El malestar de la belleza
Casi tres cuartos de siglo despu¨¦s de hecha, la obra -o su m¨¦dula, a la que hay que buscar en el c¨¦lebre e inquietante documento El triunfo de la voluntad, sobre la concentraci¨®n ritual del partido nazi en el N¨²remberg de 1936- de Leni Riefenstahl sigue siendo una espina atravesada en la garganta de los estetas del cine, que encuentran en ella un golpe de fascinaci¨®n perturbadora, pues bajo sus audaces conquistas formales, algunas no superadas y probablemente insuperables, se destila una exaltaci¨®n de los comportamientos y signos distintivos de la ideolog¨ªa nacionalsocialista, la mayor fuente de dolor y crimen de que hay noticia.
Lo que, tras la derrota de Hitler, fue un cerco de silencio duro, pero poco a poco atenuado y lavado de rastros de culpa, alrededor de la obra narrativa y po¨¦tica de eminentes escritores enrolados en el fascismo, como Ferdinand C¨¦line, Drieu la Rochelle, Knut Hamsun y Walt Whitman, se convirti¨® en un silencio enquistado -pues no volvi¨® Leni Riefenstahl a realizar otro filme- alrededor de la figura terca y escurridiza de esta notable mujer de cine a la que nunca se le perdon¨®, porque es imperdonable, que dedujera tanta hermosura de su visi¨®n de aquel basurero y tanta y tan delicada elegancia de su mirada a aquel nudo de bestias.
En el recuento de la tumultuosa aventura del cine alem¨¢n en el periodo de entreguerras escrito por Sigfrid Kracauer en su De Caligari a Hitler, hay una especie de ap¨¦ndice perplejo dedicado a Riefenstahl y El triunfo de la voluntad. La perplejidad del historiador est¨¢ esculpida en la exactitud de su idea: 'El profundo sentimiento de malestar que este filme crea en esp¨ªritus no prevenidos se debe a que es una mezcla indescifrable de show simulador de la vida alemana y de realidad alemana conducida como espect¨¢culo. S¨®lo un poder nihilista pod¨ªa manipular as¨ª, sin el menor parpadeo, los cuerpos y las almas de todo un pueblo para esconder tras ¨¦l su propio nihilismo. Es un espect¨¢culo pavoroso'.
Pero Kracauer deja caer gotas de asombro ante la vertiginosa captura, por las 20 c¨¢maras de Riefenstahl, de un movimiento total, de una conjugaci¨®n de formas abstractas rotas por el choque de s¨²bitas concreciones. Y, ciertamente, el filme traza una vasta geometr¨ªa con la marea humana oficiante de una ceremonia -es decir, una pura forma- 'que', a?ade Kracauer, 'devora toda sustancia y en la que la vida no existe m¨¢s que como estado de transici¨®n'. Un vigoroso montaje de tomas de noticiario muestra, en estado puro, la din¨¢mica de una transformaci¨®n de la realidad; y aquel pavoroso zarpazo de nihilismo suicida se hace, y ah¨ª a¨²n nos duele, ese prodigio al que Francis Coppola (y antes Fassbinder) considera -como El nacimiento de una naci¨®n, de Griffith, genial y virulento filme racista que glorifica las fechor¨ªas asesinas del Ku-Klux-Klan- una cumbre del cine. Y redondea la perplejidad de Kracauer el cr¨ªtico Allan Hunter, que no vacila, desde su hostilidad contra lo que representa, en ver en el filme 'una obra maestra del montaje en la que L. R. crea impresionantes dise?os abstractos de im¨¢genes y sonidos, trastoca el sentido de la perspectiva del espectador y crea aura de armon¨ªa visual'.
Todo esto, y m¨¢s, cabe en la inmensa Olimpiada, al que ning¨²n filme de su estirpe alcanza m¨¢s que a imitar p¨¢lidamente. Film¨® Riefenstahl casi medio mill¨®n de metros de celuloide, para utilizar 6.000 en un montaje exacto, laber¨ªntico y de resultado portentoso. Pero esta bell¨ªsima y colosal obra es formalmente una consecuencia de El triunfo de la voluntad, como ¨¦sta lo es de su primer filme, La luz azul, que entra en el ramillete de las grandes obras l¨ªricas del clasicismo expresionista alem¨¢n. Y sobre el extra?o tri¨¢ngulo de estos tan divergentes filmes se sostiene la figura obstinada e inquieta, odiada pero indiscutida, de una cineasta que ahora, al cumplir un siglo de vida, sigue alegando inocencia de creadora de algo que la convierte en una figura insustituible e imperecedera del cine, del arte del siglo XX y de su tragedia.
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