Noche en los jardines de la realeza
Uno se imagina a los Reyes Cat¨®licos paseando por estos mismos jardines, discutiendo los pormenores de la campa?a de conquista del Reino de Granada, oliendo distra¨ªdamente los jazmines y pregunt¨¢ndose qu¨¦ habr¨ªa para cenar. Y a Crist¨®bal Col¨®n, nervioso, tropezando con sus propios pies y repiti¨¦ndose una y otra vez el discurso que deb¨ªa atraer el favor de la Corona hacia su arriesgada expedici¨®n al otro lado del oc¨¦ano. No son fantas¨ªas, sino historia; a finales del siglo XV, Isabel y Fernando viv¨ªan en el Alc¨¢zar de los Reyes Cristianos de C¨®rdoba, y el marino genov¨¦s recal¨® en la ciudad con la sola idea de entrevistarse con ellos y convencerles de la solidez de su proyecto.
La entrada a esta fortaleza no era cosa f¨¢cil. A Col¨®n le cost¨® meses de diplomacia y reverencias. Pero ahora, cinco siglos despu¨¦s, cualquiera puede pasar al interior del Alc¨¢zar pagando 1,87 euros (y si es viernes, ni un c¨¦ntimo). En la visita, llena de inter¨¦s hist¨®rico y de placeres para la vista, van incluidas las amplias estancias y patios del castillo, adem¨¢s de una curiosa colecci¨®n en la que destacan un sarc¨®fago lleno de minuciosas figuras humanas que viajan al lado de all¨¢ de la muerte y unos mosaicos poblados de monstruos y animales acu¨¢ticos. Todo romano, del siglo III y en perfecto estado de conservaci¨®n.
Lo que no se puede uno perder son los jardines, de inspiraci¨®n ¨¢rabe. Junto a las albercas, las fuentes y las acequias crecen palmeras, naranjos, limoneros, cipreses, jazmines; en fin, las mil y una noches vegetales. Y m¨¢s a¨²n porque hasta el 15 de septiembre los interesados pueden venir a la ca¨ªda de la tarde, sobre las 20.00, y quedarse hasta medianoche, pagando una entrada de 1,45 euros que da derecho a pasear, disfrutar de las plantas, ver la puesta del sol, hacerse fotos y abrazarse en los bancos colocados al efecto.
Claro que hay m¨¢s posibilidades; anoche unos turistas polacos daban galletas a los peces del estanque principal, que parec¨ªan agradecer el detalle. Unos j¨®venes franceses se salpicaban festivamente aprovechando los surtidores, y unos ni?os de nacionalidad indeterminada se met¨ªan en las acequias para organizar carreras de barcos. Al fondo, una pareja de italianos sacaba un cuaderno enorme y se sentaba a dibujar las torres.
Desperdigados entre los ¨¢rboles y los setos quedan trozos de columnas romanas, restos de molduras ¨¢rabes, capiteles de hojas de acanto y de avispero... Una mezcla muy propia de este lugar, que acoge precisamente por eso las veladas culturales, celebraciones de m¨²sica, teatro y gastronom¨ªa en las que se recuerdan las tradiciones de los pueblos que hicieron esta ciudad m¨²ltiple, desde los romanos a los cristianos del medievo. Para ma?ana a las 22.00 est¨¢ prevista la noche sefard¨ª: habr¨¢ antiguas canciones jud¨ªas y una cena con platos como la adafina, un guiso olvidado hace siglos que se hac¨ªa enterrando la olla en el suelo, sobre un lecho de brasas, y dej¨¢ndola cocer muy despacio durante toda la madrugada del viernes.
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