LOS REFUGIADOS VUELVEN A CASA
Istalef se ha convertido en un paradigma del regreso de los afganos a sus hogares. Completamente destruida durante la guerra, la ciudad ha recuperado ya a un millar de familias, pero el esfuerzo de reconstrucci¨®n es ingente y la ayuda no llega al ritmo deseado. Un mill¨®n y medio de los cinco millones de afganos expulsados de sus casas por la guerra tratan de empezar de nuevo en un pa¨ªs muy distinto al que recordaban.
Los veraneantes tardar¨¢n en regresar a Istalef, pero sus habitantes ya han empezado a reconstruir las casas y a cultivar las huertas que, como su artesan¨ªa, le dieron renombre. La guerra se ensa?¨® con dureza en esta pintoresca localidad situada a 50 kil¨®metros al norte de Kabul. Su altitud, que atra¨ªa a los kabul¨ªes porque suaviza las temperaturas veraniegas, la convirti¨® tambi¨¦n en un lugar estrat¨¦gico para las diferentes fuerzas que durante dos d¨¦cadas lucharon por dominar Afganist¨¢n. Tras la toma de la capital por los talibanes, Istalef qued¨® en la l¨ªnea de frente y sus ¨²ltimos hombres abandonaron una ciudad fantasma.
Cuando visit¨¦ Istalef el pasado noviembre, despu¨¦s del derrumbe del r¨¦gimen talib¨¢n, una docena de milicianos de la Alianza del Norte y un prisionero de guerra eran toda su poblaci¨®n. Hab¨ªan establecido su puesto de control entre las ruinas del antiguo palacio de verano de la familia real. S¨®lo la escalinata principal y una maltrecha balaustrada daban testimonio de un pasado mejor. Desde la terraza se ve¨ªa una postal de oto?o. A pesar de la destrucci¨®n y el abandono, las ruinas de la ciudad a¨²n transmit¨ªan el encanto con que la han seguido recordando quienes huyeron de ella a Kabul o a los campos de refugiados de Pakist¨¢n.
'Ni siquiera el pa¨ªs m¨¢s desarrollado del mundo ser¨ªa capaz de absorber tanta gente', afirma Yussuf Hassan
El 40% de los que regresan encuentra su casa destruida o seriamente da?ada por la guerra
El clima de seguridad que desde entonces se ha instalado en las llanuras de Shomali, la tierra f¨¦rtil que se extiende al norte de Kabul, ha ejercido sin duda un efecto llamada. Los hermanos Al Qozai ni siquiera esperaron a la ayuda de la ONU para emprender el camino de vuelta a Istalef. Con su madre, sus respectivas mujeres e hijos, 14 personas en total, se juntaron a otras dos familias, metieron sus posesiones en un cami¨®n y a primeros de febrero pusieron rumbo a su ciudad natal. Pagaron 3.000 rupias por familia (unos 50 euros) por los dos d¨ªas de viaje desde Fakirabad, a las afueras de Peshawar.
'La vida en Pakist¨¢n era muy dura: ya no pod¨ªamos hacer frente a las facturas y, adem¨¢s, no ten¨ªamos a nadie que se ocupara de nuestra propiedad aqu¨ª', explica el mayor de los dos hermanos. Han pasado seis a?os como refugiados en el pa¨ªs vecino. 'Fue un gran desastre para nosotros, nos result¨® muy dif¨ªcil iniciar una nueva vida all¨ª', recuerda, antes de explicar c¨®mo sobrevivieron vendiendo zumos. Y adem¨¢s no era la primera vez. Ya hab¨ªan abandonado su casa tras la ocupaci¨®n sovi¨¦tica, pero volvieron en 1992. 'La segunda vez fue peor porque quienes nos forzaron a irnos eran musulmanes como nosotros', a?ade, en referencia a los talibanes.
Tampoco el regreso ha sido f¨¢cil. Istalef hace mucho que dej¨® de ser una poblaci¨®n en funcionamiento. La milicia de los seminaristas isl¨¢micos termin¨® de destruir las casas, tiendas y huertas que hab¨ªan sobrevivido a la guerra contra la ocupaci¨®n sovi¨¦tica. Los viejos canales de regad¨ªo est¨¢n inutilizados. No hay servicios sanitarios o sociales. Los Al Qozai se apretujan en las dos habitaciones que han logrado reconstruir en lo que fuera la cocina de la vivienda. No tienen agua corriente ni electricidad, pero su huerta exhibe esplendorosa el fruto de seis meses de trabajo. Tomates, varios tipos de verdura, uvas, albaricoques y, sobre todo, las apreciadas moras, maduran a la espera de su recolecci¨®n.
'No creo que podamos venderlas porque vamos a necesitarlas para nosotros', explica, mientras paseamos entre los frutales. Al menos est¨¢n de vuelta. Y, como ellos, otras mil familias, una parte significativa de los 47.000 habitantes con que contaba la ciudad seg¨²n el censo de 1972, y que hoy ser¨ªan muchos m¨¢s.
