Las mareas electorales
EL COMIT? FEDERAL DEL PSOE decidi¨® esta semana acelerar la designaci¨®n de su candidato a la presidencia del Gobierno en las pr¨®ximas elecciones generales: descartado cualquier temor racional a una eventual disoluci¨®n anticipada de las Cortes, el motivo de esa premura es el prop¨®sito de formalizar cuanto antes la candidatura de Zapatero para aprovechar as¨ª las ventajas comparativas proporcionadas a los socialistas por las incertidumbres a¨²n no despejadas acerca del cabeza de lista del PP en las legislativas de 2004, un tapado a la mexicana que s¨®lo ser¨ªa investido te¨®ricamente como sucesor por el dedazo de Aznar en el oto?o de 2003. Las restricciones impuestas hace unos meses por la Ejecutiva del PSOE a las primarias (esto es, la elecci¨®n directa de los candidatos socialistas por los militantes) para los comicios auton¨®micos y municipales de mayo de 2003 resultaban superfluas en este caso. De un lado, los socialistas est¨¢n escarmentados de la mala experiencia que signific¨® el conflictivo reparto de papeles -la bicefalia- entre el secretario general del partido Almunia y el candidato a la presidencia Borrell en 1998; de otro, la posici¨®n de Zapatero se halla hoy lo suficientemente consolidada como para descartar el surgimiento de un competidor con una m¨ªnima posibilidad de poner en cuesti¨®n su liderazgo.
Mientras el PSOE acelera la designaci¨®n oficial de Zapatero como su candidato a la presidencia del Gobierno, el PP deber¨¢ aguardar a que Aznar nombre a su sucesor en el oto?o de 2003
Aunque la remontada del PSOE en los sondeos (una encuesta del Instituto Opina para la SER arrojaba esta semana un empate t¨¦cnico entre populares y socialistas si se celebrasen ahora las elecciones) no se deba exclusivamente a la situaci¨®n de silla vacante creada por la juguetona inescrutabilidad de Aznar respecto a su heredero, resultar¨ªa temerario dar puntuaciones clasificatorias a los restantes factores potencialmente explicativos. De forma muy gen¨¦rica cabr¨ªa aludir tal vez a los peri¨®dicos cambios de actitud en la opini¨®n p¨²blica derivados de la fatiga causada por la arrogancia de los gobernantes, las esperanzas suscitadas por las promesas de la oposici¨®n o el simple deseo de alternancia.
Sin ¨¢nimo de establecer regularidades con fuerza predictiva, V¨ªctor P¨¦rez-D¨ªaz ha llamado la atenci¨®n (Una interpretaci¨®n liberal del futuro de Espa?a, Taurus, 2002) sobre los rasgos comunes de los partidos (UCD, PSOE y PP) que se han sucedido en el Gobierno desde 1977: en los tres casos, una promoci¨®n de pol¨ªticos situada biogr¨¢ficamente en torno a los cuarenta a?os aprovech¨® su oportunidad para alcanzar el poder, gobern¨® inicialmente con prudencia y fue agotando paulatinamente su inventiva. La atribuci¨®n de esas caracter¨ªsticas al nuevo PSOE es una posibilidad tentadora siempre que no se caiga en la supersticiosa creencia de considerarla un resultado de la necesidad hist¨®rica. Los aficionados a la met¨¢fora de las mareas electorales deben recordar que los flujos de los votos no tienen la cadencia fija de la pleamar y la bajamar oce¨¢nicas: si UCD se mantuvo 5 a?os en el poder y el PSOE 13, los populares no est¨¢n condenados a durar s¨®lo 8 a?os.
En cualquier caso, la perspectiva de un avance significativo o incluso de una victoria de Zapatero en las legislativas de 2004 ha dejado de ser meramente imaginable para instalarse en el campo de lo posible y empezar a invadir cautelosamente los terrenos de lo probable. Los aciertos del PSOE y los errores del PP forman una madeja causal inextricable a la hora de explicar ese cambio del viento. De un lado, la estrategia de los socialistas en la huelga general y la intervenci¨®n de Zapatero en el debate sobre el estado de la naci¨®n han fortalecido sus posiciones; de otro, el Gobierno ha recitado durante esta legislatura la p¨¢gina negra de la agenda oculta del poder que suele aflorar con la mayor¨ªa absoluta: esto es, la confusi¨®n entre la habilitaci¨®n temporal para gobernar otorgada peri¨®dicamente por los ciudadanos a los partidos y la ocupaci¨®n permanente no s¨®lo del Estado (desde la justicia hasta la Administraci¨®n, pasando por TVE), sino tambi¨¦n de los centros financieros, los medios de comunicaci¨®n y el mundo asociativo.
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