Un observatorio del mundo actual
Si hay alg¨²n conocimiento que justamente no es abstracto, ¨¦se es, en contra de lo que se cree, el filos¨®fico. La tan sobada -pero no por ello menos sugerente- definici¨®n hegeliana de la filosof¨ªa como el esfuerzo por poner su tiempo en conceptos deber¨ªa significar cualquier cosa menos que la filosof¨ªa hace abstracci¨®n de su tiempo, deber¨ªa significar m¨¢s bien que intenta pensar y hacer pensables los problemas que lo definen. En este sentido, los intentos de ofrecer un panorama de la filosof¨ªa 'contempor¨¢nea', aunque pudieran parecer (y quiz¨¢, en cierto modo, estar) precipitados por la necesidad de responder a la ansiedad psicol¨®gica que suelen producir los fines y principios de siglo, son tambi¨¦n un observatorio -un observatorio intelectual- de la ¨¦poca en que vivimos. Para empezar, porque los siglos no comienzan ni terminan a golpe de calendario, sino puntuados por ciertos acontecimientos que se convierten, a veces injustamente, en emblem¨¢ticos. As¨ª, la sensaci¨®n de final del siglo XX no se produjo, para el mundo occidental, en diciembre de 2000 sino un poco antes, en 1989, con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn. La profunda reorganizaci¨®n de la conciencia geopol¨ªtica que se tradujo en la desaparici¨®n de una bipolaridad que durante a?os hab¨ªa modelado la identidad occidental y que hab¨ªa servido de tel¨®n de fondo para la inteligibilidad de sus estrategias y para el logro de su estabilidad no puede dejar de seguirse en el 'mundo de las ideas'. Se dice, con raz¨®n, que los intelectuales no acertaron a 'prever' ese acontecimiento, como si los intelectuales fueran profetas o asesores de gobernantes en materia hist¨®rica. Pero, si se repasa el pensamiento del siglo XX, lo que s¨ª hab¨ªan estado haciendo los intelectuales era elaborar conceptualmente lo que se conoci¨® -hoy resulta incluso dif¨ªcil recordarlo- como 'crisis del marxismo', es decir, de aquella '¨²ltima ideolog¨ªa' que permit¨ªa acusar a todas las dem¨¢s formas de pensamiento de ideol¨®gicas en funci¨®n de la lucha de clases que animaba el movimiento de la Historia antes de que Fukuyama la declarase acabada. Por eso resulta cuando menos gratificante que, en una sinopsis de la Filosof¨ªa contempor¨¢nea como la publicada por Manuel Cruz, se dedique un cap¨ªtulo a la tradici¨®n marxista del siglo XX, haci¨¦ndose cargo de un pensamiento que nunca quiso ser una filosof¨ªa en sentido acad¨¦mico, sino m¨¢s bien utilizar la filosof¨ªa como arma de emancipaci¨®n, pero que durante la primera mitad de ese periodo se reparti¨®, junto con la filosof¨ªa anal¨ªtica y la fenomenolog¨ªa, el terreno de juego de los debates conceptuales, y un pensamiento sin el cual algunos proyectos filos¨®ficos vigentes pierden por completo el tel¨®n de fondo que los hace inteligibles.
Como dir¨ªa maliciosamente
Jean Baudrillard, el final anticipado del siglo XX fue, para occidente, el final de una identidad que se hab¨ªa definido frente a un otro constituido como 'super-potencia' y, por tanto, un final que implica una hipertrofia de lo mismo y que, por ello, genera la necesidad de establecer nuevas diferencias malditas, necesidad que se habr¨ªa expresado con atroz simpleza en el acontecimiento que, con cierto retraso cronol¨®gico, hemos vivido el 11 de septiembre de 2001 como si fuese el pistoletazo real de salida del siglo XXI, y con respecto al cual se ha insistido igualmente en la 'falta de previsi¨®n' de los intelectuales. Pero tambi¨¦n aqu¨ª conviene hacer un poco de historia reciente: la corriente cultural que tom¨® el relevo filos¨®fico del marxismo en Europa fue precisamente la que Luis S¨¢ez Rueda denomina pensamiento de la diferencia y Manuel Cruz tematiza bajo el ep¨ªgrafe de 'post-estructuralismo', un ep¨ªgrafe que nos recuerda el modo en que el estructuralismo, especialmente a trav¨¦s de L¨¦vi-Strauss, 'sucedi¨®' al marxismo en la filosof¨ªa contempor¨¢nea, es decir, el modo en que el t¨®pico de la lucha de clases como 'motor de la historia' fue erosionado por el de lo que Huntington llama hoy -abusivamente- 'el choque de civilizaciones', y que en cualquier caso signific¨® un incremento en la conciencia de la diversidad antropol¨®gica que hizo presente a la cultura occidental su car¨¢cter etnoc¨¦ntrico y que puso entre par¨¦ntesis su decisi¨®n de dise?ar 'un solo plan' para una humanidad total cuya especificidad desconoc¨ªa, as¨ª como su voluntad de homogeneizar la intimidad de los individuos en esa diab¨®lica combinaci¨®n de obscenidad y puritanismo que denuncia Ignacio Castro en su Cr¨ªtica de la raz¨®n sexual. Con la llegada de los nuevos acontecimientos, incluso esa 'filosof¨ªa de la diferencia' o de lo irresoluble ha quedado subsumida en el interior de una nueva brecha interna, la que S¨¢ez Rueda describe como El conflicto entre continentales y anal¨ªticos, es decir, el conflicto entre los intentos de reducir toda realidad a una superficie de hechos naturales y los de erigir en ella pliegues de sentido irreductibles a la naturalizaci¨®n, a la objetivaci¨®n o a la factualidad. Este hiato, como dice el autor, 'no es exclusivamente te¨®rico ni es s¨®lo una realidad acad¨¦mica'. Para que se note cu¨¢n poco abstracta es la filosof¨ªa, se trata del mismo abismo que percibimos, crecientemente, entre el discurso pol¨ªtico que lideran Estados Unidos y el Reino Unido, por una parte, que parece pertenecer a ese porvenir que -sea cual sea- se inici¨® el 11 de septiembre, y el de la vieja Europa continental, por otra, crecientemente percibido como si saliera de entre los escombros del muro derrumbado de los principios.
