La cueva de Chauvet
Durante un periodo relativamente c¨¢lido de la ¨²ltima era glacial, la temperatura, aqu¨ª, era entre 3¡ã y 5¡ã cent¨ªgrados m¨¢s fr¨ªa que hoy. Los ¨²nicos ¨¢rboles eran abedules, pinos albares y enebros. La fauna comprend¨ªa muchas especies ahora extintas: mamuts, ciervos megaceros, leones de las cavernas, sin melena, aurochs y osos que med¨ªan tres metros de alto, adem¨¢s de renos, ¨ªbices, bisontes, rinocerontes y caballos salvajes. Los pobladores humanos, cazadores-recolectores que ten¨ªan una existencia n¨®mada, eran escasos y viv¨ªan en grupos de 20 a 25 personas. Los paleont¨®logos denominan a estos pobladores Cro-Magnon, un t¨¦rmino que, al principio, inspira distancia; pero esa distancia puede resultar exagerada. No exist¨ªan ni la agricultura ni la metalurgia. S¨ª la m¨²sica y las joyas. La expectativa de vida era de 25 a?os.
En la oscuridad, el silencio se hace enciclop¨¦dico y condensa todo lo que ha ocurrido en el intervalo entre entonces y ahora
Dentro de la cueva existe el miedo, pero ese miedo est¨¢ en perfecto equilibrio con una sensaci¨®n de protecci¨®n
La necesidad de compa?¨ªa de los seres vivos era la misma. Sin embargo, la respuesta de los Cro-Magnon a la primera y eterna pregunta del ser humano -?d¨®nde estamos?- era distinta a la nuestra. Los n¨®madas eran muy conscientes de ser una minor¨ªa, y de que los animales eran mucho m¨¢s numerosos. No hab¨ªan nacido en un planeta, sino en plena vida animal. No eran guardianes de los animales: los animales eran los guardianes del mundo y del universo a su alrededor, que nunca se deten¨ªa. Detr¨¢s de cada horizonte siempre hab¨ªa m¨¢s animales.
Al mismo tiempo, eran distintos de los animales. Sab¨ªan hacer fuego y, por tanto, ten¨ªan luz en la oscuridad. Pod¨ªan matar desde lejos. Creaban muchas cosas con las manos. Hac¨ªan tiendas para uso propio, sujetas sobre huesos de mamut. Hablaban. (Quiz¨¢ tambi¨¦n los animales). Sab¨ªan contar. Pod¨ªan transportar agua. Mor¨ªan de otra forma. Su libertad respecto a los animales era posible porque constitu¨ªan una minor¨ªa y, por tanto, los animales se la pod¨ªan perdonar.
Silencio. Apago la l¨¢mpara del casco. Oscuridad. En la oscuridad, el silencio se hace enciclop¨¦dico y condensa todo lo que ha ocurrido en el intervalo entre entonces y ahora.
En una roca, delante de m¨ª, un grupo de puntos rojos de forma cuadrada. La frescura del rojo es asombrosa. Tan presente e inmediata como un olor, o como el color de las flores en una tarde de junio, cuando el sol se pone. Los puntos se hicieron aplicando un pigmento rojo de ¨®xido en la palma de la mano y coloc¨¢ndola sobre la roca. Gracias a un dedo me?ique dislocado, se ha identificado una mano concreta cuya huella tambi¨¦n aparece en otros lugares de la cueva.
En otra roca, otros puntos semejantes que forman una silueta, un bisonte visto de lado. Las huellas de las manos rellenan el cuerpo.
Oscuridad.
Antes de que llegaran hombres, mujeres y ni?os (en la cueva se ve la huella de un ni?o de unos 11 a?os), y despu¨¦s de que se fueran para siempre, este refugio estaba habitado por osos. Seguramente tambi¨¦n por lobos y otros animales, pero los osos eran los amos con los que los n¨®madas ten¨ªan que compartir la cueva. En todas las paredes se ven zarpazos. Hay huellas que muestran el recorrido de una osa con su cr¨ªa, mientras intentaba abrirse camino en la oscuridad. En la c¨¢mara m¨¢s grande y m¨¢s c¨¦ntrica de la caverna, que tiene 15 metros de altura, existen numerosos revolcaderos, unas depresiones en la arcilla del suelo en las que dorm¨ªan los osos durante su hibernaci¨®n. Se han encontrado 150 cr¨¢neos de oso. Uno de ellos hab¨ªa sido colocado -probablemente por un Cro-Magnon- en una especie de pedestal de piedra al fondo de la cueva.
