Prostituci¨®n
Se dice que la prostituci¨®n es el oficio m¨¢s viejo del mundo. Un t¨®pico manido y no tan inocente, pero ¨¢tenme esa mosca por el rabo. Se dice tambi¨¦n, aunque no a guisa de t¨®pico, que el tal oficio es inerradicable; pedigr¨ª s¨ª tiene y si ¨¦ste no se esgrime para justificar una soluci¨®n final, sino todo lo contrario, aleluya. Pero a la sueca, no; pues castigar al cliente de buenas a primeras ser¨¢ a menudo desnudar a un santo para vestir a otro, si es que se viste, pues confieso que no me he le¨ªdo toda la ley sueca. Pero pret¨¦ndase eliminar al consumidor y por unas u otras sendas la transacci¨®n se llevar¨¢ a cabo y a lo sumo se le habr¨¢ roto el espinazo a la clientela econ¨®micamente m¨¢s d¨¦bil y habr¨¢ surgido y engordado la mafia -nueva o derivada- de los senderos alternativos.
Abolir el burdel presupone un desconocimiento desconcertante de la naturaleza del burdel. ?Sexo a cambio de dinero y ah¨ª empieza y termina la historia? Por supuesto as¨ª es a menudo, pero tambi¨¦n con frecuencia es otra cosa: lugar de socializaci¨®n y gabinete psiqui¨¢trico a la vez. Refugio del desamor familiar y de otros fracasos: la timidez, la deformidad y fealdad extremas, la vejez, el autoritarismo del que son v¨ªctimas los cornudos de alma... Todos los desechos de tienta de la ins¨ªpida tiran¨ªa de los suelos sin ra¨ªces. Aunque la solidaridad se finja como se fingen los orgasmos, all¨ª se opta por creer porque la creencia es imperativo kantiano en los lechos prostibularios y porque a veces, muchas veces, la palabra indiferente y amable es un remanso contra el amor adusto y rezong¨®n.
El burdel. Establecimiento de cuidados paliativos para la mente y acaso donde m¨¢s diluida est¨¢ la relaci¨®n se?or feudal-siervo. Pero no queramos idealizar. El mejor prost¨ªbulo es el que no existe, aunque mientras exista la prostituci¨®n, y va para largo, no habr¨¢ m¨¦todo que se abra camino si no se aplica el paso a paso. Advirtiendo, no obstante, que en el proceso, una fauna variopinta de machos marginales -y algunas hembras-, perder¨¢n su ¨²nico asidero, m¨¢s deseado cuanto m¨¢s fr¨¢gil. Cu¨¢n dif¨ªcil va a ser quitarle una mancha de fealdad a este inextricable tejido de fealdades que es el mundo que nos han dado y que nos hemos dado, aunque los m¨¢s estemos ajenos a nuestra contribuci¨®n.
Algo hay que hacer para ponerle cerco a la prostituci¨®n callejera, absolutamente desprovista de toda regulaci¨®n y en manos mafiosas. Pero el Gobierno no quiere saber nada del asunto, como reconoce el se?or Rajoy. Concepci¨®n Dancausa, Secretaria de Asuntos Sociales, fue m¨¢s expresiva. Seg¨²n ella, la prostituci¨®n no es oficio ni profesi¨®n, sino una mera actividad alegal inducida por la necesidad y sobre la que ejercen un poderoso influjo las mafias. Eso s¨ª, hay que buscar alternativas a este no oficio, no profesi¨®n. En boca de un pol¨ªtico ya se sabe lo que suele significar tal discurso: dar buenas palabras a quien pide pan y olvidarse del asunto. Por su parte, otra mujer, Mar¨ªa Luisa Castro, de IU, rechaza el callejeo y el burdel, pues la prostituci¨®n no es oficio digno y, en cambio, se puede eliminar si la sociedad ofrece igualdad de oportunidades. Unos por punto de m¨¢s, otros por punto de menos, d¨¦monos otro siglo para barrer la casa.
Todo lo anterior a cuenta del decreto de la Generalitat de Catalu?a, que se ocupa de los locales y deja a su arbitrio la prostituci¨®n callejera, con lo que, una vez m¨¢s, pierden los cartagineses y ganan los romanos. No se ha calentado demasiado los cascos el Govern, pues su decreto es una copia de lo que ya rige en Bilbao desde hace cuatro o cinco a?os. El m¨¦rito de atacar este problema en 'el mejor de los mundos posibles' ser¨¢ de Rafael Blasco, nuestro conseller de Bienestar Social, si su proyecto sale adelante. Iniciativas a tono con Europa, y algunas de ellas muy audaces todav¨ªa en Espa?a, no se le pueden negar a Blasco. Es de suponer que, cuando le metan chinas en el zapato, Blasco invocar¨¢ la sentencia del Tribunal Europeo de Justicia (noviembre 2001) seg¨²n la cual la prostituci¨®n es una 'actividad econ¨®mica' como otra cualquiera, siempre que se realice 'sin subordinaci¨®n a proxenetas o empresarios'.
La regulaci¨®n que propone Blasco es tan amplia, abarca tantos puntos, que en la pr¨¢ctica har¨ªa casi imposible la prostituci¨®n callejera. Sindicaci¨®n, fiscalidad, derechos y obligaciones laborales, inspecci¨®n sanitaria, seguridad laboral... 'La no regulaci¨®n significa abrir de par en par la puerta a fen¨®menos colaterales claramente reprobables, cuando no delictivos: inseguridad laboral, explotaci¨®n, redes mafiosas, explotaci¨®n de menores, etc¨¦tera'. Ninguna persona dedicada a esta actividad, escapar¨ªa as¨ª al control institucional, como todo hijo de vecino, sea trabajador aut¨®nomo o dependiente. El tr¨¢fico del sexo debe pasar de ser lo que hoy es y siempre ha sido, a un 'tr¨¢fico jur¨ªdico', en palabras del conseller Rafael Blasco.
Blasco no pod¨ªa omitir el objetivo ¨²ltimo del proyecto: conseguir que la prostituci¨®n se vaya desvaneciendo hasta llegar a ser, en el futuro, un mal recuerdo hist¨®rico. Eso implica un largo paquete de medidas de inserci¨®n sociolaboral. O sea, hay que dignificar primero el ejercicio de una actividad indigna para luego ir desplaz¨¢ndola del mercado, sustituida por actividades dignas. Hay algo de parad¨®jico en esto, pero la vida no es un silogismo. En cuanto al cliente que es cliente porque es primero infeliz, que le zurzan. ?Tuvimos que destruir la aldea para salvarla? ?Se degradaba Maritornes cuando se entregaba al arriero de turno? ?Es m¨¢s sucio el trabajo en la manceb¨ªa que el del ejecutivo de una empresa de armamentos? Lo que s¨¦ decir es que, seg¨²n c¨¢lculos, unas 300.000 mujeres ejercen la prostituci¨®n en Espa?a. Por ahora, este n¨²mero tiende a crecer. Afr¨®ntense corajudamente las medidas que la consejer¨ªa propugna, aunque la dura realidad es que no hay trabajo para todos. El paro estructural ser¨¢ cada vez mayor, sobre todo en un pa¨ªs como ¨¦ste que a¨²n est¨¢ a medio camino del llamado desarrollo. El paro tecnol¨®gico de hoy nada tiene que ver con el que engendr¨® el movimiento ludita del siglo XIX, pues entonces, la m¨¢quina no invad¨ªa ni pod¨ªa invadir el sector terciario. Pero alto, que me meto en otro art¨ªculo.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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