El hombre
?Que viene el hombre! Ese era el grito de alarma que sol¨ªa interrumpir las travesuras infantiles en mi barrio. El Paseo de la Bomba est¨¢ pegado a las aguas discretas del r¨ªo Genil y tiene el coraz¨®n dividido entre la carretera de Sierra Nevada y las farolas francesas y urbanas del Paseo del Sal¨®n. Como en los a?os sesenta Granada era un pa?uelo olvidado en el campo, la modestia del Genil se rodeaba de alamedas que los ni?os utiliz¨¢bamos en los juegos como si fuesen selvas imaginadas o museos de ciencias naturales. El arte de descubrir el tejido silencioso del mundo, compuesto de lib¨¦lulas, de ranas, de lagartijas y de abejorros, me regalaba una sensaci¨®n de verdad, de existencia primitiva y misteriosa, muy parecida a la que a?os despu¨¦s me dar¨ªan las aventuras nocturnas, que son las selvas y los museos de ciencias naturales de la juventud, una reuni¨®n de primeros desnudos y conspiraciones. La pandilla infantil del barrio se especializ¨® en hacer caba?as de dos pisos con los grandes cartones de los electrodom¨¦sticos y con el tronco desafortunado de alg¨²n ¨¢lamo, v¨ªctima de nuestros humos de exploradores africanos o de n¨¢ufragos en una isla plagada de robinsones. No era extra?o que mientras cort¨¢bamos el ¨¢rbol y lo transport¨¢bamos al rinc¨®n secreto de nuestras caba?as, el soldado vig¨ªa de la expedici¨®n se pusiese a gritar como un loco: ?que viene el hombre!, ?que viene el hombre! Y el hombre era un guarda jurado con una escopeta de cartuchos de sal, decidido a poner orden en la selva y en los juegos. Aprendimos as¨ª que hab¨ªa que correr mucho para salir indemne de las imaginaciones.
?Que viene el hombre! Eso murmuraban tambi¨¦n al o¨ªdo algunas novias intr¨¦pidas que dejaban a medias una copa o una discusi¨®n pol¨ªtica para salir a dar un paseo por los alrededores mal iluminados de la Facultad de Ciencias. No se trataba de ning¨²n homenaje al macho ib¨¦rico, que ya entonces hab¨ªa ca¨ªdo en desuso gracias a las lecturas de Wilheim Reich y de la sexolog¨ªa feminista. Ocurr¨ªa que el campus universitario estaba tan en obras como nosotros mismos, y los campos de batalla de la construcci¨®n, entre andamios y lugares cercados, eran escondites propicios para apagar las inquietudes del erotismo repentino. Las pasiones callejeras, los portales y los derribos, ofrecen a los amantes locos la misma felicidad que el mar al pirata de Espronceda. Pero todas la obras p¨²blicas o privadas tienen su guarda, un encargado de dificultar el trabajo de los ladrones y los arrabales de Venus. No era extra?o que, en mitad de un beso o de una cremallera, el milagro de la tentaci¨®n rotunda fuese interrumpido por una queja alarmante: ?que viene el hombre!
Yo me descubro con frecuencia murmurando el mismo aviso cada vez que leo un peri¨®dico o enciendo la televisi¨®n. Asisto a los problemas del mundo, contemplo las ciudades y las selvas, medito las miserias y las enfermedades, intuyo las lagartijas y las lib¨¦lulas en los campos de refugiados, calculo las razones de las guerras anunciadas, imagino los laberintos de la especulaci¨®n en las cumbres de negocios, presencio la crueldad en los atentados terroristas y la violencia de seda en los asesinatos democr¨¢ticos, y murmuro con los pliegues de un coraz¨®n fatigado por la edad madura: ?que viene el Hombre!?Que viene el Hombre!
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