El siglo de oro perdido
La exposici¨®n del exilio espa?ol 1936-1939, en Madrid, hace pensar en la rotura del segundo Siglo de Oro. La lista de grandes hombres de letras y ciencias no cabr¨ªa en esta p¨¢gina; la de todos, en el peri¨®dico: se dice que unos cuatrocientos mil. Los que no eran 'grandes hombres', como digo antes disparatadamente, porque todo hombre perseguido es grande, eran el sustento de aqu¨¦llos: lectores, alumnos, maestros. Un siglo de oro no sale s¨®lo por lo alto, sino por el impulso popular. En el primero, los versos de Lope de Vega o los de G¨®ngora se sab¨ªan de memoria antes de publicarse, la gente halagaba a Quevedo, y hasta los reyes y la aristocracia los proteg¨ªan, aunque no evad¨ªan impuestos por su generosidad.
Este Siglo de Oro ven¨ªa prepar¨¢ndose desde antes: desde los residuos de la Revoluci¨®n Francesa que llegaba al diecinueve, y la cultura del veinte, con la generaci¨®n del noventa y ocho, la intermedia y la del veintisiete cuajaron en la Rep¨²blica y una especie de ansia de cultura del pueblo al que se hab¨ªa dicho que por ah¨ª comenzar¨ªa su libertad. Raz¨®n suficiente para que Franco abortase esa situaci¨®n, la Iglesia se envileciese al perseguirla y los militares y los falangistas fusilasen a los culpables del saber y de la cultura propia, espa?ola. Se acab¨® todo. Temo que para siempre.
El achatamiento de la cultura, la vulgaridad, su sustituci¨®n por las supersticiones sagradas, la censura que trabajaba en pir¨¢mide -quiz¨¢ en el punto m¨¢s alto hab¨ªa gente m¨¢s permisiva, y se iba degradando su trabajo hasta la inmensa base servil, que por miedo y por halago prohib¨ªan todo-, el terror en el 'exilio interior' -se puede ver en La colmena, del falangista mon¨¢rquico Cela- deshicieron la Espa?a culta y sabia.
La invenci¨®n imperfecta de la democracia desde la transici¨®n y la ca¨ªda de las libertades, los Gobiernos sucesivos, el Gran Imperio y el Peque?o Imperio, han ido no s¨®lo perdi¨¦ndola, sino estimulando la inocua, la cobarde: con subvenciones, premios y honores en lugar de censura. No niego, de ninguna manera, las calidades de hoy: pero no reanudan la creaci¨®n de un pa¨ªs culto y nuevo que se produjo en el siglo pasado, y se mantienen en otra expectativa. Tampoco creo que s¨®lo sea en Espa?a: la civilizaci¨®n ha tomado su venganza o su desquite frente a la cultura del siglo veinte en el mundo. En los grandes pa¨ªses ya no se puede pensar.
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