Silencio.
En el silencio, la dimensi¨®n del lugar adquiere m¨¢s importancia. La cueva tiene kil¨®metro y medio de largo y, en algunos puntos, 50 metros de ancho. Pero las medidas geom¨¦tricas no sirven, porque es como estar dentro de un cuerpo.
Las rocas que se alzan y sobresalen, las paredes circundantes con sus concreciones, los pasos, los huecos que se han creado mediante el proceso geol¨®gico de diag¨¦nesis, se parecen extraordinariamente a los ¨®rganos y huecos de un cuerpo humano o animal. Lo que todos tienen en com¨²n es que parecen formas creadas por una corriente de agua.
Los colores de la cueva tambi¨¦n son anat¨®micos. Las rocas carbonatadas tienen el color de los huesos y las tripas, las estalagmitas son escarlatas y muy blancas, las colgaduras y concreciones de calcita son anaranjadas y viscosas. Las superficies brillan como si estuvieran recubiertas de una mucosa.
Una enorme estalagmita ha crecido (crecen a raz¨®n de un cent¨ªmetro cada siglo) hasta parecerse vagamente a un intestino y, en un momento de su descenso, los tubos parecen las cuatro patas, la cola y el tronco de un mamut en miniatura. Es f¨¢cil no ver la referencia, de modo que un pintor, con cuatro trazos rojos, ha tra¨ªdo el mamut m¨¢s cerca.
Muchas paredes en las que podr¨ªan haber pintado est¨¢n sin tocar. Los cuatrocientos y pico animales representados aqu¨ª est¨¢n repartidos con tanta discreci¨®n como en la naturaleza. No hay grandes escenas como en Lascaux o Altamira. Hay m¨¢s vac¨ªos, m¨¢s secretos, tal vez una mayor complicidad con la oscuridad. Sin embargo, aunque estas pinturas tienen 15.000 a?os m¨¢s de antig¨¹edad, en general revelan tanta destreza, capacidad de observaci¨®n y elegancia como cualquiera de las posteriores. Se dir¨ªa que el arte nace como un potrillo, que sabe caminar inmediatamente. O, para decirlo de forma menos intensa (todo es intenso en la oscuridad): el talento para crear arte acompa?a a la necesidad de ese arte; nacen juntos.
Entro arrastr¨¢ndome en un espacio anexo, bajo y en forma de taza, con un di¨¢metro de cuatro metros; all¨ª, dibujados en rojo sobre sus paredes curvas e irregulares, hay tres osos, macho, hembra y cr¨ªa, como en el cuento de hadas que se contar¨ªa muchos milenios m¨¢s tarde. Me siento en cuclillas y los contemplo. Tres osos y, detr¨¢s de ellos, dos peque?os ¨ªbices. El artista conversaba con la roca a la luz parpadeante de su antorcha de carb¨®n. Una protuberancia permite que la garra delantera del oso oscile hacia afuera con su tremendo peso mientras avanza torpemente. Una fisura sigue con precisi¨®n la l¨ªnea de la espalda de un ¨ªbice. El artista ten¨ªa un conocimiento ¨ªntimo y exhaustivo de estos animales; sus manos eran capaces de imaginarlos en la oscuridad. Lo que la roca le dec¨ªa era que ellos -como todo lo dem¨¢s que exist¨ªa- estaban dentro de la pared y que ¨¦l, con el pigmento rojo en su dedo, pod¨ªa convencerles para que salieran a la superficie rocosa, a su membrana, para rozarse con ella e impregnarla de olores.
Hoy d¨ªa, debido a la humedad ambiental, muchas de esas superficies pintadas se han vuelto tan sensibles como una membrana, y ser¨ªa f¨¢cil limpiarlas con un trapo. De ah¨ª la veneraci¨®n que despiertan.
Al salir de la cueva volvemos al torbellino del paso del tiempo. Recuperamos los nombres. Dentro de la cueva, todo es presente y an¨®nimo. Dentro de la cueva existe el miedo, pero ese miedo est¨¢ en perfecto equilibrio con una sensaci¨®n de protecci¨®n.
