la calma -intent¨¦ sosegarle.
-No, si lo que explota es la zanja -ya trep¨¢bamos, a punto de alcanzar el asfalto-. Vamos. Por fortuna no hemos ca¨ªdo muy lejos.
41 A la sede central del PSOE en la calle Ferraz de Madrid le sucede lo que a la casa de Poltergeist: demasiados esp¨ªritus flotan en el ambiente. Al cruzar la puerta es inevitable sentir un escalofr¨ªo; un crujido en los ascensores sugiere entrechocar de cadenas; la queja de una bisagra mal engrasada invita a vigilar la espalda.
-Le presento a Pepe Blanco -extendi¨® su mano Jes¨²s Caldera para acortar la distancia que me separaba del secretario de organizaci¨®n socialista-. Un monstruo.
-Encantado -dijo Blanco, sin mirar a Caldera ni ofrecer pista alguna sobre si tomaba el calificativo como un elogio o un desd¨¦n, aunque ese detalle enseguida careci¨® de importancia. Todo dej¨® de tener importancia en un instante, porque se abri¨® una puerta, un rayito de luz se desliz¨® en la habitaci¨®n y, con unas dulces notas de arpa adornando su paso, entr¨® en la estancia Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero.
-?Qu¨¦ le parece? ?Eh? -se entusiasm¨® Caldera-. Aqu¨ª, Pepi?o ha mandado instalar un dispositivo en las bisagras para que cuando se abra la puerta de Jos¨¦ Luis suene una m¨²sica celestial.
-........................................... -dijo Zapatero.
-Claro que s¨ª -le secund¨® Caldera, riendo-. Es un monstruo. ?Es un monstruo o no es un monstruo Jos¨¦ Luis?
Me gui?aba ojos Caldera, no s¨¦ si para que le siguiera la corriente o para mostrarme complicidad con el chiste de la familia Adams. Blanco no consegu¨ªa disimular su embarazo. El m¨ªo no era menor: aquello era lo m¨¢s inquietante que me hab¨ªa sucedido jam¨¢s. Zapatero no era mudo, ni hablaba con silencios, como se dec¨ªa de Gary Cooper. Tampoco era que no dijera nada, como se dice a veces de los pol¨ªticos. Suced¨ªa que su discurso, de tan blanco, no se materializaba.
-................................................... -coment¨® Zapatero en una larga parrafada. Blanco y Caldera se sentaron. Yo les imit¨¦, con algo de retraso.
-Yo ya le he trasladado un poco lo que pensamos, jefe -terci¨® Caldera-, pero se trata de que t¨², como monstruo que eres, le plantees un poco c¨®mo vemos nosotros este asunto del gato Simbotas, porque la opini¨®n del primer partido de la oposici¨®n es importante en una democracia seria. Ya que el Gobierno nos chulea, por lo menos que este se?or nos escuche, ?no? No crea que vamos buscando ciudadanos que pongan la oreja, ?eh? Su caso es un privilegio, amigo.
Aprovech¨¦ el privilegio y el peculiar c¨®digo de comunicaci¨®n de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero para abstraerme. Fue una abstracci¨®n muy poco original: mi pensamiento volaba hacia Mayte con el pelo suelto hasta la cintura y derram¨¢ndome besos en el cuello.
-Conf¨ªo en que pueda usted hacer algo por nosotros -irrumpi¨® en mi mala conciencia Pepe Blanco.
Yo no sab¨ªa si se refer¨ªa a lo que no hab¨ªa dicho Zapatero o a lo que hab¨ªa dicho. Tampoco entend¨ª nada de dinero. Me desped¨ª con vagas promesas de consultar con un especialista. Urg¨ªan horas de sue?o.
42 - Oye, Pablo, ?t¨² que sabes de p¨¢jaros que pierden la voz?
-Regular, y en este momento menos.
-?Y eso?
