Fuera de lugar
El discurso de apertura del a?o judicial por parte del presidente del Tribunal Supremo, Francisco Hernando, el pasado lunes, ha llenado de estupor a buena parte de la carrera. Entre los discursos corporativistas tradicionales, con acento en la falta de medios materiales y bajos sueldos, y la disertaci¨®n filos¨®fica divulgativa deber¨ªa existir un punto intermedio. Y tambi¨¦n entre la cr¨ªtica pol¨ªtica al Gobierno y la obsequiosidad, no menos pol¨ªtica, hacia el poder.
Seg¨²n el presidente del Supremo, estamos ante expectativas de 'reforma y modernizaci¨®n' de la justicia sin 't¨¦rmino de comparaci¨®n en la historia'; en una etapa en la que 'la ilusi¨®n y las expectativas caminan de la mano en busca de cumplida satisfacci¨®n' y en la que ya es visible, entre otros 'felices frutos' del Pacto por la Justicia, la Carta de Derechos de los Ciudadanos, que muestra el 'nuevo talante que impregna las relaciones entre los poderes p¨²blicos y los ciudadanos', la prueba de cuyo acierto es 'el inter¨¦s may¨²sculo que ha despertado en los poderes judiciales extranjeros'. Pues que sea enhorabuena, aunque tanta complacencia resulte impropia del lugar y la ocasi¨®n.
La propuesta de que los usuarios de la justicia contribuyan a sufragarla mediante tasas s¨®lo se entiende como factor disuasorio del recurso excesivo a los tribunales. Pero entonces har¨ªa falta justificar la conveniencia de limitar esa tendencia de los ciudadanos a acudir a los tribunales. Si se trata simplemente de recortar el Estado de bienestar con el argumento de que los servicios los pague quien los usa, la cosa suena fatal. No es lo mismo una autopista que la justicia.
La parte m¨¢s sobresaliente del discurso fue una larga perorata sobre inmigraci¨®n. A pesar del buen gusto de citar a Sartori, para no ser acusado de plagio, Hernando desliz¨® algunas ideas que deben ser de su cosecha y que, en cualquier caso, no ven¨ªan a cuento.
Empezar la reflexi¨®n sobre la inmigraci¨®n partiendo del fanatismo de los que atentaron contra las Torres Gemelas est¨¢ fuera de lugar. Y aunque sea cierto que ninguna diferencia cultural puede justificar los ataques a derechos individuales, resulta extempor¨¢nea la referencia a la necesidad de medidas de protecci¨®n de las culturas espa?olas frente a las for¨¢neas, o la necesidad de 'no malbaratar' la bonanza econ¨®mica 'acu?ada por el esfuerzo de generaciones pasadas'. En fin, el ¨¦nfasis puesto en alertar contra los riesgos de ceder a la presi¨®n de los inmigrantes sin papeles s¨®lo se explica, en el contexto del momento, como un deseo (excesivo) de agradar a alg¨²n ministro.
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