Los Cro-Magnon no viv¨ªan en la cueva. Entraban en ella para participar en determinados ritos sobre los que se sabe poca cosa. La sugerencia de que, en cierto modo, era una sociedad cham¨¢nica, parece convincente. Es posible que el n¨²mero de personas reunidas en un momento dado en la cueva no fuera nunca superior a 30.
?Con qu¨¦ frecuencia ven¨ªan? ?Trabajaron aqu¨ª varias generaciones de artistas? No hay respuestas. Tal vez nunca las haya. ?Es posible que tengamos que conformarnos con imaginar que ven¨ªan aqu¨ª para experimentar unos instantes especiales de equilibrio perfecto entre el peligro y la supervivencia, el miedo y la sensaci¨®n de protecci¨®n, y para conservarlos en su memoria? ?Acaso podemos esperar m¨¢s?
La mayor¨ªa de los animales pintados en Chauvet, en la vida real, eran feroces; sin embargo, las im¨¢genes no delatan ning¨²n miedo. Respeto, s¨ª, un respeto fraternal e ¨ªntimo. Por eso, en cada imagen animal, hay una presencia humana. Una presencia revelada por el placer. Cada criatura aqu¨ª presente est¨¢ a gusto en el hombre; una formulaci¨®n extra?a, pero indiscutible.
En la c¨¢mara m¨¢s lejana est¨¢n dos leones, dibujados con carb¨®n negro. De tama?o natural, aproximadamente. Uno junto a otro, de perfil, el macho detr¨¢s y la hembra, con el cuerpo en contacto y en paralelo, m¨¢s cerca de m¨ª.
Son una presencia ¨²nica, incompleta (faltan las patas delanteras y las garras posteriores, que, me da la impresi¨®n, nunca se dibujaron) pero total. La superficie de la roca a su alrededor, que tiene, como es natural, color de le¨®n, se ha convertido en le¨®n. En este caso fue seguramente el color de la roca lo que movi¨® al pintor, que quiso completarla con su dibujo de los animales.
Intento dibujarlos. La leona est¨¢ junto al le¨®n, se frota contra ¨¦l, dentro de ¨¦l. Y esta ambivalencia es el resultado de una elisi¨®n incre¨ªblemente ingeniosa, que hace que ambos animales compartan un mismo contorno. El borde inferior del lomo, el vientre y el pecho pertenecen a los dos, y lo comparten con elegancia animal. Luego sus contornos se separan. Las l¨ªneas de la cola, espalda, cuello, frente y hocico de cada uno son independientes, se acercan, se separan, convergen y terminan en distintos puntos, porque el le¨®n es mucho m¨¢s largo que la leona.
Dos animales de pie, macho y hembra, unidos por la l¨ªnea de sus vientres, el lugar en el que son m¨¢s vulnerables y tienen menos pelo.
Estoy dibujando en papel japon¨¦s absorbente, que he escogido porque pens¨¦ que la dificultad de pintar en ¨¦l con tinta negra me ayudar¨ªa algo a comprender las dificultades de dibujar con carb¨®n (que quemaban y fabricaban aqu¨ª mismo, en la cueva) sobre una superficie rocosa. En los dos casos, la l¨ªnea no es del todo obediente, hay que forzarla y engatusarla.
Dos renos avanzan en direcciones opuestas, hacia el Este y el Oeste. No comparten ning¨²n perfil, sino que est¨¢n dibujados uno sobre otro, de forma que las patas delanteras del de arriba cruzan, como grandes costillas, el flanco del de abajo. Son inseparables: los dos cuerpos est¨¢n encerrados en el mismo hex¨¢gono, el rabo del de arriba corresponde a la cornamenta del de abajo y la cabeza alargada del primero -con un perfil como el de un buril de s¨ªlex- sopla sobre el metatarso de la pata posterior del otro. Forman un solo signo y, para ello, danzan en c¨ªrculo.
Cuando el dibujo estaba casi terminado, el artista abandon¨® el carb¨®n y sigui¨® pintando con un dedo impregnado de negro intenso (como el del cabello negro mojado) el vientre y la papada del animal inferior. Luego hizo lo mismo con el de encima, y mezcl¨® la pintura con el sedimento blancuzco de la roca para que no resultara tan violento.
