La costa de la utop¨ªa (y 2)
Uno. The Coast of Utopia, de Tom Stoppard: nueve horas, tres partes, m¨¢s de cuarenta personajes y treinta actores en escena. Trevor Nunn, que ya dirigi¨® en el National la maravillosa Arcadia de Sir Tom en 1993 y que dejar¨¢ la direcci¨®n del NT la pr¨®xima primavera, ha querido despedirse con un tour de force que es la joya de su corona, en la l¨ªnea del ¨¦pico Nicholas Nickleby que le dio a conocer internacionalmente. La semana anterior les hablaba del texto, de estas tres funciones -Voyage, Shipwreck, Salvage- que cubren cuarenta a?os de historia europea, pero pueden verse (como Star Wars) en cualquier orden; hoy quiero hablarles un poco del montaje, de los actores y de las estrategias de su autor. Uno de los problemas b¨¢sicos de The Coast es el constante cambio de localizaciones, que Trevor Nunn ha resuelto con la ayuda de un mago llamado William Dudley, responsable del vestuario (169 trajes) y de un dispositivo escenogr¨¢fico literalmente revolucionario: un ciclorama gigante, con aberturas para las entradas y salidas, sobre el que se proyectan im¨¢genes generadas y animadas por ordenador: as¨ª, vemos c¨®mo los ¨¢rboles de la hacienda de la familia Bakunin se agitan y cambian de color al paso de las estaciones, las nubes avanzan por el cielo, las olas estallan contra la cubierta de un barco o los acantilados de la isla de Wight; en un parpadeo pasamos de las calles de San Petersburgo a la Place de la Concorde; de una soleada villa italiana a un l¨®brego interior victoriano, y un amplio giratorio central se encarga de hacer aparecer y desaparecer el mobiliario de cada escena. Hay autocitas de Nunn (la escena de las barricadas de 1848, demasiado reminiscente de Les Miserables) y alusiones pl¨¢sticas un tanto forzadas (la merienda en la que estalla el adulterio de Natalie Herzen, modelada sobre Le d¨¦jeuner sur l'herbe), pero predomina un gusto exquisito y un viv¨ªsimo sentido del ritmo y la composici¨®n, especialmente en las grandes escenas corales.
Tom Stoppard ha echado mano de toda su sabidur¨ªa como dramaturgo y como guionista, y ha encontrado en Nunn a un gran director que siempre sabe d¨®nde colocar la c¨¢mara. En la entrega anterior les hablaba del gran personaje de Vassarion Belinsky, el enfebrecido cr¨ªtico literario que Will Keen interpreta con la intensidad de Brad Dourif y la vulnerabilidad de Tobey Maguire. As¨ª nos narran Stoppard y Nunn su muerte: en plano general, casi berlanguiano, presenciamos una decena de conversaciones entrecruzadas en una fiesta parisiense que celebra el aparente triunfo de la revuelta popular; tiempo m¨¢s tarde, cuando Alexander Herzen recibe la noticia del fallecimiento de su amigo, la escena de la fiesta vuelve, en flash-back, pero con las conversaciones enmudecidas para resaltar la despedida de Belinsky, feliz por haberse permitido el ¨²nico capricho de su vida: comprarse una lujosa bata de seda rojinegra. Flaubert no lo hubiera contado mejor.
Dos. No es la ¨²nica escena inolvidable. Grandes momentos en el recuerdo: el viejo patriarca Bakunin, ciego y con la cabeza perdida, al final de Voyage, saliendo al jard¨ªn para contemplar un crep¨²sculo que ya se ha producido; Herzen evocando la muerte de su hijo sordomudo en un naufragio y deseando que 'al menos no sucediera de noche, porque Kolya no pod¨ªa leer los labios en la oscuridad', o la deliciosa respuesta de Turgu¨¦nev a un nihilista que considera m¨¢s '¨²til' un libro sobre la cura de las hemorroides que toda la obra de Pushkin: 'No, no creo. Yo tambi¨¦n padezco esa dolencia, y mientras le¨ªa su libro no dej¨¦ de pensar en ella; en cambio, leyendo Eugene Oneguin la olvid¨¦ por completo'. Grandes personajes, grandes interpretaciones, con Stephen Dillane como Alexander Herzen a la cabeza. Dillane es el protagonista absoluto de dos partes de la trilog¨ªa, y acaba llevando la funci¨®n sobre sus espaldas: delicado, poderoso, nos transmite toda la inteligencia de Herzen, su humanidad, su entereza ante la desgracia, su complejidad ideol¨®gica; un Herzen que rechaza la anarqu¨ªa rom¨¢ntica a favor de un reformismo pr¨¢ctico, pero no deja de admirar el instinto y la alegr¨ªa revolucionaria de su amigo Bakunin; un Herzen que acabar¨¢ enfrentado por igual a los zaristas y a quienes abogan por una futura dictadura del proletariado. Otro gran trabajo actoral es el de Eve Best, que en un prodigio transformista encarna a la tr¨¢gica Liubov en Voyage, a la vivaz e inteligente Natalia Herzen en Shipwreck y a la prusiana institutriz Malwida von Meysenbug en Salvage. Y para transformaciones la de Douglas Henshall como Bakunin, que comienza como un joven arist¨®crata apasionado por la filosof¨ªa y acaba como un viejo aventurero, un Falstaff con melena blanca, devorador de ostras, viviendo de dinero prestado y siempre dispuesto a prender la llama de la anarqu¨ªa; un personaje por el que Stoppard siente una simpat¨ªa absoluta y al que dibuja magistralmente, reservando para Marx -trampa, trampa- el perfil de una cabeza parlante y los rasgos de la m¨¢s inmisericorde caricatura. Podr¨ªa pasarme horas habl¨¢ndoles de The Coast of Utopia: lo mejor es que corran a verla al National. O que un teatro p¨²blico haga honor a su nombre y se atreva a montarla.
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