-Porque estoy en la playa de Taormina poni¨¦ndome ciego a pizza. Estamos en agosto. Yo hago vacaciones, ?sabes?
-Perdona. Lo siento.
-No, nada. Dime qu¨¦ quieres. En realidad estoy hasta las narices de Taormina, de vacaciones, de Sicilia y de pizza. Por eso tengo el m¨®vil conectado.
-Me han encargado que trate a un pol¨ªtico que tiene un discurso tan blanco que no se ve.
-Oye, ?has vuelto a beber?
-Nunca dije que fuera a dejarlo.
-?Me est¨¢s hablando en serio?
-No s¨¦, me sonaba que me has tenido casos parecidos.
-Yo he tratado periquitos estresados que han dejado de cantar, pero pol¨ªticos que no dicen nada...
-Si no es que no diga nada. Es que molesta poco.
-?Y qu¨¦ tiene de malo?
-Demasiado blanco. No materializa. ?T¨² qu¨¦ hac¨ªas con los periquitos estresados?
-Cantarles, ponerles al sol, alimentarles bien, acariciarles. Los periquitos agradecen mucho que se les acaricie la nuca.
-No me veo acariciando la nuca de Zapatero.
-?Es Zapatero? ?Por qu¨¦ no vas a ver a Alfonso Guerra?
-??se de qu¨¦ sabe?
-Ni idea, pero daba ca?a a todo Dios, ?no?
-No s¨¦, ya ver¨¦. Te tengo que dejar. He quedado con Mayte, Juanma y con un tipo misterioso que he conocido en un bar. Tenemos que ir a asaltar la Moncloa para profanar la tumba de un gato.
-Oye, Paco.
-Dime.
-?Me estoy perdiendo algo?
43 A las nueve y media de la noche est¨¢bamos en la puerta principal de la Moncloa, aguardando tras la barrera de seguridad. El polic¨ªa nacional comprob¨® desde la garita que la matr¨ªcula del coche de Juanma no figuraba entre las visitas autorizadas. Puse en marcha el plan del se?or Esquina: golpe¨¦ con los nudillos el cart¨®n blanco colocado en el salpicadero. Como buen espa?ol, el polic¨ªa interpret¨® que ¨¦ramos mandamases con privilegios especiales y nos abri¨® la barrera. Lo mismo sucedi¨® en el siguiente control. La operaci¨®n Tifanny's hab¨ªa sido un ¨¦xito.
-Os lo dije -se regode¨® Esquina en su victoria-. Nunca falla.
El jard¨ªn del Palacio estaba a nuestra disposici¨®n. Doce mil metros cuadrados, al cuidado de Rodrigo Rato durante el mes de agosto por encargo del Presidente.
-Los gatos necesitan saber que el territorio que habitan les pertenece -discurse¨¦ a mis compa?eros de expedici¨®n, tal vez influido por el recuerdo de los co?azos de Aznar-. Son, m¨¢s que patriotas, de un nacionalismo trasnochado: no les entusiasma desplazarse. Su territorio les da seguridad. Por lo tanto, lo l¨®gico es que Simbotas fuera enterrado cerca de donde muri¨®.
-Eso ser¨ªa l¨®gico -me replic¨® Esquina- si el gato se hubiera autoenterrado.
La desventaja de no ser Presidente del Gobierno es que la gente te lleva la contraria y te deja en evidencia cuando quieres vender una moto.
-Digo yo que no habr¨¢n tenido mal coraz¨®n y habr¨¢n respetado el deseo de Simbotas.
-?Quieres decir -se asombr¨® en falsete Juanma- que no sabes d¨®nde est¨¢ enterrado?
-Cuanto antes empecemos a cavar, mejor -zanj¨¦ sus dudas sobre mi liderazgo escupi¨¦ndome las palmas de las manos como si alguna vez en mi vida hubiera empu?ado un pico.
Ma?ana, noveno cap¨ªtulo: C¨®digo marr¨®n
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