Mientras dibujo, me pregunto si acaso mi mano obedece el ritmo visible de la danza de los renos y, por tanto, baila con la mano que los pint¨®.
Todav¨ªa es posible encontrarse un trozo de carb¨®n roto que cay¨® al suelo mientras se trazaba una l¨ªnea.
Varios reba?os se dirigen hacia el Oeste. Entre ellos, los animales cercanos, muy peque?os, tocan los m¨¢s lejanos, de un tama?o gigantesco. En la estaci¨®n seca, un buen fuego reci¨¦n encendido puede prender con tanta rapidez que los que lo observan pueden ver c¨®mo se consume el aire.
La pintura de los Cro-Magnon no respeta los bordes. Fluye cuando hace falta, se deposita, se superpone, sumerge im¨¢genes anteriores y cambia sin cesar la escala de lo que representa. ?C¨®mo era el espacio imaginativo en el que viv¨ªan?
Es posible que, para los n¨®madas, la noci¨®n de pasado y futuro est¨¦ subordinada a la noci¨®n de otra parte. Una cosa que ha desaparecido o que se aguarda est¨¢ oculta en otra parte.
Tanto para los cazadores como para los cazados, saber ocultarse es un requisito indispensable para sobrevivir. La vida depende de tener un refugio. Todo se esconde. Lo que ha desaparecido se ha escondido. Una ausencia -como la desaparici¨®n de los muertos- se considera una p¨¦rdida, pero no un abandono. Los muertos est¨¢n escondidos en otra parte.
Algunos comentan, asombrados, que los pintores paleol¨ªticos conoc¨ªan los rudimentos de la perspectiva. Cuando dicen eso, est¨¢n pensando en la perspectiva renacentista. La verdad es que cualquiera que dibuje o haya dibujado alguna vez sabe que unas cosas est¨¢n m¨¢s cerca y otras m¨¢s lejos. Es un dato conocido, tanto t¨¢ctil como ¨®ptico. Lo que cambia es la forma de expresar en im¨¢genes esa experiencia de observar que unas cosas avanzan y otras retroceden, dentro de los l¨ªmites de la concepci¨®n dominante sobre lo que significa el espacio. Una concepci¨®n que var¨ªa de una cultura a otra. La perspectiva no es una ciencia, sino una esperanza. El arte chino tradicional miraba la tierra desde la cima de una monta?a confuciana; el arte japon¨¦s miraba de cerca, rodeando biombos; el arte del Renacimiento italiano examinaba la naturaleza conquistada a trav¨¦s de la ventana o la puerta de un palacio. Para los Cro-Magnon, el espacio es un terreno metaf¨ªsico de apariciones y desapariciones constantemente intermitentes.
Hay un ¨ªbice macho, con cuernos curvos tan largos como su cuerpo, dibujado a carb¨®n sobre una roca blancuzca. ?C¨®mo describir la negrura de sus trazos? Es un negro que convierte la oscuridad en algo tranquilizador, un negro que sirve para reforzar lo inmemorial. Sube por una suave pendiente, con pasos delicados, el cuerpo redondeado y el rostro plano. Cada l¨ªnea est¨¢ tan tensa como una cuerda estirada, y el dibujo tiene una doble energ¨ªa que est¨¢ perfectamente compartida: la energ¨ªa del animal que se ha hecho presente, y la del brazo y el ojo del hombre que lo dibuja a la luz de la antorcha.
Estas pinturas en la roca se hicieron donde est¨¢n para que pudieran existir en la oscuridad. Fueron hechas para la oscuridad. Estaban ocultas en la oscuridad para que lo que encarnaban sobreviviese a todo lo visible y fuera, quiz¨¢, una promesa de supervivencia.
Los Cro-Magnon viv¨ªan con miedo y asombro en una cultura de llegadas, en la que se enfrentaban a muchos misterios. Su cultura dur¨® alrededor de 20.000 a?os. Vivimos en una cultura dominante de constantes partidas, de progreso, que, hasta ahora, ha durado dos o tres siglos. La cultura actual, en vez de hacer frente a los misterios, intenta tercamente soslayarlos.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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