En la peor tradici¨®n
Cuando, en plena guerra civil, los intelectuales cat¨®licos procedentes de Acci¨®n Espa?ola y de la Asociaci¨®n Cat¨®lica Nacional de Propagandistas se hicieron cargo de la Comisi¨®n de Educaci¨®n y, luego, del Ministerio de Educaci¨®n Nacional, se emplearon a fondo en el exterminio de todo lo relacionado con la Instituci¨®n Libre de Ense?anza. Hab¨ªa que pasar por las armas a la se?ora Instituci¨®n, dec¨ªan, ese engendro procedente del virus elaborado por los qu¨ªmicos del mandil y del tri¨¢ngulo. Los institucionistas, 'anacoretas del diablo que, entenebreciendo nuestras aulas, envenenaron la juventud', como los defin¨ªa Fernando Mart¨ªn-S¨¢nchez Juli¨¢, eran responsables, seg¨²n Enrique Su?er, de cr¨ªmenes, asesinatos, violaciones, crueldades, saqueos y destrucciones, y deb¨ªan ser llevados a juicio, con la m¨¢s santa de las violencias, para ejecutar en ellos las sanciones merecidas. 'De la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, anti-cat¨®lica, anti-espa?ola, no ha de quedar piedra sobre piedra', sentenciaba Jos¨¦ Pemart¨ªn.
Los a?os sesenta trajeron otros aires y fueron precisamente historiadores cat¨®licos los que emprendieron la tarea de revisar ese juicio sumario. Lo hicieron con seriedad y rigor y sus conclusiones no s¨®lo se alejaron de los predecesores, sino que se situaron en el polo opuesto. Entre los 'reformadores de la Espa?a contempor¨¢nea' los incluy¨® Mar¨ªa Dolores G¨®mez Molleda, que los trat¨® con las armas propias del investigador: solvencia en el manejo de fuentes y cautela para no hacerles nadar, con juicios anacr¨®nicos, fuera de su agua. Art¨ªfices de la ¨²nica moral colectiva, la moral de la ciencia, alumbrada en el Madrid de la Restauraci¨®n, dijo de ellos Vicente Cacho Viu, quiz¨¢ el historiador que mejor ha comprendido y con m¨¢s elegancia ha escrito sobre las generaciones de intelectuales de ese largo periodo.
Y ahora llega un profesor de
la Universidad Pontificia de Comillas que, mostrando a cada paso una sorprendente ignorancia acerca de lo que se debat¨ªa en aquella sociedad, tira a la basura ese trabajo y, despu¨¦s de saquearlo en todo lo que puede, retorna a la peor tradici¨®n cat¨®lico-integrista con alg¨²n agravante: el gusto morboso por el cotilleo, la insufrible propensi¨®n a d¨¢rselas de gracioso, las babosas insinuaciones sobre el trato entre hombres y su vida en com¨²n. Marco no s¨®lo repite hasta el cansancio el t¨®pico de la enemiga anticat¨®lica y el desprecio a lo espa?ol de los institucionistas, sino que se solaza en presentar al grupo como una especie de secta de homosexuales que, enga?ando a todo el mundo, vive del Estado.
De Sanz del R¨ªo viene todo el da?o, de modo que si este se?or resulta ser un hip¨®crita que se da la gran vida a costa del erario p¨²blico y de las rentas de un t¨ªo can¨®nigo ya se comprende todo lo dem¨¢s. La canci¨®n es antigua y Marco no a?ade nada que no se supiera. Lo ¨²nico que hace es repetir una y otra vez lo que ganaba don Juli¨¢n, su rechazo del rectorado de la Universidad de Madrid, lo que de su escuela dijo Navarro Villoslada, y otras an¨¦cdotas por el estilo entre descubrimientos tan agudos como que el Syllabus de P¨ªo IX no condenaba del liberalismo, que Francia destac¨® por alumbrar gentes sin car¨¢cter, o que Coss¨ªo quer¨ªa contraer matrimonio mixto con una prima lejana.
No s¨®lo las an¨¦cdotas sino las mismas categor¨ªas conceptuales, si as¨ª pudieran llamarse, que definen los fen¨®menos del krausismo y de la instituci¨®n proceden directamente de la m¨¢s integrista tradici¨®n cat¨®lica como viene tambi¨¦n de ella el l¨¦xico para identificar a sus fundadores. Hasta en el uso de im¨¢genes para caracterizar a Giner de los R¨ªos es deudor el autor de Men¨¦ndez Pelayo que ya lo calific¨® hace 125 a?os de ninfa Egeria del gobierno, un hallazgo que Marco presenta como nacido de su propio ingenio. Ni que decir tiene que la acusaci¨®n de amaneramiento, transformada aqu¨ª en el 'fantasma de afeminamiento', sentido por Giner como 'una amenaza pr¨®xima, insinuante, casi tentadora', era un lugar com¨²n en los ataques del integrismo cat¨®lico.
Es ciertamente penoso que,
metidos ya en el siglo XXI, un profesor de una universidad pontificia, que copia a placer lo investigado por otros pueda haber sucumbido a la tentaci¨®n de resucitar la peor tradici¨®n de los siglos XIX y XX. Sucumbe, sin embargo, y con id¨¦ntico prop¨®sito que el manifestado en 1938 por Teodoro Toni en la revista Raz¨®n y Fe, de la Compa?¨ªa de Jes¨²s: para culpar a estos emboscados del laicismo, a su labor extranjerizante, a sus conexiones moscovitas, de haber sido origen y nervio de la revoluci¨®n y de la Rep¨²blica laica y atea y persecutoria y antiespa?ola. Como eco de aquellas acusaciones, Marco cierra su presunta biograf¨ªa de Giner culpando a la instituci¨®n de haber transmitido a sus herederos del partido socialista la 'voluntad radical y visionaria' que ha llevado a Espa?a a la perdici¨®n.
De modo que este panfleto concluye que todo lo que ha ido mal en la historia de Espa?a, desde la revoluci¨®n de 1868 hasta el Frente Popular, procede de esa desviaci¨®n de la gran tradici¨®n espa?ola que tuvo su origen en el krausismo y en la instituci¨®n. Su autor alardea de innovador, pero no hace m¨¢s que repetir aquella infamia que llev¨® al presidente de la Asociaci¨®n Cat¨®lica Nacional de Propagandistas y fundador del Colegio Mayor San Pablo a escribir en 1940: 'Para que Espa?a vuelva a ser, es necesario que la Instituci¨®n Libre de Ense?anza no sea'. Decirlo, entonces, implicaba llevar a los relacionados de cerca o de lejos con la instituci¨®n, si no ante el pelot¨®n de fusilamiento, al exilio o a la p¨¦rdida de la c¨¢tedra; Marco se satisface con perdonarles pedantemente la vida arroj¨¢ndoles a la cabeza un libro deleznable: algo llevamos ganado.
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