Un herrero entre Heidegger y Einstein
Sosten¨ªa Marcel Proust que cuando su disposici¨®n es la de entregarse a las tareas m¨¢s elevadas del esp¨ªritu, el ser humano 'es escrupuloso, mira muy de cerca, rechaza todo aquello que se aparta de la Verdad'. Opini¨®n, sin duda, ampliamente compartida. Mas a la hora de precisar los rasgos de esta disposici¨®n, en pos de la verdad, surge un cierto equ¨ªvoco. Una gran filosof¨ªa de nuestro tiempo escinde radicalmente, al respecto, la tarea del arte y la tarea de la ciencia. Concretamente, por lo que al problema del espacio se refiere, la ciencia (esclava del proyecto f¨ªsico-t¨¦cnico) ser¨ªa totalmente ajena a esa desocultaci¨®n consistente en el propio convertirse de la verdad en obra. S¨®lo el arte, y en particular la escultura, ser¨ªa expresi¨®n de que se ha asumido el espacio como uno de 'esos fen¨®menos originarios en contacto con los cuales los hombres experimentan un terror que puede llegar hasta la angustia'.
Gaston Bachelard lo designaba mediante la expresi¨®n 'le forgeron', el herrero
El fil¨®sofo que as¨ª se expresa es Heidegger y el artista al que se refiere es el escultor de Hernani. Consciente o inconscientemente, Eduardo Chillida se confrontar¨ªa al espacio, atento, no a la m¨¦trica o las dimensiones, sino al hecho de que est¨¢ empapado por el lenguaje. Y as¨ª, para ¨¦l, forjar espacios ser¨ªa procurar el ¨¢mbito de libertad y apertura 'para una instalaci¨®n y un habitar de los humanos'. Esta tarea equivaldr¨ªa a restaurar en el seno mismo del espacio habitual el car¨¢cter sagrado que compete a todo lugar donde la palabra se despliega. Incluso la escultura erigida en una as¨¦ptica instituci¨®n financiera o administrativa despertar¨ªa en el que la contempla el sentimiento de lo originario: 'La escultura ser¨ªa incorporaci¨®n de los lugares que, fraguando una comarca y conserv¨¢ndola, mantienen en su entorno algo libre que confiere reposo a las cosas y estancia a los hombres en medio de ellas'.
No hay duda de que Chillida ha contribuido a restaurar esta humanizada disposici¨®n de las cosas en la que residir¨ªa el espacio como fen¨®meno originario. Pero, ?lo ha hecho en conformidad a la contraposici¨®n entre ciencia y arte evocada por Heidegger? La cosa es dudosa. Pues que la modalidad de rigor propia a la ciencia no coincida de entrada con aquella que cabe buscar en las disciplinas art¨ªsticas, no es ¨®bice para que los fantasmas a los que la ciencia responde se infiltren en las segundas.
En un texto muy poco conocido dedicado a Chillida, el epistem¨®logo franc¨¦s Gaston Bachelard lo designaba mediante la expresi¨®n le forgeron, el herrero. Singular herrero y singular taller de fragua que nos recuerda al que, en un di¨¢logo de Plat¨®n, da pie a una fascinante discusi¨®n sobre el ser de las cosas. Pues atento (como bien sab¨ªan los que trabajaban con ¨¦l) a todas las vicisitudes de la tarea, desde la disposici¨®n de los utensilios a la resistencia de los materiales, el trabajador de Hernani ('trabaj¨¦ siempre como un burro', sol¨ªa decir) se sent¨ªa permanentemente acosado por un 'exceso de preguntas con respecto al espacio'. Pero tal exceso de preguntas acuciaba tambi¨¦n a Arqu¨ªmedes, y a Euclides y a Descartes y a Riemann y a Einstein... Pensadores estos ¨²ltimos con los que Eduardo Chillida ten¨ªa sorprendentes puntos de convergencia: concretamente en lo referente a la curvatura del espacio mismo y por consiguiente a la imposibilidad de que se d¨¦ una superficie de inscripci¨®n que coincida con el plano euclidiano ('todo plano es revirado', dec¨ªa al respecto Eduardo, en una tan ingenua como precisa expresi¨®n). Otro ejemplo: cuando el escultor de Hernani evocaba lo que ¨¦l denominaba 'inquietud de la vertical', y que consist¨ªa en una dificultad para convencerse de la unicidad del ¨¢ngulo recto, estaba (?ni m¨¢s ni menos!) neg¨¢ndose a otorgar a Euclides uno de sus postulados fundamentales. Pues al 'ot¨®rguese que todos los ¨¢ngulos rectos son iguales' del ge¨®metra griego, Chillida respond¨ªa: 'Nunca caigo en el ¨¢ngulo recto por la raz¨®n sencilla de que la respuesta a un ¨¢ngulo recto es otro ¨¢ngulo recto diferente'.
Coincidiendo, sin buscarlo, con la problem¨¢tica de Heidegger, Eduardo Chillida arrastra tambi¨¦n las mismas obsesiones que Riemann, Einstein o Ren¨¦ Thom. La teor¨ªa de los pliegues de este ¨²ltimo lleg¨® a fascinarle hasta el extremo de esbozar una historia del arte construida como una historia de pliegues. 'Si le quitas los pliegues al cuadro, ?qu¨¦ queda del cuadro?', dec¨ªa respecto al Descendimiento de Roger van der Weyden; pliegues que sent¨ªa capaz de distinguir y catalogar 'desde un agujerito as¨ª de peque?o': pliegues de agua en Gr¨¹newald, pliegues de madera en Durero..., pues 'en el seno de la ilimitada variedad de los pliegues individuales se dan rasgos comunes que permiten agruparlos en especies'.
Problemas de gravitaci¨®n, de densidad de la materia, de vinculaci¨®n entre tiempo y espacio..., que Eduardo Chillida explora con armas propias, pero que son comunes a los grandes pensadores porque simplemente se trata de problemas a la vez elementales y universales, como lo son todos los planteados por la filosof¨ªa: disciplina a la que Chillida dedic¨® parte de su obra (ilustraci¨®n del Poema de Parm¨¦nides, esculturas en homenaje a Ren¨¦ Thom, interpretaciones gr¨¢ficas del concepto aristot¨¦lico de physis, y un largo etc¨¦tera) y de la que es un aut¨¦ntico protector.
V¨ªctor G¨®mez Pin es catedr¨¢tico de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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