En ning¨²n sitio mejor que en la escuela se aprecia el ¨¦xito del retorno. 'Empezamos el curso el pasado 21 de marzo con 4 maestros y 50 alumnos; hoy tenemos 10 maestros y 450 alumnos y damos hasta und¨¦cimo grado', explica el director, Abdul Qakhar, que tambi¨¦n ha vuelto de Pakist¨¢n, aunque de momento no ha tra¨ªdo a su familia. Las carpas facilitadas por Unicef a modo de aulas resultan insuficientes. 'Tenemos que hacer dos turnos', precisa el director. Y no es la ¨²nica escuela. 'Ya hay 1.500 estudiantes en toda la comarca', a?ade orgulloso.
La riqueza de las tierras y la r¨¢pida recuperaci¨®n de la estabilidad han animado a volver a muchos de quienes huyeron. Pero el fen¨®meno no es exclusivo de esta regi¨®n. De acuerdo con los registros del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), el pasado noviembre tras la ca¨ªda de los talibanes, cinco millones de afganos viv¨ªan fuera de sus hogares: 3,7 millones se hallaban refugiados en los pa¨ªses vecinos, sobre todo en Ir¨¢n y Pakist¨¢n, y 1,3 desplazados dentro de su propio pa¨ªs. Nueve meses despu¨¦s, un tercio han regresado a casa con la ayuda de las agencias de la ONU. Otros, como los Al Qozai, lo han hecho por su cuenta.
'No nos esper¨¢bamos semejante avalancha. Ha sido una sorpresa agradable', admite Philipo Grandi, responsable de operaciones del ACNUR en Afganist¨¢n. Para Grandi, el retorno masivo 'es un voto de confianza de los afganos en el futuro de su pa¨ªs'. Algunas organizaciones humanitarias han advertido no obstante de los problemas que plantea, y subrayan la importancia de que se informe con claridad a quienes desean regresar de las condiciones de vida que van a encontrar a su llegada (sequ¨ªa, asistencia limitada, etc¨¦tera). 'La gente que est¨¢ viniendo ahora ya no puede plantar nada para abastecerse durante el invierno', se?ala un portavoz de M¨¦dicos Sin Fronteras en Kandahar, al sur del pa¨ªs.
ACNUR reconoce que los regresos masivos provocan una enorme presi¨®n sobre los escasos recursos disponibles. 'Ni siquiera el pa¨ªs m¨¢s desarrollado del mundo ser¨ªa capaz de absorber esa cifra', asegura Yussuf Hassan, portavoz de la organizaci¨®n, 'pero ?qu¨¦ les dices? ?Que no vuelvan a su pa¨ªs?'. 'A menos que se pongan en marcha grandes programas de reconstrucci¨®n, la vuelta de refugiados y desplazados internos resulta insostenible', alerta Grandi, que hace un llamamiento a la comunidad internacional para que no abandone a los afganos.
Si hay un lugar donde se siente esa presi¨®n es Kabul. Un 28% de los que han regresado se han instalado all¨ª. Muchos de ellos han vuelto a la ciudad de la que huyeron. Otros han elegido la capital porque la perciben como segura, en gran medida por la presencia de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF). Sea como fuere, su llegada no est¨¢ exenta de dificultades. Faltan alojamientos y, sobre todo, puestos de trabajo. Ni el enorme despliegue de agencias humanitarias, ni la intensa actividad comercial que se ha extendido por toda la ciudad, son capaces de absorber tal cantidad de mano de obra.
Algunos de los retornados han encontrado una oportunidad gracias a su preparaci¨®n, pero la mayor¨ªa est¨¢n tan poco formados como los que se quedaron. Es el caso de Saif Hafiz, un joven de 23 a?os que acaba de volver tras pasar seis de ellos en Pakist¨¢n. Hasta ahora se ganaba la vida tejiendo alfombras por 1,5 euros al d¨ªa, pero una enfermedad le impide continuar con ese trabajo. 'Es lo ¨²nico que s¨¦ hacer y me he quedado sin ingresos', se queja. Igual que Hafiz, la mitad de los afganos tiene menos de 24 a?os. Todo un potencial para el desarrollo de su pa¨ªs si no fuera por su escasa formaci¨®n.
'Falta gente cualificada', explica Johana Klemm, de la Organizaci¨®n Internacional para las Migraciones (IOM). Esta agencia de la ONU ha puesto en marcha un programa de incentivos para el refugiado en su propio pa¨ªs, regreso de profesionales con el objetivo de animarles a que vuelvan a su pa¨ªs y colaboren en la reconstrucci¨®n. La IOM financia parte de su traslado y luego complementa con 200 d¨®lares mensuales el sueldo local, que rara vez supera los 50. La ayuda en absoluto compensa el cambio (la mayor¨ªa de los que participan lo hacen de forma temporal), pero resulta suficiente para despertar el recelo de los que se quedaron.
