La terrible biblioteca
Una noche de verano, en una casa alquilada en las afueras de Buenos Aires, descubr¨ª por primera vez (de manera cabal, clara, ¨ªntima) los placeres del terror. Ten¨ªa trece o catorce a?os; una prima lectora hab¨ªa tra¨ªdo a la casa una maleta llena de libros de todo tipo, desde las obras desgraciadamente completas de Alejandro Casona hasta varios vol¨²menes de la colecci¨®n policiaca El S¨¦ptimo C¨ªrculo dirigida por Borges y Bioy. Esa noche me toc¨® en suerte una novela de Patrick Quentin, Enigma para tontos, que narra las intrincadas peripecias de un hombre inteligente internado en un asilo psiqui¨¢trico. De pronto, hacia la mitad del libro, el protagonista abre una puerta y ve, sobre una mesa, el anudado bulto de algo que fue un ser humano. Aterrado, deslumbrado, feliz, segu¨ª leyendo toda la noche hasta el l¨®gico final que ahora no recuerdo. La imagen de aquella forma espantosa y el largo escalofr¨ªo que me produjo, no los he olvidado nunca.
El terror, al contrario del horror, me ha parecido siempre una cualidad esencial en la literatura que me importa. En 1794, Ann Radcliffe, autora de los no muy misteriosos Los misterios de Udolfo, declar¨® que terror y horror son sentimientos de car¨¢cter opuesto, ya que el primero alienta el esp¨ªritu y agudiza nuestras facultades, mientras que el segundo las contrae, las congela, las apaga. Un siglo y medio m¨¢s tarde, la encarnaci¨®n m¨¢s memorable del terror que Hollywood nos ha dado, el inmortal Boris Karloff, declar¨®: 'La palabra 'horror' implica desagrado y rechazo. Prefiero la palabra 'terror'. En el cine, el terror de Hitchcock me ilumina los infiernos mientras que el horror de David Cronenberg me resulta meramente inmundo.
El terror de aquella primera no
che ilumin¨® para m¨ª desde la p¨¢gina sentimientos que no hab¨ªa entendido hasta entonces. Descubr¨ª que historias aterradoras me hab¨ªan acompa?ado desde mis primeros libros, y que, sin darme cuenta, eran mis favoritos: aquel cuento de Grimm, 'El novio bandido', donde la princesa ve, escondida tras un barril, c¨®mo su prometido y sus compinches traen a su guarida a una muchacha a la que hacen beber tres vasos de vino, rojo, amarillo y azul, para luego cortarle un dedo que cae en la falda de la oculta princesa; un relato (cuyo t¨ªtulo he olvidado) de Margaret Wise Brown en el cual un ni?o ofende a los reinos vegetal, animal y mineral, y a lo largo de tres noches es abandonado por todo elemento perteneciente a cada uno de estos reinos, hasta quedar desnudo y a oscuras, en medio de un imposible vac¨ªo c¨®smico; el episodio del valiente nieto que salva a su abuela ('la madre de su madre') del ataque de un rufi¨¢n y muere acuchillado, en las pavorosas p¨¢ginas de Cuore, de Edmundo d'Amicis.
M¨¢s tarde, alentado por las series que el gran Narciso Ib¨¢?ez Menta dirigi¨® e interpret¨® para la televisi¨®n argentina -entre otras, '?Es usted el asesino?' y 'El fantasma de la ¨®pera'- entend¨ª que el agrado del terror resid¨ªa sobre todo en la espera de la resoluci¨®n, no en la resoluci¨®n misma. Los pasos del asesino y su mortal paraguas taconeando por las aceras de Par¨ªs perduran en mi memoria mientras que ya no recuerdo ni su nombre ni su motivo; la cara enmascarada del fantasma me produjo pesadillas m¨¢s agradables y duraderas que la atroz revelaci¨®n final. Ese demorado placer me lo ofrecieron libros cuya hermandad no hubiese sospechado, de no ser por el com¨²n terror que me produjeron. Los mitos de Cthulhu, seleccionados entre los relatos de Lovecraft y sus disc¨ªpulos por Rafael Llopis, que le¨ª sin creer del todo que fueran ficci¨®n y sin saber jam¨¢s c¨®mo eran esas formas 'imposibles de describir'; Bestiario, de Cort¨¢zar, y el inexplicable acoso de 'Casa tomada'; El Proceso, de Kafka, que me record¨® esa otra pesadilla en la que la l¨®gica no concuerda con la raz¨®n, Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas; El accidente, de D¨¹rrenmatt, donde el terror surge de un banal juego de sociedad; La mujer de las dunas, de Kobo Abe, versi¨®n a¨²n m¨¢s aterradora y tr¨¢gica de la condici¨®n humana que los D¨ªas felices de Beckett.
