?frica en el coraz¨®n
Si un barcelon¨¦s sensible no acaba de creerse lo que una y otra vez denuncia la prensa bien informada sobre la permanente tragedia africana, que acuda al Palau de la Virreina y penetre en el coraz¨®n de las tinieblas, en el centro infernal de la colonizaci¨®n europea, descrita por Joseph Conrad en un libro de hace un siglo y que se resume en un vocablo: horror.
Los estados de Europa occidental, reunidos en Berl¨ªn en el a?o 1885, se repartieron el territorio de todo un continente. Para ellos se trataba de una nueva Am¨¦rica primitiva, festoneada al Norte por pueblos de infieles. Era el gran momento imperialista del capitalismo nacionalista, con su poder militar e industrial y su progreso tecnol¨®gico y cient¨ªfico, origen de los actuales. ?frica era el providencial regalo de unas tierras generosas en materias primas, diamantes y minerales, as¨ª como de mano de obra esclavizable. La tradici¨®n esclavista, bendecida por las iglesias oficiales, hab¨ªa sido un gran negocio de traslados en cautiverio a las Am¨¦ricas. Ahora se trataba de colonizar, de 'civilizar', de extender la fe entre pueblos id¨®latras, supersticiosos y salvajes. Comenzaba el genocidio m¨¢s implacable y constante de la Historia de la Humanidad.
En 100 a?os, los europeos, con posterior participaci¨®n de los yanquis, empobrecieron hasta la miseria a una poblaci¨®n que se autosustentaba desde siglos. Destruyeron sus estructuras familiares, sociales y religiosas. Trastornaron su mentalidad y pulverizaron sus valores. Realizaron matanzas como la del rey belga Leopoldo II en el Congo, calculada en millones de personas. Tras la II Guerra Mundial, el proceso de descolonizaci¨®n pol¨ªtica consisti¨® en convertir en gobernantes 'independientes' a los nativos m¨¢s crueles y corruptos que hab¨ªan hasta entonces colaborado con los se?ores de la metr¨®polis. Se combatieron a muerte los movimientos populares de liberaci¨®n y se asesinaron l¨ªderes progresistas como Patricio Lumumba o se favorecieron guerras tribales que diezmaban miles de vidas. Las consecuencias actuales m¨¢s evidentes de tanta miseria y de tanto horror han sido la dependencia econ¨®mica absoluta del Eje del Bien, las epidemias por carencia de alimentaci¨®n y de ayuda m¨¦dica y farmac¨¦utica, los ¨¦xodos sin rumbo y las invasiones desesperadas de una Europa fortificada y explotadora en condiciones inhumanas, para acabar siendo pasto entre nosotros del crimen internacional, de las mafias negreras y de los estados represores.
El genocidio africano tiene unos autores muy concretos. Son gobiernos nacionales europeos y norteamericanos. Son empresas multinacionales alentadas y protegidas por ellos. Son electorados democr¨¢ticos que dan su apoyo con el voto a los genocidas. Los tribunales encargados hoy de juzgar a Milosevic y a otros asesinos, as¨ª como los ej¨¦rcitos y las polic¨ªas que tienen orden de matar a Bin Laden o al dictador iraqu¨ª no actuar¨¢n contra los genocidas del pueblo africano. ?Por qu¨¦ iban a hacerlo? ?frica sigue siendo un inmenso negocio. Bien est¨¢ que sigan existiendo ONG filantr¨®picas y caritativas que pongan de relieve lo mucho que sentimos el mal que hacemos. Pero ese mal es inevitable mientras los africanos no comprendan el mensaje optimista y esperanzador de los m¨¢s clarividentes te¨®ricos de la econom¨ªa liberal. Que abran sus pobres mercados a las exportaciones occidentales; que administren bien las generosas inversiones prometidas si previamente se democratizan como nosotros; que compitan con mejores productos que los nuestros, fruto de un trabajo esforzado, venciendo la secular apat¨ªa de unas razas inferiores que a¨²n no saben valorar el ideal de una civilizaci¨®n emprendedora. Si no cumplen esos requisitos m¨ªnimos habr¨¢ que seguir civilizando a ?frica, moderniz¨¢ndola, haci¨¦ndola feliz mientras exigimos, eso s¨ª, que pague su deuda externa con puntualidad; mientras prosigue el proteccionismo de nuestros mercados nacionales; mientras combatimos sus movimientos revolucionarios, eje del Mal; mientras se preservan las leyes del intercambio econ¨®mico, ya que son tan l¨®gicas como sagradas y, adem¨¢s, beneficiosas para los abnegados cruzados de la libertad y el progreso.
?frica es el espejo donde se refleja el sistema econ¨®mico capitalista y por eso s¨®lo ya deber¨ªa hacerse a?icos. Lo que ocurre es que cada uno de ellos seguir¨ªa reflejando, acusador, el genocidio sistem¨¢tico que en el continente africano halla su m¨¢s sencilla ejecuci¨®n. Al fin y al cabo, se trata de pueblos infantiles, inmaduros, subdesarrollados, que no han aprendido las lecciones que durante un siglo les dimos de civilizaci¨®n, modernidad y amor cristiano. Son crueles y, adem¨¢s, est¨¢n enfermos de sida, esa maldici¨®n divina contra la promiscuidad sexual. ?No gana el mundo acaso con las muchas muertes que tanta miseria moral y material originan por culpa de ellos mismos? Con su denuncia pagan el bien que les hicimos y siempre acaban encontrando alg¨²n europeo, demagogo y sentimental, como el autor de estas l¨ªneas, que se pone de su parte por resentimiento de intelectual a quien nadie con poder le hace caso.
?frica, coraz¨®n de las tinieblas, se encuentra ciertamente en el coraz¨®n encendido e iluminado por la indignaci¨®n moral. ?frica es hoy el ejemplo m¨¢ximo de una empresa destructora y depredadora que traslada la ley de la selva a las civilizadas urbes de Euroam¨¦rica y la expande a toda la Am¨¦rica hispanolusa, a los pa¨ªses ¨¢rabes, al sureste asi¨¢tico, a los restos de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica y al propio 'cuarto mundo', miserable de bolsas humanas en el coraz¨®n tenebroso de Occidente, ese primer mundo que, como su propio nombre indica, s¨®lo puede morir matando.
En este nuevo siglo culmina aquella empresa destructora que el nacionalismo europeo imperialista inici¨® en Berl¨ªn como primer fruto nefasto de un poder inhumano y mort¨ªfero: el poder del dinero.
J. A. Gonz¨¢lez Casanova es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional.
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