'Vuelven hablando ingl¨¦s y con aires de superioridad', critican varios kabul¨ªes. 'Han perdido su identidad', se?alan otros que no esconden su temor a quedar relegados por su desconocimiento de las nuevas tecnolog¨ªas. Muchos consideran injusto que les enmienden la plana quienes no estuvieron aqu¨ª para dar el callo durante la guerra.
'Cuando terminamos nuestra formaci¨®n como pilotos en Mosc¨², Z. prefiri¨® no regresar porque hab¨ªa estallado la guerra y emigr¨® a Holanda; ahora ha vuelto y reclama su plaza', se duele Amin Azimy, un piloto de Ariana que desde el pasado octubre no vuela por falta de aviones.
'No queremos un trato especial', responde Mohamed Nedai, 'no somos mejores que los que han sufrido 23 a?os de guerra, pero tenemos derecho a exigir libertad de expresi¨®n y de c¨¢tedra'. Nedai, de 57 a?os, es tal vez el ¨²nico experto afgano en Ciencia y Tecnolog¨ªa del Medio Ambiente, una disciplina que ense?aba en la Universidad de Kabul hasta que hace 13 a?os se vio obligado a salir corriendo del pa¨ªs cuando un alumno le advirti¨® de que corr¨ªa peligro de muerte. Ahora, Nedai, que da clases en Toronto desde hace ocho a?os, ha regresado para ver qu¨¦ puede hacer por su pa¨ªs.
'Como acad¨¦mico, me siento obligado a ayudar, en especial cuando otros est¨¢n dispuestos a venir incluso sin tener v¨ªnculos o conocimiento del pa¨ªs. Hay una necesidad desesperada de expertos en todos los campos', constata. Sin embargo, sus primeras impresiones no son muy optimistas. '?Aceptar¨ªan mis ideas en la Universidad? No lo creo... Yo tampoco podr¨ªa trabajar ahora mismo de la forma que deseo', reflexiona en voz alta mientras sopesa qu¨¦ camino tomar¨¢ en los pr¨®ximos meses.
'La reintegraci¨®n es la tarea m¨¢s dif¨ªcil', se?ala Hassan, el portavoz del ACNUR. Pero para la mayor¨ªa de los afganos no se trata de una cuesti¨®n de libertad de c¨¢tedra, sino de algo mucho m¨¢s inmediato y tangible. 'El mayor problema al que nos enfrentamos es el de la seguridad alimentaria y los servicios sociales', resume Andrew Cox, de la Misi¨®n de Asistencia a Afganist¨¢n de la ONU (UNAMA), el mayor programa de este tipo en el mundo. 'La sequ¨ªa ha dejado muchas regiones dependientes de la ayuda exterior y el regreso de los refugiados no s¨®lo pone mayor presi¨®n, sino que evidencia la falta de refugio, agua o asistencia sanitaria'.
'Poco ha cambiado para nosotros. Hemos vuelto a nuestra tierra y por fin somos libres, pero aqu¨ª no hay servicios de ning¨²n tipo, nadie nos ayuda, est¨¢bamos mejor en Kabul', se duele Anisa Abdel Bachir a las afueras de Istalef. Los Abdel Bachir, originarios de la aldea vecina de Ismilah, regresaron de la capital hace unos meses 'cuando los rusos recuperaron el control del recinto de la antigua embajada sovi¨¦tica' donde se hab¨ªan refugiado. Lo han perdido todo. 'Nuestra casa est¨¢ completamente quemada', explica la mujer junto a la tienda de campa?a en la que se resguarda con su marido, sus ocho hijos, su suegra y su cu?ada. 'Ya nos hemos registrado, ahora hace falta que nos ayuden', reclama.
El 40% de los que regresan encuentran su casa destruida o seriamente da?ada por la guerra. Todo est¨¢ por hacer: pozos, escuelas, carreteras, centros de salud... Hasta para trabajar sus tierras necesitan primero que los especialistas retiren las minas y otros proyectiles sin explosionar. Pero el reto no parece desanimar a los cientos de miles que ya han emprendido el camino de vuelta a casa.
De momento, en Istalef varios vendedores ofrecen sus modestas mercanc¨ªas entre las ruinas del bazar. Los agricultores se afanan de nuevo en las vi?as y huertos que un d¨ªa fueron el granero de Afghanist¨¢n. Incluso ha regresado el primer alfarero dispuesto a reanudar una tradici¨®n que hered¨® de su padre y que ¨¦l desear¨ªa poder transmitir a sus hijos. A¨²n son pocos, pero su esp¨ªritu emprendedor dice mucho del empuje de este pueblo curtido y de gran car¨¢cter. La escena impresiona a Nader Farhad, uno de esos j¨®venes afortunados que han vuelto para trabajar con una organizaci¨®n internacional. 'Tal vez terminemos reconstruyendo la casa familiar y volviendo a pasar los veranos aqu¨ª', expresa en voz alta mientras abandonamos la ciudad de sus abuelos.
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