Hoy mi biblioteca de terror es
vasta y deliciosamente oscura. Por supuesto, est¨¢n los cl¨¢sicos -el insuperable Frankenstein, de Mary Shelley; 'La pata del mono', de W. W. Jacobs; 'La gallina degollada' y 'El almohad¨®n de plumas', de Horacio Quiroga; El doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson; La Isla del doctor Moreau, de Wells; Otra vuelta de tuerca, de Henry James- excluyendo (para m¨ª) las varias versiones de 'El Horla', de Maupassant, y mamarrachos como 'La pata de la momia', de Gautier. Pero nombres menos conocidos de la misma imaginaci¨®n aterradora los acompa?an. Entre ellos, dos novelas canadienses: Cielo fr¨ªo, de Brian Moore, con sus inexplicables milagros, y Heloise, de Anne H¨¦bert, nueva interpretaci¨®n del antiguo mito de vampiros. Picnic en Hanging Rock, de la australiana Joan Lindsay, es un perfecto ejemplo de puro terror inocente de toda explicaci¨®n. Acto oscuro, de Francis King, y Hawksmoor, de Meter Ackroyd (ambos ingleses), retoman y refinan las tradiciones de la novela g¨®tica; El hombre verde, de Kingsley Amis, y Memento Mori, de Muriel Spark (el primero ingl¨¦s, la segunda escocesa), vuelven al m¨¢s antiguo de los g¨¦neros de terror literario, los cuentos de fantasmas.
No incluyo en esta lista obras cuyo prop¨®sito es testimonial: nuestra historia es, lo sabemos, una larga pesadilla en la que prima menos el terror que el horror, el asco, el espanto. El testimonio que un escritor puede dar de nuestras atrocidades (desde las cartas de Bartolom¨¦ de las Casas hasta las obras de Primo Levi) forma parte de nuestro vergonzoso memorial y no pertenece, por supuesto, a la biblioteca de inocentes placeres en la que acechan las pesadillas literarias: el monstruo hecho de remedos humanos, el peregrino infelizmente inmortal, el doctor victoriano que es tambi¨¦n un demonio.
Toda antolog¨ªa, selecci¨®n, cat¨¢logo, traiciona su prop¨®sito. S¨¦ que no he mencionado muchas otras obras de terror cuya escalofriante amistad me brindaron alguna vez largas noches de placer y cuyos t¨ªtulos, como las formas de sus imaginadas atrocidades, se han esfumado en mi memoria. Me basta con que su contenido aliento me haya hecho entender algo m¨¢s acerca de mis propios misterios y secretos. Que sus aterradoras sombras me perdonen.
BIBLIOGRAF?A
Enigmas para diablos. Patrick Quentin. Destino. Los misterios de Udolfo. Ann Ward Radcliffe. Valdemar. Los mitos de Cthulhu. H. P. Lovecraft. Alianza. M¨¢s all¨¢ de los eones. H. P. Lovecraft. Edaf. La mujer de la arena. K?b? Abe. Siruela. D¨ªas felices. Samuel Beckett. C¨¢tedra El Horla. Guy de Maupa-ssant. C¨¢tedra/De Bolsillo/Alianza. Cuentos. Horacio Quiroga. Alianza/Valdemar. Otra vuelta de tuerca. Henry James. Siruela. Frankenstein. Mary Shelley. Punto de lectura/ Siruela/Alianza/ Valdemar.
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