Tierra
Est¨¢ hermosa la tierra estos d¨ªas. Este joven que camina por la ladera acaba de sacar del bolsillo de su pantal¨®n vaquero un ejemplar de El ruise?or y la rosa, de Oscar Wilde. Lo palpa con las manos, es un objeto nuevo para ¨¦l, quiz¨¢ su primer libro, lo sopesa y al fin lo abre por cualquier p¨¢gina, es su libro ahora, no es de Oscar Wilde, la lectura es as¨ª, hace tuyos todos los libros, y este es suyo, suyas son sus palabras. Alrededor de esa lectura ¨¦l tiene la naturaleza del oto?o, est¨¢ rodeado de flores amarillas y huele el aire del mediod¨ªa. Es un instante perfecto y feliz, y ¨¦l trata de retener esa atm¨®sfera para siempre en su recuerdo. Detr¨¢s de su vida s¨®lo hay experiencias placenteras, no recuerda, ni en la lejan¨ªa m¨¢s remota de su memoria, un suceso tr¨¢gico, una muerte, nadie falta a su alrededor, hace recuento con los dedos de sus manos, se distrae de la lectura, la vida est¨¢ a¨²n llena, carece de huecos, en sus manos caben sus amigos, sus parientes, no falta nadie. El porvenir es lo que queda, y delante de ¨¦l s¨®lo est¨¢ este libro, las clases de la tarde, probablemente la salud placentera de los primeros besos y el rumor de la noche alimentando la esperanza de un d¨ªa despu¨¦s que le mantenga tan ajeno a la desgracia. Luego van rodando los d¨ªas y ese mismo muchacho que ahora vemos recoger del suelo, de nuevo, El ruise?or y la rosa, empieza a saber qu¨¦ es de verdad la vida, los huecos que va dejando; cambia de libros y tambi¨¦n de gente, como dice Neruda en su oda famosa de las cosas rotas, las cosas se van rompiendo, nadie en particular las rompe, pero se rompieron; esa atm¨®sfera placentera de tiempo detenido y favorable se va desflecando, ya es otra, de pronto entra en su mente, en su memoria y en su entorno, la idea concreta de la muerte, va viendo c¨®mo el universo no es s¨®lo esta atm¨®sfera de oto?o, y la pesadilla de las noches no es un condimento de la literatura que lee, sino el material de su propia alma, en la soledad crecen los fantasmas y ¨¦stos son oscuros. Conoce, en medio de esa huida extra?a que es la vida, el placer y el dolor, y sabe, como escribi¨® Hemingway -y record¨® Bryce- que se puede sufrir la angustia y el dolor y jam¨¢s estar triste una ma?ana. Ahora que es oto?o, la edad media de la vida, conviene saber que el espejo siempre devuelve el tiempo pasado como si de veras hubiera existido -como dice Leguineche- la felicidad de la tierra.
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