ARENAS SENSUALES
En Alicante, al norte de Santa Pola, exist¨ªa un paisaje de dunas e higueras donde maduraban al sol los deseos m¨¢s dulces. Juegos prohibidos en las playas de El Carabas¨ª.
En los a?os ochenta hab¨ªa un famoso dentista argentino en la calle de Mar¨ªa de Molina de Madrid que quitaba las muelas sofronizando. Su sistema, una especie de hipnotismo de baja densidad, pero de mucha consideraci¨®n entonces; consist¨ªa en inducir al paciente para que pensara sobre alg¨²n lugar de su biograf¨ªa que le invistiera de la mayor calma. Con eso se supon¨ªa que al rato se ir¨ªa ausentando de lo real. Para la experiencia, yo escog¨ªa siempre un mismo entorno: El Carabas¨ª. Sus dunas de arenas suaves, sus aguas de vidrio desmoron¨¢ndose sobre una orilla primordial evocaban los muslos de la actriz de moda, el viento doblando sus juncos como una grav¨ªsima tentaci¨®n.
Ese paraje sensual que tender¨ªa a excitarme en el sill¨®n del odont¨®logo se convert¨ªa en una merecida compensaci¨®n al dolor que iba a sentir, pensaba, y con gran facilidad viajaba, sin sentimiento de culpa hacia zona de la Santa Pola atea. El doctor, don Antonio Mitre, no lograba, por tanto, sofronizarme. A cada intento topaba con un fracaso, yo sent¨ªa el quejumbroso dolor que no deb¨ªa sentir y terminaba impacient¨¢ndole. Tanto que, en ocasiones, me dejaba a solas con la enfermera. Con la que acab¨¦ ligando. Por fin, en una sesi¨®n m¨¢s, me pregunt¨® si estaba seguro de que escog¨ªa convenientemente el paraje adecuado para mi sosiego interior. Le contest¨¦ que s¨ª y pens¨¦ que no. El Carabas¨ª fueron dos cosas en la vida corporal. De una parte era ese paisaje de la naturaleza con sus ondulaciones de cuarzo y arenas doradas, pero, de otra, constitu¨ªa para m¨ª el escenario ideal donde habr¨ªa querido conducir a las chicas m¨¢s hermosas.
Nunca lo consegu¨ª. Las chicas que se aven¨ªan a mis abrazos fueron todas muy decentes con vestidos en blanco y azul. El Carabas¨ª no les iba a su estilo, demasiado espiritualista. Al cabo, El Carabas¨ª era un destacamento del infierno con todos los atributos para hacer caer en el pecado mortal. M¨¢s aqu¨ª, en la vida real, fue sobre todo un ¨¢rea donde la madre viuda y enlutada de mi mejor amigo santapolero ten¨ªa un campo de numerosas higueras.
No era f¨¢cil comprender c¨®mo los higos verdales, tan melosos, pod¨ªan crecer y desarrollarse en un suelo salado, pero el milagro se produc¨ªa. Mientras su madre vivi¨®, ella misma cargaba la bicicleta con enormes cestos de madera y los transportaba hasta el mercado de Santa Pola atestados de higos. Luego, lo hac¨ªa Juanito y sus hermanas gemelas en un esfuerzo de acarreo que s¨®lo la voluntad de supervivencia es capaz de lograr. Juanito no parec¨ªa m¨¢s fuerte que yo a primera vista, pero era 10 veces m¨¢s poderoso cargando con los higos o tambi¨¦n andando descalzo sobre los cristales. A?os despu¨¦s acudi¨® a visitarme al chalet vestido con ch¨¢ndal y me cont¨® que ven¨ªa de hacerse 20 kil¨®metros en bicicleta. No lo cre¨ª hasta el momento en que record¨¦ que en el pasado transportaba banastas de decenas de kilos de higos a lo largo de muchas leguas y por caminos desbordantes de polvo.
Para¨ªso secreto
Hace dos a?os, cuando todav¨ªa corr¨ªa yo hasta 10 kil¨®metros seguidos haciendo footing por recomendaci¨®n americana de Antonio Ca?o, sal¨ªa a eso de las nueve de la ma?ana y llegaba a El Carabas¨ª una media hora m¨¢s tarde. Miraba en torno a los campos donde hab¨ªan estado plantadas las higueras de la se?ora Amparo y ahora s¨®lo se divisaba una extensi¨®n de cactus y ralos matorrales cubiertos por un manto de arena. Me paraba unos segundos para recordar el pasado dichoso y en el camino de regreso manten¨ªa la idea de El Carabas¨ª hasta el chiringuito de La Quimera, mira por d¨®nde.
El Carabas¨ª fue uno de los secretos para¨ªsos de Santa Pola en tiempos de la infancia. S¨®lo una vez logramos llegar hasta all¨ª en las excursiones con las criadas de la familia. O se cansaban de tanto andar o no hallaban ning¨²n atractivo para recorrer cinco kil¨®metros y nos desviaban hacia el muelle de los Ingenieros. Para m¨ª, sin embargo, por influencia de Juanito, aquella zona era un tesoro, cerca de un mar abierto y voluptuoso, al costado de las dunas en cueros, bajo un cielo calcinante que despertaba el imperio de vivir. Y, adem¨¢s, c¨®mo descuidarlo, ofreciendo higos verdales que ven¨ªan a ser, al cabo de su desarrollo, como la obvia demostraci¨®n genital. Higos m¨®rbidos y duros, sugerentes como el terciopelo, dulc¨ªsimos como aquellas ni?as bronceadas que ven¨ªan de Madrid y hablaban en un castellano de perlas.
