S¨ª al Angliru
'Asesinos, asesinos', les gritaban enfurecidos los ciclistas a los organizadores de la carrera cuando superaban sus veh¨ªculos aparcados en la cuneta. Ocurri¨® hace m¨¢s de 90 a?os, en el Tour de Francia. Los corredores, los esforzados de la ruta, descend¨ªan, por caminos de tierra, barrizales, el Tourmalet o el Aubisque, los primeros puertos pirenaicos que se franqueaban nunca. A los ciclistas les parec¨ªa una exageraci¨®n, una salvajada, un hecho inhumano, una esclavitud. Los a?os han pasado. El Tour es ahora un monumento; el Tourmalet, el Aubisque, y tambi¨¦n el Galibier o la Madeleine, en los Alpes, se han convertido en lugares de peregrinaci¨®n, en mitos. Desde entonces, el ciclismo es un deporte apoyado en la leyenda, en la tragedia, en la epopeya; es un deporte ¨²nico, y por eso ha sobrevivido. Los ciclistas son grandes, desde el primero hasta el ¨²ltimo, los ciclistas son admirables, a los ciclistas se les quiere, se les disculpa, se les perdona, simplemente por eso, porque son capaces de hacer algo que el aficionado sentado en su sill¨®n, que el hincha que llena las cunetas, nunca ser¨ªa capaz de hacer. Porque el ciclista es capaz de correr la Par¨ªs-Roubaix, la carrera del adoqu¨ªn resbaladizo, de las ca¨ªdas m¨²ltiples, del barro y los pinchazos, porque es capaz de subir el Angliru y sus rampas imposibles, y de bajar el Cordal y sus curvas traicioneras, de caerse y levantarse y seguir herido, y de todo lo que le echen.
Algunos corredores de ahora, como Beloki o Sevilla, herederos de los pioneros del Tour, no han dudado de calificar de 'inhumano' al Angliru, de 'salvajada' la etapa del domingo. Algunos directores han puesto el grito en el cielo, los coches se calan a cinco por hora, los embragues se queman, la carretera se bloquea, los corredores con aver¨ªas no pueden ser atendidos, reina el caos, el espectador, dicen, s¨®lo acude a ser espectador del morbo-show. Exageran.
La mayor¨ªa de los ciclistas que el domingo se empaparon y se retorcieron en el 24% de la Cue?a les Cabres salieron fortalecidos de la experiencia, se sintieron mejores, m¨¢s grandes, despu¨¦s de superar el desaf¨ªo contra s¨ª mismos. Los corredores bloqueados por las aver¨ªas fueron unos cuantos, pero nadie perdi¨® la Vuelta por ello. No hubo espectadores morbosos, sino admiradores del esfuerzo de sus h¨¦roes. El Angliru contribuy¨® a la leyenda de la Vuelta; la etapa fue extraordinaria. Y si los coches se queman, que no suban, que los mec¨¢nicos vayan en moto.
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