El Jarama
El r¨ªo Jarama nace en la vertiente sur de la monta?a de Somosierra, entre los cerros de la Cebollera y Excomuni¨®n, y corre por las provincias de Madrid y Guadalajara recogiendo los afluentes que le salen al paso. Cerca del Pont¨®n de la Oliva recibe al Lozoya, y con ¨¦l desfila por Talamanca y Paracuellos hasta Mejorada del Campo, en que se le agrega el Henares; m¨¢s all¨¢ del puente de Arganda absorbe al Manzanares en Vaciamadrid, luego al Taju?a en Titulcia y, ya en la vega de Aranjuez, no admite m¨¢s incorporaciones porque penetra en el Tajo por su orilla derecha, perdiendo as¨ª su identidad y dej¨¢ndose arrastrar por tierras de Espa?a y Portugal hacia la desembocadura del oc¨¦ano Atl¨¢ntico.
Esta descripci¨®n de Casiano de Prado permite comparar el desarrollo del Jarama con la existencia del hombre, que de ni?o ofrece la misma estampa de fragilidad que el r¨ªo cuando brota entre las piedras que le sirven de cuna. Diversas fuentes le alimentan para proporcionarle la fuerza que le permita construir su espacio. Y conseguido ¨¦ste, aplaca su ¨ªmpetu de torrente a medida que ensancha su cauce y adquiere la prosopopeya con que un r¨ªo de prestigio pasea por la llanura, luciendo esa posici¨®n consolidada de la que parece enorgullecerse tambi¨¦n su bi¨®grafo, cuando para resaltar la madurez del r¨ªo que conoci¨® en pa?ales indica que, poco antes de terminar su carrera en el Tajo, suministra su caudal a la gran acequia llamada Real del Jarama.
Las lluvias de oto?o y el deshielo de la primavera refuerzan la corriente de este r¨ªo y tambi¨¦n su mala fama entre los pobladores de sus orillas, que le consideran poco de fiar y alevoso, 'con m¨¢s enga?os que el jopo de una zorra', dicen, como si en vez de agua contuviese culebras: tanto por sus irritaciones caprichosas -cuando la crecida de marzo 'le hincha el pescuezo lo mismo que un gallo que quiere pelea' y se lleva 'una huerta por delante, con frutales y tapias y todo lo que entrilla', hasta dejarla 'aterrada, convertida totalmente en una playa'- como por su hipocres¨ªa estival, en que pese a su aspecto mansito, pues ni l¨ªquido parece tener, todos los a?os se cobra la vida de alg¨²n ba?ista.
No hay que culpar por entero de estas muertes a la naturaleza del r¨ªo, ya que mucha responsabilidad recae en quien, desde que aprendi¨® a flotar en piscina, se pregona nadador de primera y capacitado para meterse en honduras. Una equivocaci¨®n t¨ªpica del madrile?o que, con esa fatuidad de creerse dios bendito, no distingue entre una charca y un pantano, y eso le induce a presentarse a golpe de pedal por estos parajes en los domingos veraniegos, vaciar alegremente la tartera y la botella y, sin respetar la tregua de la digesti¨®n, tratar de t¨² a un temible como el Jarama, que, aunque no se le provoque ni se le quite el ojo, engancha cuando le place al primero que pesca, y lo mismo que si fuera un hambriento se lo zampa sin mirar edad ni oficio, pero s¨ª que sea madrile?o, pues ¨¦sa parece ser su inclinaci¨®n seg¨²n la estad¨ªstica.
Con ¨¦stas y otras razones aportadas por los que saben de lo que hablan -pastores y gente del campo de San Fernando y Coslada y tambi¨¦n alg¨²n alcarre?o- se distraen los parroquianos de la venta de Mauricio durante los domingos de la can¨ªcula, si es que les permiten entenderse las voces de los jugadores de domin¨® de la mesa cercana, en disputa permanente por los enredos del contrahecho Coca-Co?a. Al caer la tarde sube de los aleda?os del r¨ªo la m¨²sica de baile, y el paisaje desaparece en la noche con la confianza de que por la ma?ana seguir¨¢ donde estaba, y lo mismo que el r¨ªo no se aburre de recorrer la misma distancia un d¨ªa y otro, en la venta se repiten los temas de conversaci¨®n como si se abordaran por primera vez.
Pero esta temporada hay una novedad porque, ante la falta de lluvia, las autoridades han decidido abastecer al Jarama con los embalses de El Vado y El Atazar, y esto que supone un alivio para la cuenca, obliga a preguntarse a los contertulios si no se habr¨¢ alterado la personalidad del r¨ªo al cambiar sus aguas naturales por otras prestadas. En pleno debate, el escritor que les dio la palabra en la novela famosa de El Jarama asoma a la puerta. '?Don Rafael!', exclama quien le reconoce a pesar del tiempo transcurrido. Y a la admiraci¨®n que despierta entre los parroquianos el nombre del se?or S¨¢nchez Ferlosio se a?ade la curiosidad de averiguar si esta incidencia que comentaban es lo que le trae despu¨¦s de tantos a?os a la venta de Mauricio para anotar, con su mano maestra, la mudanza.
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