Nuestros padres, con raz¨®n, nos ten¨ªan prohibido ir a El Carabas¨ª. Les parec¨ªa alejado y lo consideraban peligroso. En realidad, nos obligaban a jugar y ba?arnos en las playas de poniente donde la decencia se un¨ªa a la rutina de las olas, la mansedumbre de la orilla, la insulsa anestesia del mar. En El Carabas¨ª el agua se notaba m¨¢s fresca y era m¨¢s s¨®lida, mientras frente a Polamar o Batiste no era m¨¢s que agua bendita o agua filtrada por la censura social. Las chicas mismas se pon¨ªan de otra manera en las dunas de El Carabas¨ª y, cuando les daba de plano el sol, adquir¨ªan un tono colorado que hac¨ªa imposible disimular su excitaci¨®n.
A?os m¨¢s tarde, al morir la se?ora Amparo, vendieron aquellos terrenos y as¨ª El Carabas¨ª empez¨® a desfallecer. Los compradores no hab¨ªan reparado en las higueras ni tampoco en el muslamen caliente que esa tierra engendraba, sino que tasaron por metros cuadrados el solar. Durante los dos o tres veranos que me dio por hacer footing llegaba hasta El Carabas¨ª como se hace con la peregrinaci¨®n a los santuarios y, efectivamente, reencontraba la edad que hab¨ªa tenido. ?Quieren decir que el pecado de la carne es sucio? Para m¨ª era por completo al rev¨¦s. La acristalada e impecable transparencia de las olas era el mayor pecado que se pod¨ªa concebir. Unos piensan en el Lido, otros en Folies Berger, qui¨¦n sabe si en un burdel de Amsterdam o en una aventura de La Habana. Para m¨ª, cada unas de esas olas o todas juntas era una manada de s¨®lidas palpitaciones que me llevaban inexorablemente a confesar en la iglesia parroquial de La Asunci¨®n. Santa Pola, ahora que se ha hablado tanto de ella en medio de la excepci¨®n del dolor, ha significado el principio, el desarrollo y acaso el fin de una vida paralela a lo real, exceptuada de todas sus basuras. Hay trapos y detritus en Santa Pola, qui¨¦n puede negarlo. Incluso hay gentes susceptibles con quienes es dif¨ªcil entenderse. Pero eso se advierte mirando m¨¢s hacia la sombra que al sol, al poniente que al levante. Por el contrario, cuando yo trataba de darle gusto al odont¨®logo para que me sofronizara, no deb¨ªa mirar tanto para el lugar de El Carabas¨ª. Si no ca¨ªa en trance, era precisamente porque El Carabas¨ª era demasiado importante para quitarse una muela al mismo tiempo. Demasiado lujo para no conservarse ¨ªntegro y entregarse de cuerpo entero a la formidable lujuria de aquel lugar.
Gu¨ªa pr¨¢ctica
Datos b¨¢sicos
Poblaci¨®n de Santa Pola: 19.782 habitantes.
C¨®mo ir
Desde Alicante, por la N-332 y la CV-8520.
Dormir
Patilla (965 411 015). Elche, 29. Habitaciones dobles por 59,30 euros.
Picola (965 411 044). Alicante, 64. La doble, 40,36 euros.
Marina Palace (965 411 312). En la carretera N-332. 83,54 euros.
Palomar (965 413 200). Playa de Levante, 6. La habitaci¨®n doble, 84,14 euros.
La Casa del Gobernador (965 960 886). Arzola, s/n. Isla de Tabarca. La antigua residencia del gobernador, construida en el siglo XVIII, cuando Carlos III coloniz¨® la isla con genoveses liberados de los piratas berberiscos. Habitaciones dobles por 66,34 euros.
Comer
Batiste (965 411 485). Avenida de Fernando P¨¦rez Ojeda, 6. Arroces y pescados. Unos treinta euros.
Mar¨ªa Picola (965 413 513). Carretera de Elche, kil¨®metro 24. Pescados, arroces y mariscos. Entre 25 y 35 euros.
Miramar (965 411 000). Avenida de P¨¦rez Ojeda, 8, en el puerto pesquero. Cocina marinera. Arroz a banda. Entre 27 y 30 euros.
El Faro (965 412 136). Carretera de Alicante, kil¨®metro 89. 30 euros.
Varadero (965 411 766). Santiago Bernab¨¦u, s/n. Unos veinticinco euros.
Lugares de inter¨¦s
Castillo fortaleza del siglo XVI. En su interior se halla el museo del Mar (966 691 532).
Acuario municipal (966 691 532). Junto al Ayuntamiento. Un muestrario de las especies marinas de la costa de Alicante.
Parque natural de las Salinas. Al sur de Santa Pola, cuenta con varios observatorios de aves.
Restos arqueol¨®gicos de Portus Illicitanus y de la casa romana El Palmeral.
Torres Vig¨ªas del siglo XVI.
Informaci¨®n
Oficina de turismo: 966 696 052; www.santapola.com.
ISIDORO MERINO
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