El mundo de los nombres
Ronaldo, Josemar¨ªa, Lula: tres nombres en las primeras p¨¢ginas. Durante alg¨²n tiempo cre¨ª que saldr¨ªamos de la vida de los nombres propios para entrar en la de todos. No: seguimos en el monote¨ªsmo que se aplica al f¨²tbol, al Vaticano o a unas elecciones. Aprendimos a vivir as¨ª: hasta entrado el siglo pasado no se entr¨® en la Historia que sal¨ªa de los nombres propios para incluirlos en los grandes movimientos populares, de las circunstancias econ¨®micas, de las apariciones de nuevos pensamientos. No ha cundido mucho. Es cierto que algunas personas utilizamos los nombres propios para hacer referencia a una ¨¦poca: Franco, Stalin, Hitler. Ah, pero cito s¨®lo a dictadores: Churchill, Roosevelt, fueron los nombres de la democracia. Y quedaron inscritos en la memoria ciertos sombreros, puros, capas aireadas: incluso bellos discursos. Hubo aquel de Churchill dibujando un mundo mejor empleando s¨®lo monos¨ªlabos, como s¨®lo puede hacerse en un ingl¨¦s puro, saj¨®n. Desgraciadamente, no se cumpli¨® aquella promesa de libertad. Es curioso que los nombres en los partidos monote¨ªstas sean fuentes de doctrina, como Aznar sucesor de Fraga; hay un poco m¨¢s de movimiento en el que fue colectivo -socialista: de la colectividad; obrero, de la masa trabajadora-, que salta de Felipe a Zapatero haciendo dos o tres paradas en medio; y es por eso acusado de inseguridad, de inestabilidad. Lo estable es el hombre ¨²nico. Bush o Blair. O de los malos: Milosevic o Sadam, acusados de ser el mismo demonio; lo cual no deja de ser otro monote¨ªsmo porque Diablo, como madre, no hay m¨¢s que uno.
Hay un par de nombres insignificantes en alguna primera p¨¢gina que salen de pronto: el de Bertrand Delano? y el de quien quiso matarlo, Azedine Berkane. El alcalde tuvo una gloria en sus elecciones: Par¨ªs vot¨® a la izquierda. El inform¨¢tico isl¨¢mico lo quiso matar de una cuchillada porque odia 'a los pol¨ªticos y a los homosexuales': inmediatamente uno descubre al loco, pero no otra cosa dec¨ªa Franco (repito, la colectividad a la que llamamos Franco), y los castigaban y mataban. Puede que tambi¨¦n estuvieran locos; pero en Franco se vio un asesino, un dictador de la cala?a de los exterminadores, pero nunca se vio a un loco.
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