Es por tanto enormemente sintom¨¢tico que, en su apretado pero brillante Panorama de la ¨¦tica continental contempor¨¢nea, Julio de Zan presente como l¨ªnea de fuerza para describir la discusi¨®n actual en el campo de la moral la disputa entre la moralidad de herencia kantiana, concebida como una reflexi¨®n de la conciencia sobre los principios universales de una voluntad libre, y la hegeliana eticidad, es decir, el conjunto de pautas de comportamiento que las comunidades culturales se dan a s¨ª mismas como formas de vida hist¨®ricas con contenidos ¨¦ticos sustantivos que definen las conductas de excelencia y las aberrantes. Evidentemente, ni Kant ni Hegel percibieron esta dualidad como un conflicto, el primero porque nunca vio en los productos de la historia una objeci¨®n contra las leyes de la raz¨®n (aunque fuera sensible a la tragedia que ello supon¨ªa para la existencia de los hombres), y el segundo porque confiaba en que la marcha de las sociedades hist¨®ricas les conducir¨ªa inexorablemente a identificarse con la marcha de la raz¨®n (sin que se distinguiese por su sensibilidad ante los costes que ello pudiera ocasionar a los mortales).
Pero sus herederos contem-
por¨¢neos han convertido esta disputa aparentemente acad¨¦mica en la controversia entre liberales y comunitaristas, una pol¨¦mica en la cual se juega nada menos que la cuesti¨®n de si merece la pena seguir usando el t¨¦rmino 'moral': si la ¨²nica referencia de nuestro juicio acerca de lo bueno y lo malo es nuestra comunidad cultural, entonces, ciertamente, como subraya De Zan, permaneceremos ciegos y sordos ante la interpelaci¨®n de los otros, por mucho que nos conformemos a unos est¨¢ndares ¨¦ticos internos que puedan definirnos como 'virtuosos'. Pero es que esa interpelaci¨®n del otro es la relaci¨®n propiamente moral (para empezar, la relaci¨®n moral con uno mismo) y, en ella, resuena algo que ya no puede ser considerado propio de tal o cual comunidad, algo que no pertenece a ninguna comunidad. Y no se dir¨¢ que la sordera moral es una abstracci¨®n filos¨®fica sin relaci¨®n con las coyunturas hist¨®ricas en las cuales estamos envueltos. Claro que el recordar esta interpelaci¨®n moral contra la proliferaci¨®n de ¨¦ticas privadas o comunitarias que se difunden por doquier no tiene por s¨ª mismo fuerza coercitiva alguna. Pero fue Hegel quien dijo que la filosof¨ªa no tiene por qu¨¦ ser edificante. Es decir, no viene a dar soluciones, sino a plantear problemas. Eso, y no su presunto car¨¢cter abstracto, es lo que puede hacerla aparecer como algo dif¨ªcil.
Filosof¨ªa contempor¨¢nea. Manuel Cruz. Taurus, 2002. 429 p¨¢ginas. 17,95 euros. El conflicto entre continentales y anal¨ªticos. Luis S¨¢ez Rueda. Cr¨ªtica. Barcelona, 2002. 473 p¨¢ginas. 22 euros. Panorama de la ¨¦tica continental contempor¨¢nea. Julio de Zan. Akal. Madrid, 2002. 126 p¨¢ginas. 22 euros. Cr¨ªtica de la raz¨®n sexual. Ignacio Castro. Serbal. Barcelona, 2002. 92 p¨¢ginas. 8,84 euros.
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