Una verdadera lecci¨®n de cine
?Qu¨¦ es Los espigadores y la espigadora, el gozoso regreso a nuestras pantallas de la madre de la nouvelle vague, a la que precedi¨® cronol¨®gicamente en su esp¨ªritu rupturista con su primer filme, La pointe courte, nada menos que en 1955, y que a pesar de la ausencia de noticias sobre su producci¨®n, no ha parado de rodar en los ¨²ltimos a?os? Al comienzo, se dir¨ªa que estamos ante un documental art¨ªstico: con su habitual habilidad para encontrar grandes temas en peque?as cosas, Varda parece empe?ada en seguir la pista de varios cuadros representando espigadoras, recogedoras manuales de trigo, un prol¨ªfico subtema de la pintura realista francesa del siglo XIX.
Pero eso es s¨®lo el arranque, una pista casi falsa: lo que interesa en verdad a la realizadora Agn¨¨s Varda son otras cosas. Por ejemplo, qu¨¦ pasa con los restos alimenticios que nuestra opulencia capitalista condena a la basura, los productos de venta en supermercados apenas caducados y todav¨ªa comestibles, los frutos del campo que no llega a recoger la tecnificaci¨®n de las cosechas, las sobras que se tiran en los mercados, el pan viejo que no reutilizan en las panificadoras, las uvas que se pudren en los vi?edos tras la vendimia... ?En qu¨¦ marco legal se mueven quienes recurren a la, digamos, cosecha de sobras, de restos? ?Hay alguien que en verdad viva de ellos? ?Qui¨¦nes son, qu¨¦ m¨¢s hacen, a qu¨¦ aspiran en la vida?
LOS ESPIGADORES Y LA ESPIGADORA
Direcci¨®n: Agn¨¨s Varda. Int¨¦rpretes: Agn¨¨s Varda y actores no profesionales G¨¦nero: documental social, Francia, 2001. Duraci¨®n: 80 minutos.
Un largo viaje por todos los rincones de Francia llevan a Agn¨¨s Varda, al fin, a lo que m¨¢s le interesa: al doble recorrido hacia los otros, hacia esos marginados, o automarginados, a los que el sistema ha relegado a una condici¨®n de subciudadanos, y que no tienen voz propia (Varda sigue con sus viejas obsesiones, no en vano la marginaci¨®n en el medio rural era el tema de la pel¨ªcula suya mejor acogida en Espa?a, Sin techo ni ley). Y tambi¨¦n hacia el interior de s¨ª misma. Como en la mayor parte de sus documentales -entre los m¨¢s formidables, Jacquot de Nantes o Daguerreotypes-, de lo que habla la Varda es de ella, de su subjetividad, una de las m¨¢s productivas l¨ªneas de trabajo del documental internacional reciente, pero en el fondo una b¨²squeda que la cineasta francesa viene practicando, una vez m¨¢s con la intuici¨®n de una pionera, desde hace largos a?os.
Y lo que aqu¨ª muestra es su extra?eza radical ante el envejecimiento de su propio cuerpo -espl¨¦ndida resulta la secuencia de comparaci¨®n con el c¨¦lebre autorretrato de Rembrandt-, ante el inexorable paso del tiempo por sus manos, por su rostro..., pero no por su cerebro. El resultado es un documento de excepcional inteligencia, que literalmente se bebe de la pantalla en un suspiro; retratos de vida -el del bi¨®logo vegetariano que vive de recoger restos vegetales de los mercados, pero que durante las noches, y sin af¨¢n de lucro, da clases gratuitas de franc¨¦s a inmigrantes; el psicoanalista que abandon¨® su profesi¨®n para dedicarse a bodeguero, el gran cocinero que recoge de los campos manzanas ca¨ªdas, porque s¨®lo ellas tienen el sabor de anta?o-, existencias al margen, o no, pero que sirven para recordarnos que todos los mundos son posibles dentro de ¨¦ste, nuestro despilfarrador, desmedido universo; para resaltar, en suma, la gloriosa pluralidad de la existencia.
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